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He visto el último 30 minuts de TV3 sobre El perdón, con testimonios de Iñaki Arrizabalaga, hijo de una víctima de los asesinatos de Eta, y de Iñaki Rekarte, ex-miembro de Eta condenado por tres asesinatos. Lo he visto con el corazón en un puño, admirado y a la vez inquieto. El primero se entrevistó con un miembro de Eta que le pedía perdón. El segundo se entrevistó con la pareja de una víctima de Eta para pedirle perdón. Ninguno de los dos con los correspondientes a los propios acontecimientos, todavía no se ha llegado a este punto. Pero cuánto camino se ha empezado a recorrer con la iniciativa de la Oficina de Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco, representada por Txema Urkijo, que lo explica, serenamente y con mucha lucidez, en la entrevista que le realiza el reportaje.
Los grandes pecados piden grandes reconciliaciones. I éstas sólo se dan cuando hay arrepentimiento y misericordia. Un arrepentimiento que no exime de la pena, una misericordia que no es olvido. Pero los dos, arrepentimiento y misericordia, encarando un futuro, un nuevo escenario, una nueva historia, para los propios implicados, pero sobre todo para los que nos sucederán. La petición de perdón formulada y acogida no es sólo una cuestión puntual, que pretende resolver un conflicto concreto y personal, que también puede serlo. Es, sobre todo, una apuesta por la construcción de una nueva convivencia en un país en el que demasiada gente, tanta gente, está ahogada en un pasado de sangre.
Tal vez no será una iniciativa exitosa, lo desconozco. Pero estoy convencido de que se trata de una gran iniciativa, difícil, valiente, esperanzadora. Y el País Vasco se lo merece. Merece atisbar un futuro diferente que permita una convivencia respetuosa y pacífica en la resolución de los lícitos conflictos que la misma convivencia genera
No es el primer lugar donde se dan este tipo de iniciativas. Irlanda del Norte y Sudáfrica han sido también escenario de propuestas de reconciliación como vía necesaria para iniciar una nueva convivencia. Iniciativas emblemáticas y aleccionadoras, de hombres y mujeres valientes que han osado superar el espíritu de venganza o de autojustificación para situarse en otro nivel de relación. Su esfuerzo ejemplar merece el máximo reconocimiento.

Desconozco el papel que la Iglesia Vasca pueda tener en este tipo de iniciativas en el momento presente. Me consta el que ha querido tener, con tropiezos y muchas críticas de una parte y de otra, en tiempos pasados. Pero en cualquier caso este debería ser también el papel de la Iglesia, un papel de mediación y de reconciliación, en este conflicto concreto, y todavía mucho más en conflictos menos dolorosos que a menudo enfrentan a la ciudadanía y en lo que, a veces, en algunos lugares, la Iglesia acaba de echar leña al fuego. Ahora que se habla de nueva evangelización, pienso que esta también pasa por hacer una relectura seria del papel de la Iglesia en la nueva sociedad en la que se halla inmersa, releyendo y readaptando el mejor espíritu de Gaudium et spes del Vaticano II.

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