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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Derechos frente a recortes. Resulta formidable que la gente no se resigne a perder las conquistas que se han conseguido con muchos años de esfuerzo. Este toque de atención sirve para que quienes toman las decisiones lo hagan con más cuidado. Si tuvieran carta blanca podrían arrasar con todo. El contrapeso les mantiene en el plano de la realidad, que les obliga a no cargar el peso sólo sobre las clases populares sino que también tienen que mirar a los poderosos, a los que a veces están atados. Política frente a economía. No obstante, en los pensamientos de muchos existe una laguna, el olvido de que los derechos tienen un precio. No basta darles la categoría jurídica para que se ejecuten automáticamente. Mi derecho a la sanidad, a la educación, a la vivienda… sólo son viables si alguien tiene el deber de atenderlos y además cumple con él. En Europa hemos gozado de un fantástico estado del bienestar, pero ahora resulta que no nos vemos capaces de poder pagarlo. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y no hemos controlado suficientemente la repercusión de las políticas económicas de tantos gobiernos que ahora nos encontramos al borde del abismo. Se ha hecho la vista gorda ante la especulación, la corrupción, el clientelismo… y ahora las arcas públicas no pueden pagar el ejercicio de nuestros derechos.
Pensamiento ingenuo el nuestro y, además, muy etnocéntrico. ¿Acaso los africanos, los asiáticos y los latinoamericanos no tienen el mismo derecho a la sanidad, a la educación y al trabajo que nosotros? ¿Por qué no gozan de ellos en el mismo nivel que nosotros? Muy sencillo, porque no pueden pagarlos. Habrá muchas causas para explicarlo, pero una de ellas, al menos, nos puede sonrojar. ¿El bienestar europeo se debe exclusivamente a nuestra capacidad de crear riqueza y a nuestra voluntad de trabajo y productividad? ¿No será también que nuestro bienestar, nuestro nivel de vida, se apoya en una cierta explotación de los países productores de materias primas, a las que hemos tenido acceso en régimen de colonización o de abuso económico? ¿Por qué un habitante de nuestros contornos puede gozar de una media de vida entre 70 y 80 años, mientras un africano puede sólo aspirar a llegar a los 50 años? ¿Nosotros tenemos más derechos que ellos? No. Hasta ahora los hemos podido pagar. A partir de ahora no lo tenemos tan claro.
Los derechos se basan en el reconocimiento de la dignidad de las personas. Todos tenemos la misma dignidad. Sin un esfuerzo para hacer que los derechos sean viables en todos los países, caemos en una injusticia flagrante. Europa tenía mucho dinero para que hubiera colaborado al desarrollo internacional de manera comprometida, pero casi ningún estado cumplió con el acuerdo del 0,7%. Basta ver los miles de millones de euros que ha inyectado a la banca para darse cuenta que era factible, y con cantidades más sustanciosas.
La abundante literatura sobre los derechos no ha venido acompañada por una campaña igualmente poderosa sobre los deberes. Unos sin otros conducen a un callejón sin salida. Planteamientos que generan actitudes de pasividad y dependencia. Más aún. En la promulgación de derechos se nos ha ido la mano. Hablar del aborto como derecho, por poner un ejemplo, es una prueba de que hemos perdido el norte. Pensar que todos tenemos derecho a tener un centro universitario o una estación de AVE junto a nuestra casa, nos aboca al despilfarro y a la pérdida de realismo.
Sin el respeto a los derechos (y deberes) de todos, caemos en la injusticia y en la defensa del privilegio.
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