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La detención hace quince días del mayordomo del Santo Padre, Paolo Gabrielle, y su interrogatorio de ayer en el Vaticano ha llenado estos días de noticias de todo tipo, de rumores de toda clase esparcidos al amparo del anonimato de la red , de noticias verosímiles que tomaban estatus de veraces, complots interesados ​​de unos y otros. El hecho se ha amplificado en todo el mundo y muchos medios de comunicación han aprovechado la detención del mayordomo para dibujar un panorama de intrigas, de luchas de poder y de confrontación en el interior de la Iglesia, con un Santo Padre anciano y solo.

Esta detención nace de la filtración de documentos personales de las dependencias privadas de Benedicto XVI. No podemos negar ni minusvalorar la gravedad de los hechos y, probablemente, el carácter insólito de esta detención. Pero, atención, en toda institución, y más en estos momentos de extraordinario apogeo de las comunicaciones, los problemas de filtraciones que hoy sufre la Iglesia, que son prácticas impropias y muchas veces ilegítimas, suceden en muchos estamentos.

Recordemos, por ejemplo, la filtración de documentos de la Secretaría de Estado de Estados Unidos -caso WikiLeaks- o las filtraciones de sumarios judiciales reservados. La Iglesia es también una institución humana formada por personas, con sus tensiones internas, con sus errores y limitaciones, con sus carencias y con comportamientos que muchas veces rompen toda lógica evangélica. En este sentido es mucho más grave el caso Maciel que el caso Gabrielle. Y, digámoslo todo, el Santo Padre ha emprendido una política de tolerancia cero contra comportamientos como el del fundador de los Legionarios que, podría ser, que ahora le pasara factura atacando a su entorno más directo.

La Iglesia es mucho más que una institución humana y, gracias al Espíritu, ha podido pervivir durante dos mil años. En el pasado hemos vivido historias similares y en el futuro también las viviremos. Si no fuera así, significaría que no está formada por personas humanas, con su grandeza y su miseria. Con todo, la Iglesia, expresión del Pueblo de Dios que peregrina en el mundo, debe ir mucho más allá, fijar un horizonte que supere estas miserias, establecer mecanismos más transparentes y colegiados y, como decía el Santo Padre, desmundanizarse para estar con el pueblo. Ofreciendo un testimonio de Amor.

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