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En este post y los siguientes quiero poner al alcance las reflexiones que me ha hecho llegar en Pau Vidal sj desde Berkeley como respuesta a las Cartas Edificantes, el trabajo sobre arquitectura religiosa contemporánea que voy presentara a la Fundación Joan Maragall el septiembre y que saldrá publicado en formato de libro bien próximamente. Creo que la perspectiva devocional y ética a la que apunta Pau Vidal es una visión necesaria y ineludible para la arquitectura religiosa contemporánea.

Berkeley, 20 de Febrero de 2012

Estimado Eloi,

Tengo el gozo de poder recoger en este breve escrito algunos de los ecos que tus cartas me han sugerido. Como bien sabes, mi relación con la arquitectura ha tenido más que ver con la arquitectura de cooperación o la arquitectura para el desarrollo que con la arquitectura explícitamente religiosa. Los dos años que estuve en Liberia (África del Oeste) encargado de los proyectos de construcción de casas y escuelas para las comunidades rurales que retornaban a sus pueblos después de catorce años de guerra civil son un pequeño testimonio. Pero hoy te quiero hablar no de los proyectos de arquitectura en situaciones de emergencia, de guerra o posguerra, sino de una reflexión un poco teórica sobre el arte y la belleza. Una reflexión estrechamente relacionada con muchos de los temas que tratas a tus cartas, buen reflejo de las discusiones contemporáneas en el campo de la arquitectura religiosa.

Durante los últimos dos siglos el mundo filosófico y cultural de occidente ha acentuado una comprensión de arte pensado para las élites, un tipo de arte que algunos han descrito como 'arte de museo,' o 'arte para ser mirado . 'Nicholas Wolterstorff considera que esta tradición estética occidental es sesgada pues promulga una mirada contemplativa desinteresada. Me explico. Según esta comprensión de arte, es imprescindible la distancia, la objetivación para apreciar el valor y la belleza de la pieza de arte. En este sentido, lo que hace posible la relación artística, incluso la emergencia de la belleza, es un cierto descompromiso, un tomar distancia, uno no acercarse demasiado, un respetar el objeto en tanto que objeto. El arte entendido de se de esta visión se vuelve intocable. La belleza en este paradigma radica en la pieza de arte (tanto sea por su valor formal o más contemporáneamente por el valor que la institución que la legitima le otorga). Esta concepción 'de arte de museo' no deja espacio para la comunidad, o como mucho la reduce a un conjunto de simples espectadores aislados. Pero recientemente algunas voces han mostrado como desgraciadamente esta comprensión no nos permite entender el arte en toda su riqueza y complejidad. 'El arte para ser mirado' no da razón de la capacidad anamnética, celebrativa, redentora y menos n'adreça sus implicaciones éticas.

Imagen eliminada.Me parece que no es exagerado decir que este modelo de arte sigue sosteniendo aún hoy buena parte del trabajo académico y del mundo cultural de occidente. Para ilustrar este punto, una anécdota personal bastará. Recuerdo vagamente una sensación fuerte de extrañeza al visitar hace unos años el Museo del Prado y que luchar literalmente contra la riada de gente para poder contemplar durante unos segundos el Cristo crucificado que Diego de Velázquez pintó los vuelos del año 1632 . Porque aquella extrañeza? Porque aquella incomodidad? Pues por qué el Cristo de Velázquez no pertenece allí. El Prado, como cualquier otra museo, inevitablemente descontextualiza y cosifica la obra de arte para que pueda ser consumida (observada desinteresadamente) para cuanta más gente mejor. La imagen del Cristo es tratada como un mero objeto para ser mirado y poco más.

Y sin embargo, si queremos tomarnos en serio la profecía que Doestoievsky puso en labios del príncipe Myshkin "la belleza salvará el mundo," tenemos que buscar otros modelos o paradigmas de arte que permitan reconocer y potenciar la capacidad anamnética, celebrativa, redentora y el compromiso ético del arte. Tenemos que encontrar una comprensión del arte que haga justicia a estas capacidades no como algo sobreañadido sino como constitutivas del arte. Alejandro García-Rivera, teólogo y físico, ha sugerido una alternativa al 'arte de museo,' o 'el arte para ser mirado,' en lo que él llama 'el arte devocional,' o 'el arte para vivir con. 'En el caso de' el arte devocional, 'cuanto menor sea la distancia, cuando más total sea el compromiso, cuanta más proximidad haya entre el objeto y el sujeto, más fácil será reconocer el valor y significado. Para García-Rivera pues el arte no es sólo para ser contemplado sino también es para ser tocado. Lo que hace posible la belleza no es la distancia sino la intimidad. Este arte para vivir con, 'o' arte para ser vivido 'no surge primariamente de la mano de un genio solitario sino de la vida (con todas sus luces y obras) de una comunidad humana. Este modelo en vez de promover artistas geniales y meros espectadores, entiende a la comunidad, es decir la red de relaciones (divinas, humanas y cósmicas), como la fuente creativa. Así, según esta comprensión, una procesión de Semana Santa puede ser tan o más hermosa que la Gioconda, en tanto que articula y hace visible la búsqueda de sentido de una comunidad.

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