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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Ellas y ellos, tras un período de escucha y discernimiento, decidieron consagrar su vida a Dios a través del seguimiento de Jesús. Ellas y ellos trabajan en la vanguardia eclesial, en las zonas de frontera eclesial, en la periferia de las ciudades, en los ambientes de marginación, en el diálogo entre la fe y la cultura, en el campo de la educación y de la sanidad, en los espacios de contemplación… Ellas y ellos suelen moverse entre bambalinas con gran discreción y el anonimato cubre sus aportaciones. Ellas y ellos también admiten que haya algunos compañeros mediáticos, aunque son los menos, porque respetan la libertad y el pluralismo. Ellas y ellos saben que han apostado por un estilo de vida no siempre fácil. En las trincheras de la historia es más frecuente recibir heridas y correr riesgos. Ellas y ellos conocen la distancia entre la utopía del Reino y la realidad, a veces frágil y quebradiza, de sus vidas. Las sombras no impiden descubrir la luz que brilla en cada amanecer. Ellas y ellos consideran su vocación como un don y no como una conquista. Resuenan en su interior las palabras de Jesús en la última cena: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15,16). Mérito, ninguno. Sólo se trata de hacerse digno de la vocación recibida. Superioridad sobre los demás, ninguna. Las gracias son diversas, todas provienen de la misma fuente y todas ellas son complementarias. Ellas y ellos pugnan por vivir en humildad, es decir, pegados a la tierra con la vista en el cielo.

Ellas y ellos sintonizan, especialmente, con la función profética, ínsita en su tarea. Anunciar la buena noticia a todos y denunciar cualquier conducta que hiera el rostro y el corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Quien abofetea a un semejante, lastima la faz de Jesús. Siempre atentos al evangelio y a la realidad. A veces, incómodos, porque anuncian mensajes contraculturales. Ellas y ellos hacen de la fraternidad su signo visible, siguiendo las pautas del Maestro: «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8). Pugnan por evitar la confrontación sobre quién es más importante. Ellas y ellos, anticipan de este modo el estilo de relación que presidirá la vida futura, la vida escatológica como les gusta decir a los teólogos. Su modelo no es la pirámide sino el círculo, en cuyo centro se encuentra Jesús abrazando a un niño, imagen de la fragilidad y de la gente necesitada. Ellas y ellos son conscientes de que «no hay nada tan tortuoso y tan enfermo como nuestro corazón ¿quién lo puede conocer a fondo» (Jr 7,9). Por este motivo piden a Dios un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible al amor (Ez 36,26).

Ellas y ellos, como cada año, celebran el 2 de febrero la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Ellas y ellos viven alegres y en esperanza. Nada les dispensa de comprometerse a fondo con la historia, pero saben que lo más importante depende del Otro. Les preocupan muchas cosas, pero saben que no son el amo de la viña. Ellas y ellos cultivan el espíritu de comunión y el diálogo con los responsables eclesiales y con los laicos, con quienes trabajan codo a codo. Ellas y ellos sufren fuertes embates de todo tipo en estos tiempos de turbulencias, pero resisten con esperanza y con la convicción de ser «unos sirvientes que no merecen recompensa: hemos hecho sólo lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10). Ellas y ellos confían que los jóvenes, al escuchar la llamada de Dios, respondan con generosidad a su vocación y se esfuercen por hacer un mundo más libre y humano. Ellas y ellos...

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