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Hace unos días, el diario ABC nos mostraba su portada con una gran Ñ acompañada del titular "Cataluña: Tenemos un problema". Este domingo, el diario La Razón ha seguido con la portada "España es nuestra razón". Otro diario madrileño, El Mundo, hablaba de la "radicalización del Gobierno catalán", por la posibilidad de una consulta sobre el pacto fiscal. No hace falta recordar la obsesión de otro diario, La Gaceta del Grupo Intereconomía, sobre todo aquello que hace referencia a Cataluña y al catalán.
Todo estos diarios, y lo que representan más allá del Ebro y de la Franja, nos muestran, día a día, la inquietud y empeño de una parte de la sociedad española sobre "el tema catalán". Si hace casi ochenta años Abc ya llamaba en contra del Estatuto de Núria, si hace treinta se manifestaban claramente en contra del estado de las autonomías y clamaban a favor del mantenimiento del régimen anterior, ahora, y en coherencia con su concepción centralista, unitaria y homogénea de España, alertan de la deriva independentista o soberanista de Cataluña. Para todos ellos, Cataluña puede tener un gobierno regional si éste está sometido al poder central; una lengua propia, eso sí, subordinada a la lengua de la "patria nacional", y podríamos seguir así en muchos otros ámbitos. Estos diarios piden insistentemente un proceso de recentralización que, bajo la excusa del ahorro, esconde la clara intención de volver a la España unitaria.
Ante estas Ñ en portadas de periódicos, desgraciadamente no escuchamos otras voces, que creía que existían, en defensa de la España plural, federal, plurilingüe. Yo mismo, que durante muchos años la he defendido, encuentro cada vez más difícil la posibilidad de entrever que la salvaguarda de nuestra cultura, lengua, identidad e instituciones pueda hacerse en el marco de un entendimiento con España. Han pasado más de treinta años desde la transición, la Constitución y nuestros dos Estatutos y, aunque el camino hecho hasta ahora ha sido positivo, es claramente insuficiente. La decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto sentenciaba, quizás para siempre, el camino de entendimiento entre España y Cataluña, favoreciendo la radicalización de las posiciones de unos y otros. Un ejemplo es el cuestionamiento del modelo lingüístico de nuestras escuelas, a pesar del auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ante la sentencia del Tribunal Superior de Justicia.
Tengo la convicción de que, si el procesoes de recentralización y de homogeneización de España se produce, el Adiós a España de Joan Maragall será un clamor de todos y de todas.

Nuestra paciencia tiene un límite.

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