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Desde el comienzo he sido una admiradora de esta iniciativa dentro de la "Nueva Evangelización". Hago lo que puedo desde mi pequeña "plataforma" personal. Cada semana reúno un grupo de hombres que están en una etapa de inserción después de vivir años en dificultades de adicciones, y leemos y comentamos sencillamente el Evangelio de Marcos según el libro que he podido repartir a todos, incluso alguien que no cree, pero que piensa que "mal no le hará". He repartido libretos en la cárcel y he hecho lo que he podido, aunque esto es muy poca cosa. Pero desde aquí invito a todos a hacer pequeños gestos que son como granos de arena, ya lo sé; pero si hay muchos, pueden hacer una playa. El Evangelio anima, sin duda.

Asistí al lanzamiento de la misión en el Palau de la Música, pero no pude ir el martes al Seminario a la lectura de San Agustín

Santa Teresa nos cuenta un momento importante de su conversión a partir de dos experiencias: la primera, ante una imagen muy aterradora de un Cristo atado a la columna. Una de esas obras de arte del siglo XVI, y no precisamente de las mejores escuelas, castellana o andaluza. La otra experiencia fue con la lectura de "Las Confesiones" de San Agustín. Vemos lo que ella dice:

“7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Más considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.

"8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios. Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto [Confesiones, libro VII, hacia 12, 29. Cuando oye aquellas palabras: "Toma, lee", haciendo referencia a Evangelio], no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga. ¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora cómo podía vivir en tanto tormento. Sea Dios alabado, que me dio vida para salir de muerte tan mortal.

"9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a Dios como lo había de entender.”

Y aquí quiero llegar. Yo, hace muchos años, estaba también en un momento difícil dentro de mi búsqueda de un Dios hecho presencia y diálogo interior y no acababa de encontrarlo en las formas de una religión a veces muy formulista y separada de mis problemas personales. Al leer estos texto de Teresa, me animé yo también con el santo de Hipona, en sus luchas interiores y, sobre todo en su descubrimiento de un Dios de presencia profunda en nuestro interior, dialogante, amigo, y fuente de vida.

“Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.” [San Agustín de Hipona, Confesiones (Libros 7, 10.18, 10 27: CSEL 33, 157-163.255)]

Llegar a un Dios tan cercano, tan amigo, tan humano que despierta la sed de amistad y lo llena, fue mi salvación por encima de normas, sacrificios y estructuras. Podía llegar a todo lo que me costaba desde otra vertiente, la de una amistad que no tenía que buscar fuera, sino dentro de mí. Fue un descubrimiento que invito a todos a hacer leyendo "Las Confesiones". Un maravilloso complemento del Evangelio, que fue su punto de partida después de oír aquella voz: "Toma y lee".

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