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La reciente celebración de la festividad de San Juan Bosco me ha hecho recordar un episodio fundamental de su vida y para toda la obra posterior. Se trata del encuentro con el joven albañil Bartolomé Garelli. Fue un encuentro espontáneo a raíz de una actitud nada acogedora del sacristán de turno. Don Bosco intervino al oír gritos y ver como el jovencito recibía una serie de golpes en los hombros. Y todo por una pregunta y una respuesta. La pregunta fue: «Ayúdame preparar la misa». Y la respuesta: «No sé». El enfurecido sacristán volvió a preguntar: «¿Por qué vienes a la sacristía si no sabes ayudar a misa?

La intervención de Don Bosco supuso, en primer lugar, una descalificación razonada de la actuación anterior y la inmediata apertura de un coloquio con el joven inmigrante. El diálogo fue breve y casi «curricular»: ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿De qué haces? ¿Vive tu padre? ¿Y tu madre? ¿Cuántos años tienes? ¿Sabes leer y escribir? ¿Sabes cantar?... Las respuestas fueron breves y el rostro progresivamente se le iba entristeciendo de tal manera que Bartolomé tuvo que secarse los ojos. En este momento, Don Bosco le formuló una nueva pregunta que se convertiría en una clave: «¿Sabes silbar?" La respuesta afirmativa y la risa que provocó a Bartolomé fue el comienzo de una nueva relación. Este fue el comienzo de la obra educativa del santo piamontés que aglutinaría decenas de jóvenes en pocas semanas.
En nuestra vida tenemos ocasión de experimentar diversidad de preguntas. Preguntas inoportunas y otras deseadas, preguntas insidiosas e intencionadas, preguntas razonables y preguntas sin respuesta, preguntas para preguntar o que hacen pensar, preguntas que incluyen la respuesta y preguntas abiertas, preguntas que exigen algo y preguntas que no esperan nada, preguntas que envenenan y que motivan, preguntas que producen una sonrisa y preguntas que hacen llorar... Preguntas sobre el tiempo o sobre la vida, y también, preguntas para cambiar de conversación cuando no interesa el tema iniciado.
Muchas de las situaciones educativas -en el mundo escolar o no-implican una interacción que a menudo pasa por la pregunta de uno o de otro. La pedagogía de la pregunta no sólo consiste en llegar a buen puerto desde un progresivo ejercicio de cuestionamiento. También supone elegir el momento oportuno, la modulación emocional, la acogida del otro y, muy especialmente, la disposición al acompañamiento o la realización de un itinerario educativo a partir de la respuesta. Muy a menudo, en nuestra actuación -como padres, esposos, maestros, ciudadanos...- nos convendría reflexionar a fondo qué preguntamos. Y también como Iglesia. En efecto, hay preguntas y «preguntas». Y por tanto, obtendremos respuestas y «respuestas».
Publicado en Catalunya Cristiana, edición 1690, 12 de febrero de 2012, p.14.
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