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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
El P. Congar (1904-1995) realizó en su libro Entretiens d’automne (1987) un diagnóstico, tan sencillo como clarividente: el catolicismo postridentino ha establecido un espeso caparazón para los católicos, y este caparazón está siendo disuelto o arrancado por la secularización y los cambios sociales. Si la pérdida o destrucción del caparazón ocasiona la indefensión y la vulnerabilidad, como es evidente, ¿qué salidas hay para remediar la situación? Su premonición abrió horizontes de luz: el catolicismo actual o desarrolla el esqueleto de la vida cristiana, la experiencia y la vida interior, o no tendrá posibilidades de supervivencia.
Esqueleto frente a caparazón. Consistencia frente a protección. Intemperie frente a seguridad. Esta dinámica sugerida por el P. Congar arraigó en su propia vida. Un intelectual, avanzado y brillante como él, no se peleó sólo con los libros en las bibliotecas o no sólo escribió sus textos a la luz del flexo en su mesa de trabajo, sino que vivió en sus carnes unos cinco años en un campo de concentración nazi. Pudo observar en sí mismo que para superar las dificultades no era la mejor solución encerrarse en un caparazón, sino desarrollar un esqueleto sólido, que fuera el soporte de la musculatura. Refugiarse en la cueva de la seguridad es una solución de corto alcance. Cuando se sale al exterior, se pierde. Quien crece en una burbuja, se diluye al abandonarla. El esqueleto permite afrontar los acontecimientos desde la consistencia interior. Sin vida profunda personal, no hay supervivencia en un campo de concentración. El futuro se abre sólo ante quienes han encontrado el sentido de su vida, como le sucedió en una experiencia similar a Viktor Frankl. No se trata de aislarse ni de esconderse en un caparazón. Jesús fue muy explícito: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal» (Jn 17,5). Para que ello sea posible, dos requisitos: santificarse en la verdad y ser todos uno. La verdad de sí mismos, la verdad de la sociedad, la verdad de la comunidad eclesial… En este empeño, nos va la libertad: «La verdad os hará libres.» El camino del diálogo y de la transparencia. Ser todos uno significa no encerrarme en mi verdad sino abrirme a la comunión. El caparazón no sirve para conseguir estos objetivos. El esqueleto, sí.
Algunos problemas graves del catolicismo actual provienen de la falta de esqueleto y cuando falta el esqueleto se construye el caparazón. La vida cristiana, la experiencia espiritual y la vida interior requieren grandes dosis de esfuerzo en la formación. Como los vientos que soplan son muy fuertes, como los oleajes del mar están encrespados, la tentación es buscar un caparazón para guarecerse. Hoy se están observando tendencias de este tipo. Con el ansia de garantizar la supervivencia, se escoge el camino equivocado. En condiciones adversas, sólo quienes tengan un buen esqueleto podrán sobrevivir. ¿Cómo se plantea hoy la formación de sacerdotes, de personas de vida consagrada, de líderes laicos? ¿Cómo se estimula a las comunidades cristianas? ¿Qué formación se da en las parroquias? La pastoral del caparazón sólo funciona cuando sus destinatarios se mantienen dentro del caparazón. La norma sirve de referencia. Una vez salen, lo recibido se echa por la borda y se entregan al mejor postor. La pastoral del esqueleto se abre al soplo del Espíritu. Se trata de un proceso más lento, con etapas insoslayables de personalización. Requiere formadores no dogmáticos, dialogantes, interdisciplinares y testigos de lo que anuncian.
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