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HOMILIA DG-TO-B04 (Mc 1,21-28)

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En todos los colectivos hay un "discurso oficial" cuyos límites se respetarán si no quieres que se rompa la cohesión. Pasa con la disciplina de partido, con la línea editorial, con la doctrina oficial, etc. Toda institución tolera sólo un cierto grado de disidencia y mal si no tiene claro cuál es su límite de tolerancia a la heterodoxia, porque, si no es así, más tarde o más temprano parar.

También el profeta, que a menudo se ha presentado como el hombre sin ataduras, se debe a una disciplina de partido, una línea editorial, una doctrina oficial ... incluso más rígida que la de cualquier otro, si hacemos caso al libro del Deuteronomio: «le pondré los labios mis palabras y él dirá todo lo que yo le ordenaré ... Pero si un profeta se atreve a decir en mi nombre palabras que yo no le haya mandado, o bien habla en nombre de otros dioses, entonces este profeta morirá. "El profeta bíblico no es el típico personaje ácrata que dice lo que le pasa por la cabeza sólo para épater le burgeois. El verdadero profeta no va por libre, está sometido a Dios ya sus palabras, que es el sometimiento más implacable que hay.

Como decía Mossen Ríos Campos en la presentación de su nuevo libro en el Ateneo, Jesús estaba rodeado de gente con ansias de hacer estallar el sistema para forzar la liberación de Israel y la venida del Reino. Al principio, muchos de ellos se apuntaron a su grupo porque pensaban que era un anarquista greñudo como ellos, pero antes se dieron cuenta de que se debía a una causa mucho más radical que la liberación política de Israel, una causa que pedía una obediencia mucho más férrea que la que ellos estaban dispuestos a soportar. Y es que eso de enseñar en nombre de Dios "una doctrina nueva en la que incluso los espíritus malignos están sometidos», no es ninguna frivolidad.

Si Jesús era tan creíble, si su autoridad era tan diferente a la de los maestros de la ley, es por su insobornable fidelidad a las palabras de otro a quien él se sentía absolutamente vinculado. Ahora bien, era precisamente esta obediencia granítica a la voluntad de Dios la que lo hacía tan oxigenadament libre a los ojos de los hombres. La obediencia a Dios la liberaba, precisamente, de otras obediencias que no hacen profetas sino portavoces uniformados.

Los obispos no tienen porque ser profetas, es cierto, y se deben a un discurso oficial que tienen que mirar por lo menos respetar. Esto no quita que nos entristecemos cuando esta obediencia necesaria oscurece aquella otra obediencia insobornable que debería espolear en último término. Que un obispo católico, en nuestros días, ante la situación de la mujer en la iglesia y de la homosexualidad, esté obligado o bien a callar o decir lo que dijo la semana pasada un importante prelado catalán, duele en el alma. Conste que no es el problema de un prelado, sino de la incapacidad institucional de modificar un discurso y unas disposiciones que escandalizan a muchos de sus hijos y hacen daño a cada vez más gente de buena voluntad. Hace tiempo que los espíritus malignos, cuando oyen ciertas palabras, lejos de acurrucarse, baten las alas con una exaltación más febril.

No seré yo el que pontifique sobre qué es lo que Dios quiere para la Iglesia en estos temas tan delicados y hay que ser conscientes del límite de tolerancia del cuerpo entero si no lo queremos romper, pero deberíamos al menos de poder hablar bien a fondo y sin dilaciones de estos temas, a riesgo de quedar relegados definitivamente al ostracismo social. Ya son demasiadas mujeres y demasiados homosexuales a quienes se pide hacer un ejercicio cada vez más injustificable de hermenéutica institucional. Honestamente, cuando esto sucede en este grado y con esta intensidad, cuando el prelado se ve olvido a pedir perdón porque no se ha entendido bien lo que no se puede entender de otra manera, entonces debemos reconocer todos que el discurso oficial violenta de tal manera la realidad que sólo puede mantenerse con autoritarismo, no con autoridad.

No sea que Dios se canse de nosotros y vierta sobre nosotros el castigo que corresponde a los falsos profetas que repiten un discurso oficial, pero no dicen en su nombre las palabras que de verdad les está mandando.

(El ambón es una recopilación del blog "La homilia del Marc")

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