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Catalunya Religió

(CR) A una semana de las beatificaciones de este domingo en Tarragona, el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, pide que "no se instrumentalizan los muertos" ni "a favor de ninguna opción política, nacionalista de un signo u otro, económica, ni de ninguna sensibilidad eclesial". Lo defendía este domingo en un artículo publicado en La Vanguardia en el que relata la actitud de la abadía de Montserrat, que cuenta con veinte monjes entre los mártires asesinados en 1936.

El abad remarca que este acto de memoria de los mártires "no tiene otra finalidad que reconocer su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, además de proponerlos como modelo de coherencia en la fe" y que este acto" no va contra nadie". Es un texto en sintonía con el documento que presentó el jueves la Unió de Religiosos de Catalunya, y del que publicaron hace pocos días tres curas de Tarragona, Manuel M. Fuentes, Norbert Miracle y Armand Puig.

Para el abad, que "ahora Iglesia se fije en los que dieron la vida por Jesucristo" no va en contra de lo que "también son dignos de recordar todos los que fueron muertos por coherencia con sus ideas sociales y políticas, o por su fidelidad a Cataluña". También hace evidente como después de la Guerra Civil: "el abad Marcet fue siempre visto con sospecha debido a su catalanismo y de la manera como a escondidas ayudaba esta causa. Se puede decir que el abad Marcet fue también un mártir del corazón, por lo que sufrió personalmente, por el dolor del asesinato de tantos monjes y para ver cómo el renacimiento de Cataluña que había hecho posible el Estatuto era interrumpido y hasta se tomaban medidas para volver atrás".

Josep Maria Soler también reconoce que "hubiéramos querido una celebración más nuestra", es decir, beatificar los monjes asesinados de Montserrat en una acto menos multitudinario que el de Tarragona. Pero explica que ante la convocatoria de una macrobeatificació de Tarragona "Montserrat hemos querido privilegiar la comunión eclesial con el arzobispo de Tarragona y con los demás obispos de la Conferencia Episcopal Tarraconense y (...) las congregaciones religiosas que tienen miembros que serán beatificados".

El artículo se cierra aceptando que puede haber lecturas diversas de este acto, haciendo referencia a las diversas críticas a la beatificación, pero que "la celebración no debería utilizarse para fines políticos o por intereses particulares".

Pueden leerlo a continuación.

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Montserrat y los mártires en Tarragona
Josep Maria Soler, Abad de Montserrat

Nunca se puede instrumentalizar a los muertos, y menos a las víctimas de asesinatos. No debemos hacerlo a favor de ninguna opción política, nacionalista de uno u otro signo, ni económica, ni de sensibilidad social. Todos los muertos, y más aún los inocentes asesinados, deben ser respetados. Si fueron ejecutados por el hecho de ser cristianos, no pueden ser recordados por otra cosa que por su seguimiento de Jesucristo, y como portadores de reconciliación y paz, siendo discípulos de Aquel que, en la cruz, excusó y perdonó a quienes le ejecutaban mientras daba la vida por amor, un amor universal.

Tampoco se puede instrumentalizar a los mártires que serán beatificados en Tarragona. No se les puede encuadrar en uno de los bandos en lucha, pues sufrieron la muerte al inicio de la conflagración, e incluso antes. Entre ellos había conservadores y progresistas, jóvenes y viejos, con opciones políticas distintas. No fueron asesinados por eso. Bastaba ser sacerdote, religioso, seminarista o laico comprometido para ser susceptible de ultraje, de tortura y de asesinato. Por eso, tildarlos de franquistas y vincularlos a hechos posteriores no sería sólo un error histórico, sino una falta de respeto a su memoria.

Voy a hablar sólo de los de Montserrat, casos que conozco mejor. Nuestra familia monástica, con el abad Antoni M. Marcet al frente, había acogido con lealtad la República como expresión de la voluntad popular. Aunque había distintas sensibilidades, la comunidad vio con buenos ojos el Estatut de Catalunya pues reconocía los derechos de nuestro pueblo, por lo cuales muchos monjes habían trabajado. Se hallaban en eso en sintonía con el cardenal Vidal i Barraquer. Las relaciones con las autoridades de la República y la Generalitat se caracterizaban por el respeto e incluso la colaboración. Y, a pesar de todo, al inicio de la revuelta, el abad Marcet y los monjes se vieron perseguidos. Es interesante leer el testimonio de algunos miembros de la comunidad sobre lo que ocurría en Montserrat entre el 18 y el 27 de julio de 1936.

Al percatarse del cariz de tomaban los acontecimientos, el abad Marcet se ofreció como rehén y estaba dispuesto a morir para salvar a la comunidad. Los monjes tuvieron que abandonar el monasterio y huir por la montaña o mezclarse, vestidos de seglar, entre los veraneantes en Montserrat. Los testimonios hablan de hasta qué punto estaban dispuestos a afrontar la muerte a causa de Jesucristo. Alguna misa que pudieron celebrar a escondidas, les evocaba las de los primeros cristianos en las persecuciones romanas. Sabían que eran perseguidos por su condición de monjes, y que, si renegaban de ella, dejarían de ser objeto de persecución. Gracias a las gestiones de la Generalitat, y en especial del conseller Ventura Gassol, la mayoría de la comunidad se salvó, algunos tras haber sufrido en la cárcel muchas penalidades. Sin embargo, veintitrés monjes murieron. Uno de ellos, mientras se encontraba en el monasterio de El Pueyo, en Barbastro, colaborando en la formación de candidatos a la vida monástica; fue asesinado con toda aquella comunidad. Aunque, en los años cincuenta del siglo pasado, al llevar a cabo el estudio de cada caso, no se pudo probar la muerte por causa de la fe en dos de los de Montserrat, les recordamos a todos con afecto y veneración. La actual beatificación no tiene otra finalidad que la de reconocer su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, además de proponerlos como modelo de coherencia en la fe y de poderlos invocar como intercesores. Se trata de un acto que no va contra nadie; si no fuera así, no seríamos fieles a su herencia de amor y de perdón. Al tiempo, merecen recuerdo todos los que murieron por coherencia con sus ideas sociales y políticas, o su fidelidad a Catalunya. Ahora, la Iglesia, perdonando y pidiendo perdón, se fija en quienes dieron la vida por Jesucristo y valora su gesto.

El final de la guerra no supuso la tranquilidad. Algunas voces entre los vencedores querían que los monjes no regresaran para poder entregar el monasterio y el santuario a otra orden religiosa. El abad Marcet fue visto siempre con suspicacia a causa de su catalanismo y por cómo favorecía, a escondidas, esta causa. Se puede decir que el abad Marcet fue también mártir del corazón, por su sufrimiento personal, por el dolor a causa del asesinato de tantos monjes y por tener que ser testigo de la interrupción del Estatut que había hecho posible el renacimiento de Catalunya y de las severas medidas para retroceder.

Como otros, hubiéramos deseado para la beatificación una celebración más acorde a nuestra sensibilidad, pero desde Montserrat hemos querido privilegiar la comunión eclesial con el arzobispo de Tarragona y con los demás obispos de la Conferencia Episcopal Tarraconense y con las Iglesias diocesanas de las que son pastores, así como con las congregaciones religiosas con miembros en las distintas causas, algunas profundamente enraizadas y comprometidas con Catalunya.

Nos alegramos con la beatificación por lo que supone de reconocimiento eclesial de aquellos y aquellas que dieron la vida por Jesucristo. Esta celebración, sin embargo, no debería ser instrumentalizada con fines políticos o por intereses particulares. Se presta a distintas lecturas, que incluso pueden oponerse al hecho mismo, a su oportunidad o a la forma de celebrarlo. De todos modos, el contraste de pareceres debería llevarse a cabo sin crear un enfrentamiento que implique división. Si conseguimos hacerlo de forma respetuosa y dialogante, aunque haya discrepancia, honraremos la memoria de los nuevos beatos y haremos una positiva aportación a la convivencia civil y a la comunión eclesial.

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