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La última trama vaticana, destapada a través de los documentos privados publicados en "Sua Santità", del periodista italiano Gianluigi Nuzzi, comenzó a ver la luz hace unos meses. El mundo vaticano es complejo, y este caso lo es en la misma medida. Cuesta creer en los indicios de culpabilidad que de manera encarnizada se han abatido sobre el mayordomo, sobre todo después de que su abogado, Carlo Fusco, desmintiera este lunes muchas de las noticias que habían hecho circular algunos de los vaticanistas italianos más ilustres (" no se han encontrado cajas de documentos, ni soportes electrónicos especializados "," la mujer del mayordomo continúa en el hogar vaticana y no ha hecho declaraciones "...) y que muchos colegas habían copiado y pegado en sus crónicas. También sorprende la ingenuidad de ciertos periodistas que dan como "fuente vaticana" el primer trabajador de la curia con ganas de cháchara que se les cruza por el camino.

En cualquier caso, el cuadro que acaba emergiendo de todo ello es bastante desolador. El papa Benedicto ha dicho en diferentes ocasiones que la reforma de la Iglesia pasa por una primera reforma del corazón, dando la prioridad a la conversión personal por encima del cambio estructural. Sin duda es razonable. Me pregunto, sin embargo, hasta qué punto la actual estructura y la vinculación de la Santa Sede al poder económico y político hace aún más difícil la conversión del corazón de muchos que se encuentran arriba en la estructura, de los que se sienten cada vez más alejados de este modelo de Iglesia, o de quienes aprovechan la ocasión del enésimo escándalo vaticano para lanzar vituperios contra la religión católica o vilipendiar la misma.

Ya hace años que conozco muy de cerca esta realidad vaticana. No sólo por el hecho de ocuparme de información religiosa en Roma, sino también porque tengo muchos amigos vinculados a la Santa Sede. Confieso que he pasado por momentos de todo: estupor, desilusión, devoción, rabia, tristeza, alegría, rebelión ... Pero yo tampoco llevo aureola, o sea que al final he aprendido a hacer mias todas estas miserias. Y es que nuestra comunidad eclesial no ha pretendido nunca ser un club exclusivo para santos.

Sin embargo, esperemos que vaya teniendo lugar una mayor reforma del corazón y de la estructura de la comunidad eclesial, no sea que acabemos desmintiendo las palabras del cardenal Consalvi, secretario de Estado de Pío VII, el cual, cuando le comunicaron: " Napoleón quiere destruir la Iglesia ", contestó:"¡No podrá, ni siquiera nosotros lo hemos conseguido!".
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