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¿Quiénes son los británicos? ¿Qué futuro les espera? La Britishness
Gran Bretaña es un gran país. Pocos países han sabido combinar tradición y modernidad, democracia y responsabilidad, derechos y deberes, poder y transparencia. Ha sido el hogar del contractualismo y del liberalismo social y conservador, la cuna del sindicalismo y del laborismo, ha sido el país capaz de mantener sus instituciones de autogobierno prácticamente desde el siglo XIII, ha sido una gran potencia mundial hasta la mitad del siglo pasado. Ha sido un gran país y lo sigue siendo. Uno de sus activos más importantes es haber logrado tejer una red institucional y cívica, una cultura política democrática que hoy en día es especialmente importante.
Pero Gran Bretaña ha cambiado mucho en los últimos treinta años. Los cambios de la población son importantísimos. Hoy Gran Bretaña es un país multicultural, multirracial y con una diversidad religiosa importante. Este cambio es consecuencia directa de su pasado colonial y de las vinculaciones que ha sostenido a través de su Commonwealth. Gran Bretaña vive desde hace más de cincuenta años una progresiva y persistente inmigración que ha transformado las calles, las escuelas, los mercados y el conjunto del país. Esta transformación está tocando el núcleo mismo de la identidad británica. Honestamente creo que su principal desafío es precisamente la gestión de esta diversidad cultural y religiosa. A pesar de la enorme influencia americana en su cultura, no creo que el modelo identitario y de integración americano pueda funcionar en Gran Bretaña: los Estados Unidos han sido siempre una tierra de inmigrantes, de exploración, de experimento, de acogida, sin una iglesia dominante, sin nobleza y sin demasiadas tradiciones. Gran Bretaña ha sido todo lo contrario hasta hace unas décadas.
Por todo ello, la pregunta sobre la identidad británica, la Britishness, cobra una gran importancia. Probablemente por eso se explica el tipo de relato y los contenidos del acto de inauguración de los Juegos Olímpicos. La impresionante sesión de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres presentó un ensayo de respuesta a la pregunta identitaria. Y parece que gustó a la gran mayoría de británicos. El director de cine Danny Boyle -autor de Slumdog Millionaire- fue el encargado de idearla y realizarla. Desde un punto de vista técnico y mediático fue impecable: una realización pensada para la televisión que mostraba la potencia de un país con la BBC detrás. Los contenidos, como no recuerdo haber visto nunca en otras sesiones inaugurales de los Juegos Olímpicos, se hicieron y pensaron en clave británica, intentando mostrar al mundo lo mejor de su legado y de su identidad. En síntesis, Boyle nos mostró una serie de aspectos constitutivos de la historia y la identidad británicas. Recordemos que ya la primera escena nos mostraba la misma realidad constitucional del United Kingdom formado por cuatro naciones. Después, la revolución industrial con la burguesía y la clase trabajadora. Y seguiríamos con imágenes que nos asociaban a los británicos como los impulsores del sufragio universal y el derecho de voto de las mujeres, de la libertad, del NHS -la sanidad pública-, e incluso, de Internet. El país de Shakespeare, de la música, del entretenimiento y el humor -Mr. Bean y el Agente 007-. También nos mostraba su realidad de país multicultural y multirracial, eso sí, con su Queen admirada. Ninguna señal religiosa o espiritual: la secularización de la esfera pública es otro signo inequívoco británico. Boyle intentó crear un relato inclusivo de la identidad y proyectarse así al mundo. Todos estos aspectos de su relato pueden formar el grueso de la Britishness del siglo XXI.
No sé muy bien cómo los británicos gestionarán esta nueva etapa de su historia. La coalición está muy debilitada, Cameron y Clegg en las últimas, el Labour sin reponerse y en el horizonte emerge el conservador y populista alcalde de Londres Boris Johnson. Sin embargo, los temas más importantes son otros. Más allá de la gestión de la diversidad y la evolución de la Britishness, el futuro de la identidad británica pasará por dos decisiones de gran importancia. En primer lugar, Escocia tendrá que decidir si quiere o no continuar su vinculación con Gran Bretaña. Desde la Devolution, en 1997, los partidarios de la independencia del país han aumentado notablemente. Escocia podría democráticamente optar por separarse del Reino Unido, sin temores de intervenciones del ejército ni amenazas mayores y, por el contrario, adherirse plenamente a la Unión Europea. Este escenario podría complicarse todavía más si los euroescépticos ingleses del Partido Conservador logran la mayoría para alejarse aún más de la UE y acercarse a su hermano mayor, los Estados Unidos. Esta será la gran segunda decisión que tendrán que vivir los británicos: ¿fortalecerán sus relaciones con la UE u optarán definitivamente por su parthner americano?

En nuestro mundo multipolar y globalizado ya no pueden existir poderes aislados sin alianzas prioritarias. Ni las Islas Británicas, que pueden honestamente justificar que no han sido invadidas desde, al menos, más de quinientos años, podrán mantener su independencia. Deberán optar entre el Euro o el Dólar, entre USA o la UE. Esta decisión será vital de cara a su futura identidad.

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