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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
El debate sobre los horarios comerciales ha abierto un nuevo capítulo al conocerse la intención del gobierno del Estado de ampliarlo notablemente junto con la entrada en vigor en Madrid la Ley de Dinamización de la Actividad Comercial que permite abrir a los comercios 24 horas los 365 días del año. ¿Es deseable que sea así? ¿Se van a incrementar los puestos de trabajo? ¿Qué modelo social y económico subyace en esta medida? ¿Se trata de una iniciativa para paliar los efectos devastadores de la crisis? ¿Qué acogida tiene entre el público? ¿Se trata de una jugada de anticipación de Esperanza Aguirre para dejar atrás a Mariano Rajoy? ¿Representa el triunfo de las tesis neoliberales capitalistas más descarnadas frente a otras consideraciones sociales? El hecho de que no sea una obligación sino una posibilidad, ¿justifica este nuevo planteamiento?
A primera vista, una apertura total de los comercios sin límite horario tiene atractivo. Ante la mínima necesidad, basta salir a la calle para satisfacerla al momento. Todo aquello que no se ha podido realizar en los días de la semana, el domingo ofrece una nueva oportunidad. ¿Qué inconveniente existe en tener más libertad?
Una reflexión serena permite descubrir que hay otros valores en juego. Se aplica la libertad horario sólo en el ámbito del comercio. ¿Por qué no se amplía a todo? Por ejemplo, administraciones públicas y oficinas bancarias, muchas de las cuales no abren ni siquiera por la tarde en días laborables. Se habla de conciliar el trabajo con la vida familiar. Esta medida va frontalmente en contra. Más gente tendrá que ausentarse de casa para cumplir con el nuevo horario y mayores serán las dificultades para concentrar a los miembros de una familia para la comida o el ocio. El imperio de la economía como valor último de todas las decisiones. Se observa en los horarios de los partidos de fútbol, donde los socios que van al campo y los pequeños no cuentan para nada. La dictadura de las cadenas de televisión es evidente. Los clubs lo sufren, pero callan por no perder dividendos. Estas medidas apuntan hacia esta línea marcada por criterios económicos. Los pequeños comercios no pueden competir con las grandes superficies. El tiempo dirá si van cerrando. Si eso ocurre, las ciudades llegarán a ser más inhóspitas, tristes e inseguras. Los esparates hoy alegran las calles, crean espacios mayores de seguridad y favorecen la proximidad entre la oferta y la demanda. Está en juego el modelo de ciudad y el estilo de convivencia social.
Cuando el tercer mandamiento de la ley de Dios habla de santificar las fiestas, tiene dos sentidos: que la persona disponga de posibilidades para alimentar su espiritu en la plegaria personal y comunitaria y que pueda gozar de un tiempo semanal de reposo ante una jornada que en aquella época podía ser de muchas horas durante seis días a la semana. La industrialización, en sus primeras fases, exigía de los trabajadores unos horarios draconianos. Este mandamiento no busca sólo salvaguardar el culto divino en los días festivos, sino defender a los trabajadores frente a la explotación sin conciencia a que podían verse sometidos.
Las posturas extremas frente a este tema, todo o nada, no ayudan a articular una sociedad compleja como la nuestra. Hay que buscar fórmulas que compaginen servicios y necesidades. El dinero es importante, pero mucho más lo es el bien y la dignidad de las personas. El afán del dinero nos ha llevado a la situación catastrófica que vivimos. En nombre de la libertad se puede esclavizar a muchas personas.
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