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Por Jordi Llisterri i Boix .

En Cataluña, así a ojo, hay alrededor del 65% de la población que cuando les preguntan a qué religión pertenecen dicen que son católicos. Obviamente, si todos fueran católicos, apostólicos y romanos practicantes, las Iglesias estarían a rebosar y deberían aprovechar las oficinas que cierran los bancos, cajas e inmobiliarias para meter a los seminaristas, pero no es el caso. En cambio, sí que es cierto que una parte muy significativa de la población catalana se siente identificada de una manera u otra con el catolicismo, con unos índices que ya quisiéran en muchos otros países de Europa.

Esta situación no es exclusiva de la Iglesia católica. Le pasa lo mismo que a todas las instituciones y colectivos normales: que, entre sus miembros, hay grados de adhesión muy diversos; es probablemente una de las principales diferencias entre una institución relevante y una secta, donde sólo existen "los de dentro" y "los de fuera", sin medias tintas.

Así, en este 65%, que podríamos llamar el "catolicismo sociológico", encontramos el núcleo duro, el aparato, los disidentes, los ortodoxos, los hooligans, los simpatizantes, los "pasotas", los que se aprovechan, los que se sacrifican, o los que un día pasaron por allí ...

Pero todos, en principio, no deberían sentirse demasiado lejos del cristianismo y de lo que hace y predica la Iglesia. En definitiva, un buen terreno de cultivo para el grano de mostaza y en el que sin duda, los medios de comunicación tienen un papel fundamental.

La semana pasada critiqué tranquilamente las prácticas de mi gremio profesional. Se podría decir exactamente lo mismo de la entrevista de este jueves al obispo Xavier Novell en Catalunya Radio, también presentando un libro sobre su vida y milagros. No hay que volver a ello y, en este caso, no se ha organizado el festival de la semana pasada, aunque tampoco era difícil aprovechar alguna afirmación para organizar otro follón.

Pero en este caso me ha llamado la atención una frase de la entrevistadora. "Estamos alejados", le decia al obispo. Al igual que cuando le reprochaba que lo que quería era oir cosas para "ser felices".

Pues algo no hacemos bien, si la gente que nos escucha en radio y televisión piensa esto. ¡La expresión "Dichosos" es la primera palabra clave del Sermón de la Montaña! Es verdad que el "¡Ay de vosotros cuando todos os alaben" sale al final, pero no se empieza por ahí.

No se trata, ciertamente, de acomodarse a un mensaje líquido adecuado a los tiempos que corren. De venderse como una botella de colonia o de hacer atractivas ofertas como las de los cruceros tras el naufragio. Pero si, cada vez que un obispo habla de principios doctrinales, nos alejamos más del catolicismo sociológico, es que algo falla para acercarlos al Evangelio. En fin, es de eso de lo que se trata, no de cómo está redactado el código penal.

Ya no se trata sólo de matar al mensajero, al que sólo podemos dar una parte de la culpa. Se trata de ver si, por este camino, al final sólo quedaremos cuatro. Porque no habremos podido hablar de lo nuclear, mientras íbamos rizando el rizo con las distinciones entre los homosexuales y la práctica de la homosexualidad, o metiéndonos en un berenjenal sobre la atracción sexual hacia los menores.

La Iglesia necesita un grupo de católicos convencidos, con valores y experiencias sólidas como una roca, pero no puede ser sólo para cuatro convencidos. No puede ser que cada vez nos vean más alejados de aquellos a quienes queremos acercarnos. Y todos sabemos que el peor reproche que se le puede hacer a un párroco de pueblo es decirle que lo sienten lejano y que no se le entiende.

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