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Recuerdo un día que, hablando con un amigo musulmán, le pregunté cuales eran los conceptos formales que condicionaban la construcción de una mezquita. De su respuesta deduje que los minaretes eran incuestionables, de tal manera que en Europa no se puede construir una mezquita sin minarete. Ahora, leyendo el libro “Los minaretes de la discordia” de Patrick Haenni y Stéphane Lathion (eds) Icara editorial. Tengo otra perspectiva del tema. En primer lugar, muchos especialistas opinan que la adopción del minarete en una mezquita no es una cuestión presente a los inicios del Islam sino que apareció cuando aquel se consolidó en Damasco durante el periodo Omeya. Incluso, según apuntan bastantes indicios, los primeros minaretes fueron una transformación de las torres que presidían las iglesias cristianas siríacas de aquella época y que se usaban para predica.

A partir del siglo VIII se generalizó la presencia de minaretes en las mezquitas, bien como instrumento para llamar a la oración, bien como símbolo de la presencia del Islam. Desde el punto de vista formal, el minarete, como la propia mezquita, pueden adoptar cualquier concreción artística puesto que no están sujetas a cánones rígidos a pesar de lo que se crea por estereotipo. Por este motivo, el salafismo, por ejemplo, siempre tan preocupado por el regreso a las primeras generaciones de musulmanes, deberían ser los primeros en exigir mezquitas sin minaretes porque las mezquitas de los primeros tiempos del Islam no los tenían.
La construcción de un Islam europeo comporta también hablar sobre los elementos formales de la arquitectura religiosa ya que es se propio de esta tradición adaptarse a las tradiciones culturales de los lugares donde se desarrolla. Por este motivo se debe abrir una reflexión, en perspectiva de futuro, sobre cómo debería que ser la futura mezquita de Barcelona sin ningún condicionante previo. Porque, del mismo modo que hay que entender el valor que tiene el minarete en la religión musulmana, las sociedades europeas deben recordar que los minaretes han este presentes desde siempre, en diferente intensidad, en el propio paisaje urbano de muchas ciudades.

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