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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Se afirma a menudo que “Cataluña es el país más secularizado del mundo después de Holanda”, que “Cataluña es uno de los países europeos (y la comunidad autónoma española) donde la gente se siente menos religiosa”, etc.

Ante estas afirmaciones que, a base de repetirlas, se afianzan en el imaginario colectivo, me pregunto si se trata de una formulación científica, sociológicamente comprobable, o de una etiqueta. Si estas conclusiones surgen de un estudio, hay que analizar con rigor las variables que se han aplicado en su confección así como el método y los criterios de interpretación utilizados. Muchas veces se mete gato por liebre y se distorsionan los resultados. Por ejemplo, no se pueden comparar los matrimonios católicos con el total de matrimonios civiles, porque un matrimonio católico, extraídos los datos de bodas tras nulidad o viudedad, poco relevantes numéricamente, sólo es comparable con el matrimonio civil contraido en primera instancia, no con todos. El Dr. Joan Estruch, prestigioso investigador, afirmó hace dos años a partir de un estudio realizado por la Lliga por la Laicidad que “es pot afirmar que ‘Catalunya ha deixat de ser catòlica’ i es pot afirmar el contrari, depèn del punt de vista des del que es parla”. La objetividad es el primer requisito para acercarse respetuosamente a la realidad e intentar conocerla sin prejuicios ni miedos. Pero no siempre es así. En Cataluña, creímos ingenuamente que si se publicaban las balanzas fiscales todo el mundo abriría los ojos. Sin embargo, los que no quieren ver, niegan las cifras o ignoran su validez.
Las etiquetas siguen otra dinámica. Pueden tener diversos orígenes, pero fijan en la mente diagnósticos inamovibles de realidades cambiantes. Se pierden los matices. Se prescinde de los análisis y de los aspectos críticos. Se creen a pie juntillas y no se discuten. Se afianzan por repetición. Los grupos creadores de opinión pueden manipular los hechos para convertirlos en etiquetas con el interés de dirigir el pensamiento colectivo en una determinada dirección. La perversión parte del deseo para forzar la realidad a que sea vista de un modo preciso. El diagnóstico no surge de los hechos. Una sociedad que estructura su pensamiento en etiquetas no es libre. Existen muchas etiquetas y resulta indispensable desactivarlas.
El problema se presenta cuando las personas actuamos de acuerdo con las etiquetas, porque las asumimos sin más. La realidad religiosa de Cataluña está influenciada por el mundo global, pero presenta perfiles propios. Existen sombras, pero a la vez numerosos puntos de luz. La diferencia con otras zonas no implica mayor secularización, sino distinta sensibilidad. Si la jeraquía no es beligerante con el poder político en general, como en otros territorios, no significa falta de consistencia. Acaso avala un carácter más dialogante. El compromiso social de las comunidades cristianas es innegable. Los medios de comunicación subrayan, cuando lo hacen, las aportaciones sociales los cristianos, pero dejan en la penumbra la dinámica espiritual que las promueve. No es justo comparar sin más, desde una óptica espiritual y creyente, la realidad actual con las épocas del nacionalcatolicismo. Hay retroceso sociológico, pero a lo mejor existe mayor personalización de la fe. Existe inquietud espiritual.
Me resisto a aceptar etiquetas sin más, porque son casi siempre injustas y manipuladoras. Podemos dialogar sobre la secularización de la Cataluña actual, pero sin prejuicios ni etiquetas porque unos y otras imposibilitan el diálogo y alejan de la verdad.
Grupos

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