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Estos últimos días he visitado Pekín. He participado en un Seminario sobre redes sociales organizado por las universidades de Pekín y Oxford. Hacía más de veinte y cinco años de mi primera y única visita. Todavía recuerdo nítidamente algunas imágenes: las calles llenas de bicicletas y muy pocos coches, la gente vestida de manera muy sencilla, control social y político por todas partes, austeridad y pobreza.
El cambio que he visto es impresionante. Pekín se ha convertido en una inmensa ciudad de más de veinte millones de habitantes, las bicicletas casi han desaparecido y me he encontrado con un tráfico caótico e imposible de coches, con miles de edificios de nueva construcción y con la emergencia de una clase media y profesional que recuerda, en muchos aspectos, las sociedades occidentales. Con un setenta y cinco por ciento de la economía en manos privadas, China se ha convertido en la factoría del mundo, primer exportador y segundo importador del mundo. Con un crecimiento anual alrededor del 7% está convirtiéndose en un actor estratégico del siglo XXI. El Partido Comunista Chino continúa al frente del país manteniendo un control estricto de los mecanismos de poder y, en especial, de los medios de comunicación, con un ejército -vale la pena recordarlo- de dos millones de personas. Con todo, parece que una parte importante de la población apoya una élite política que está siendo capaz de recuperar este gran continente. En China sigue existiendo una gran diferencia económica social entre el litoral y el interior, entre una China industrializada con una emergente clase media y un interior rural empobrecido donde vive una gran parte de la población. En todo caso, y a pesar de esta gran diferencia, China está convirtiéndose en una de las principales potencias del mundo.
En Pekín pensaba en la cumbre europea de este fin de semana y el rechazo británico de reformar el Tratado de la Unión Europea. El primer ministro británico David Cameron ha perdido definitivamente el norte. No tenemos alternativa: o más Unión Europea o el desastre. Ante las grandes potencias que están transformando el mapa del mundo, o nos unimos o quedaremos engullidos por las nuevas potencias económicas que hoy gobiernan el mundo. No hay margen.

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