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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Hoy hace exactamente un mes que se celebró la última huelga general en España. Barcelona se convirtió en la capital de la pirotecnia, de la delincuencia y del vandalismo. Se ha hablado mucho sobre lo sucedido en tertulias y se han escrito numerosos artículos. Los políticos han previsto cambios legales para endurecer las penas de los infractores. Nuevos acontecimientos se avecinan que pueden propiciar nuevos capítulos de enfrentamientos y destrozos, como la reunión del Banco Central Europeo en la Ciudad Condal y otras réplicas de impacto laboral a causa de nuevas convocatorias sindicales de diverso alcance.

El 29 M aglutinó un entramado de violencias de distinto género, pero solo hipócritamente se ha reducido a una, el vandalismo juvenil, totalmente condenable sin ningún tipo de fisuras. Se puede explicar, pero no se debe justificar de ninguna manera. ¿Cómo resolverlo de modo inteligente? Endurecer las leyes es la propuesta estrella, pero no basta. Las imágenes de la jornada desfilaron por los telediarios de todo el mundo y ocuparon las portadas de los periódicos más prestigiosos. Pero los mal llamados piquetes informativos también usaron la violencia, la intimidación... amparados por las siglas de sindicatos. Algunos de ellos se convirtieron en auténticos teloneros de la jornada al cortar carreteras, quemar neumáticos, prohibir el acceso a las fábricas... No se valida su actitud al ponerla como contrapeso a la violencia de algunos empresarios que amenazaron a su personal si acudía a la huelga, hecho también inaceptable. ¿Algún político ha querido afrontar estos otros temas, como sí se ha hecho con los jóvenes? En el fondo, no se está tanto contra la violencia sino contra el grado de espectacularidad de la misma y contra determinados protagonistas. Si a los mal llamados antisistema se les han endurecido las leyes, nadie se atreve, por el contrario, a cubrir el hueco de una falta de ley sobre la huelga, donde los piquetes informativos, caso de existir en una sociedad de la comunicación, se ajusten a dialogar con quien quieran, pero sin restringir libertades.

El papel de la policía resulta muy difícil. Ciertos sectores críticos aun no han cambiado el chip y piensan que viven en tiempos de dictadura. Si todo el mundo respetara las reglas de juego, se haría prescindible su actuación. La policía actual está al servicio de la convivencia en democracia y tiene que actuar según sus cánones, pero hay que reconocer que los mossos d’esquadra, pese al bochornoso chantaje lingüístico que utilizaron algunos de sus líderes sindicales y algunas operaciones poco acertadas, representan la concesión de un avance como país en el camino de asumir sus propias responsabilidades, que algunos quieren dinamitar como si Cataluña fuera incapaz de asumir estas competencias.
Triunfó más la manifestación que la huelga. ¿Por qué? La huelga tiene un precio económico que pagan los trabajadores, no así los responsables sindicales que no pararon de trabajar. La manifestación era gratis, pero servía mejor como instrumento para expresar un malestar sin afectar al propio bolsillo, bastante castigado por la situación actual.
Dos posturas peligrosas: aceptar ideológicamente la violencia que se ajusta a mis patrones de pensamiento y promover actitudes antipolíticas, que nos conducen inexorablemente al populismo y al desierto democrático. Los dictadores de izquierda y de derecha se nutren de la antipolítica. No hay que caer en estas trampas porque se puede romper la baraja y la sociedad sufriría las consecuencias.

(Publicado el 29 de abril de 2012)

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