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Catalunya Religió

(Salvador Pié) En una lectura del texto de Benedicto XVI donde comunica su renuncia, se constata que no se emplea la expresión “papado”, sino su ser obispo de Roma y sucesor de Pedro, como títulos más antiguos y carcterísticos, preferidos por la Encíclica, Ut unum sint (1995). Tal uso recuerda las precisiones de Y. Congar cuando constataba que en la alta Edad Media de la Iglesia “Roma ejercía un primado sin papado” (“un primatus sans papatus”, L’ecclésiologie du haut moyen-âge, Paris 1968, 359), teniendo presente que la palabra papado asumió un sentido más civil que lo unía al carácter sagrado clásico propio de las monarquías absolutas, el cual desgraciadamente, a veces, obscureció el ministerio eclesial de primado del Obispo de Roma.

Benedicto XVI con su renuncia indica con finura que la persona del Obispo de Roma y sucesor de Pedro, a pesar de ser ostentar el ministerio más relevante de la Catolicidad, comparte la condición limitada propia de la persona humana. Y esto pone aún más de relieve el carácter propiamente de servicio ministerial –significado en el precioso título de inspiración bíblica “siervo de los siervos de Dios” (servus servorum Dei)- del sucesor de Pedro que es el Obispo de Roma, colegialmente unido a todos los obispos de la Iglesia (cf. Lumen Gentium III). Aún más, teniendo presente que Benedicto XVI al ser elegido en su escudo prescindió, por primera vez en muchos siglos, del signo de la Tiara –expresión típica del papado- y puso en él una Mitra, como los demás obispos, significando su ministerio primacial en la Iglesia proviene de su ser obispo de la sede de Roma, la Iglesia que, según indica bellament Ignacio de Antioquía, “preside la asamblea del amor que es la Iglesia” (LG 13; AG 22).

Anotemos, además, que de esta forma Benedicto XVI matiza el artículo aparecido en l’Osservatore Romano del 2.IX.1977, que justificava porqué el Papa no estaba incluído en el límite de los ochenta años de los cardenales que participan en el Cónclave –según prescribe el Motu Propio de 1970- y la razón era que tal ministerio del Papa era “único y diverso”. Obviamente que Benedicto XVI continúa pensando que el ministerio papal es “único y diverso”, pero, en cambio, retiene que su condición es similar a la de los obispos y cardenales en lo que se refiere a la “capacidad de ejercer de modo adecuado” su propia misión. Es claro que este ministerio se mantendrá como “único” que es, y seguramente sin prefijar la obligación de renuncia, pero, a su vez, se podrá reconocer la oportunidad “para el bien de la Iglesia” de que el obispo de Roma renuncie a este servicio para lo cual tiene “el derecho o aún el deber”, según el mismo Ratzinger afirmaba en 2010 en el libro “Luz del mundo”. Se trata, pues, como observa agudamente Luigi Accattoli, de la reforma más importante introducida en la vida de la Iglesia católica por Benedicto XVI. Una reforma no formulada juridicamente, pero sí promulgada con los hechos. He aquí la fuerza y la significatividad del Ministerio Petrino atestiguada por Benedicto XVI, cuya memoria agradecida por la Iglesia restará para siempre.

Salvador Pié-Ninot és catedràtic de la Facultat de Teologia de Catalunya i de la Pontifícia Universitat Gregoriana de Roma. Expert del Sínode sobre la Paraula de Déu (2008) i sobre la Nova Evangelització (2012).

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