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Por La puntada .

Este artículo es la continuación de "Crisis y recomposición industrial (I)", publicado en el número anterior de L'Agulla. Hago un breve resumen de lo que allí decía: La crisis financiera, que ha provocado el colapso y la recesión económica, es la fase convulsa de un cambio de modelo industrial y productivo con unas nuevas bases energéticas y tecnológicas, y el relevo del paradigma del consumo por el de la sostenibilidad.

Mientras por un lado crece la indignación por las terribles consecuencias de la derrota económica, que en nuestro país se agrava notablemente por el elevado índice de desempleo y los recortes sociales, el capital financiero "hace su agosto" con la ayuda de las agencias de calificación, perjudicando las economías más endeudadas. Todo ello está poniendo en entredicho al poder político, incapaz por ahora de hacerse con el control de la situación. Los ajustes económicos, las reformas laborales, los topes de endeudamiento público ... parece que en el mejor de los casos vienen dictados desde instancias europeas, por no decir directamente desde lobbys financieros internacionales.

Pero volvamos al análisis del dinamismo intrínseco del ciclo de crisis. La turbulencia financiera y las dinámicas especulativas, alimentadas ahora por las nefastas agencias de calificación, se explican por el hecho de que el capital financiero (eso que ahora llaman "los mercados"), acampa a sus anchas, desbocado e insensible a todo sufrimiento, a la espera de que la nueva industria, que ha emergido gracias a las oportunidades que brinda el nuevo paradigma tecnológico, se vaya consolidando como un valor seguro, y para atraer de nuevo hacia ella los recursos financieros. Cuando las empresas recuperen la financiación en un clima de confianza y crecimiento de las actividades industriales, la economía y el empleo podrán volver a crecer para iniciar una etapa de expansión (consultar varios estudiosos de los ciclos del capitalismo, especialmente Carlota Pérez, 2002 ). Parece pues que el colapso y la depresión son inevitables y necesarios para que se produzca el reordenamiento del capital financiero en un capital productivo bajo un nuevo modelo industrial que deberá ser necesariamente sostenible.

Sin embargo, la percepción de los ciudadanos es la de una gran inoperancia de los gobernantes para volver a dirigir los recursos financieros hacia una actividad productiva que sea económicamente sostenible y también distributiva. A pesar de que parezca que son los "mercados" los que dictan las normas, esto sólo es verdad cuando los gobernantes dimiten de sus responsabilidades en beneficio de otros poderes no democráticos. La rapidez con que saldremos de la crisis dependerá de la capacidad (la presión) social y política para restablecer y canalizar los cambios institucionales. Parece pues que a la crisis económica hay que añadir una crisis democrática, ya que el porvenir se encuentra fuera del control de la gente. Aquí tenemos el creciente movimiento de los ciudadanos "indignados" que han perdido la confianza en las instituciones democráticas.

Aún aceptando que el colapso financiero es inevitable en los ciclos del capitalismo, y forma parte de la solución para redirigir los mercados e impulsar de nuevo el crecimiento, hay que exigir a los gobernantes que pongan bajo el control democrático las medidas de control de la crisis. Los gobiernos europeos deben decidirse a aplicar la famosa tasa a las transacciones financieras (tasa Tobin). En Cataluña hay que poner en marcha sin demora una decidida política industrial para los próximos años, capaz de impulsar sectores económicos emergentes, dedicando todo tipo de recursos, también económicos, a impulsar actividades dinamizadoras de la economía como las energías renovables, la automoción eléctrica , la química verde y la biomedicina, entre otras, en lugar de acoger proyectos especulativos de economía no productiva como "Eurovegas" o similares. El gobierno español debe comprometerse con una política fiscal más justa y distributiva con subida de impuestos progresiva para los más ricos sin comprometer las economías familiares más débiles. También debe impulsar, mediante una ley, la economía verde y, en cuanto el aspecto laboral, debe reducir las diferencias salariales.

Los ciudadanos debemos cambiar pautas de consumo hacia un estilo de vida más austero, menos derrochador. Tenemos que reducir drásticamente el endeudamiento privado. Hay que disminuimos los consumos de agua, de energía y de todo lo que necesita materias primas, en definitiva alejar el materialismo de nuestra vida tanto como podamos. Debemos retirar los ahorros de los fondos de pensiones especulativos y de inversiones que no sean para actividades empresariales sostenibles y para servicios socialmente útiles. Debemos consumir productos preferentemente locales, de temporada y siempre que sea posible hechos con mano de obra del territorio para no alimentar los intermediarios que no añaden valor sino que encarecen los productos, evitar emisiones de CO2 en el transporte, y sostener las economías locales . De esta manera empezaremos a recuperar el control democrático del futuro.

Salvador Clarós es sindicalista

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