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En los últimos años, parece imponerse un mismo discurso en todo: sólo con los recortes presupuestarios, la reducción del gasto público, la reforma del mercado de trabajo, la privatización de algunos servicios públicos y, en fin, con la reducción del papel de los poderes públicos -las administraciones- seremos capaces de superar la crisis actual y, en especial, el déficit público. Reducir el déficit y conseguir una estabilidad presupuestaria es el objetivo. La precariedad de los gobiernos, que siguen estas directivas independientemente de sus ideologías, parece que los haga doblegarse ante las presiones exteriores, las inocentes agencias de rating o la City londinense, abocadas a buscar el máximo interés a corto plazo jugando con los débiles gobiernos democráticos, desorientados y sin liderazgo.

El centro derecha y el centro izquierda, la democracia cristiana y la socialdemocracia parecen atrapados en las telarañas complejas de la Unión Europea, sin reflejos para responder a esta nueva situación. Esto explica el preocupante aumento de la extrema derecha en Francia, Holanda, Bélgica, Hungría y otros países europeos. La mejor manera de responder a la inquietud social que se expresa con el fortalecimiento de la extrema derecha es precisamente huyendo del fatalismo del discurso único, afianzando las políticas que dinamicen la economía y el trabajo, las políticas de redistribución de la riqueza y la cohesión social, evitando la fractura y la precarización de la vida.

Debemos combatir la resignación al discurso único. Otra política social, económica y europea es posible.

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