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Catalunya Religió

VII Jornada del Grup Sant Jordi

(Carles Armengol) A las dificultades que "siempre" conlleva la triple fidelidad a Cristo, a las personas concretas y al país -y que el Grupo Sant Jordi quiere conservar-, se añade hoy la dificultad que tiene creer en un tiempo marcado profundamente por la secularización, por la dispersión y la evasión consumista, por rigideces jerárquicas y dogmáticas, por la ideología cientificista, por la interpretación tópica y banal de la multiculturalidad...

Por todo ello, conservar y transmitir la luz de la esperanza es, en estos momentos, lo más decisivo de todo. Pero ¿cómo mantener la esperanza cuando el contexto cada vez va más en contra? ¿Cómo encontrar de nuevo la semilla y velar para que no se pierda? En este sentido, nos encontramos en un tiempo de resistencia, en el que las recetas y las seguridades se ven y se sienten caducas. ¿Desde dónde, pues, conservar y transmitir lo valioso? ¿Desde dónde resistir?

Este fue el punto de partida de la VII Jornada del Grup Sant Jordi de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, celebrada en Barcelona el día 12 de noviembre de 2011, con la colaboración de los Equipos de Pastoral Política y Comunicación.

El tema de la jornada fue, pues, Mantener la esperanza en tiempos difíciles. Una reflexión desde el pensamiento y desde la experiencia sobre las dificultades del momento presente, los motivos para la esperanza y la resistencia a tales dificultades.

Para articular esta reflexión, se contó con las ponencias de Josep Maria Esquirol, escritor y profesor de Filosofía, sobre Guardar la esperanza desde el pensamiento; de Juan Rubio, director de Vida Nueva, sobre Guardar la esperanza desde el compromiso con los demás, y de Bernabé Dalmau, monje de Montserrat, sobre Guardar la esperanza desde los lugares sagrados.

También se pudo escuchar un rico conjunto de testimonios en torno a la experiencia personal de Esperar a pesar de todo, con las intervenciones de Ramón Ibeas, secretario general de Cáritas Diocesana de Vitoria, Mercedes Soler, ex presidenta de la ACO; Julio Silvestre , párroco de la Parroquia de San Cristòfol de Castellón; Noemí Ubach, del Movimiento de Católicos Profesionales de Barcelona, ​​y Javier Baeza, párroco de la Parroquia de San Carlos Borromeo de Entrevías (Madrid).

Tiempos difíciles

No es necesario insistir en todo lo que ya está ampliamente presente en el discurso público sobre la crisis que estamos viviendo y las dificultades de orden económico, social, incluso político, que lleva asociadas esta crisis. Son bastante evidentes, al menos en sus consecuencias, y las reconocemos en todo, en nuestros ambientes más inmediatos. Pero hay otras dificultades y sombras en el momento presente.

En el orden del pensamiento, o de lo que podríamos llamar la cultura dominante, nos preocupa:

- La exacerbación de la aspiración a una banal realización personal, con un ideal bastante desdibujado y degradado de esta realización, en clave meramente individualista.

- El discurso ideológico del cientificismo y de la técnica, que recrea un mito de progreso permanente y de una pretendida evolución, a menudo falsa o vacía.

- El anclaje en el nihilismo, no como experiencia, sino como posición vital desde la que "todo es nada".

- El dogmatismo como cobijo, que sólo aporta falsas soluciones y falsas seguridades.

Desgraciadamente, estos rasgos tienen consecuencias sociales negativas y algunos también se manifiestan en la vida de la Iglesia, particularmente en los ámbitos centrales de la jerarquía española, donde el recurso al dogmatismo y la uniformidad se convierte en el falso refugio cuando no se encuentra la forma adecuado de presencia en el espacio público. Una Iglesia tentada por el intervencionismo político, demasiado recelosa de la diferencia pero, al mismo tiempo, con una realidad interior dividida y fragmentada.

El análisis de las dificultades siempre puede resultar abrumador, pero no podemos perder de vista dos perspectivas que nos tienen que ayudar a ponderar y situar, en su justa medida, este análisis. Una perspectiva es la histórica. Ha habido muchas épocas oscuras en la historia de la humanidad, de nuestro país y de la misma iglesia, pero en estos inviernos también se ha mantenido la vida y han germinado semillas de renovación. Y todos los inviernos pasan. También deben hacerse presente la perspectiva territorial o geográfica. No podemos olvidar que dificultades y problemas graves que nosotros vivimos asociados a la crisis que estamos sufriendo son la normalidad y la perspectiva de futuro para las personas de muchos pueblos de la tierra.

Mantener la esperanza

Ciertamente, el análisis del momento presente aporta muy pocos datos para la esperanza. Pero la falta de datos no excluye tener razones para esa esperanza. Tener esperanza no es hacerse ilusiones, sino algo más profundo que no parte de las evidencias del momento.

Conocemos la dificultad de construir un relato pleno y satisfactorio de sentido. El sentido siempre se mantendrá parcialmente misterioso e inaccesible. La duda siempre nos acompañará pero, desde esta intemperie, podemos esperar gracias a las chispas de luz o "de sentido" que nacerán de nuestros sueños proféticos, o los profetas verdaderos, personas que, bien arraigadas en Jesucristo, nos aportan estas razones de esperanza que pueden iluminarnos.

La esperanza, desde la tradición bíblica, no es únicamente un asunto personal; la promesa de la salvación lo es también para todo el pueblo de Dios. También aquí hemos de rehuir la visión reduccionista del individualismo de la realización "personal" y abrirnos hacia el prójmo y la comunidad.

Desde dónde resistir

Esperanza y resistencia son dos dinamismos vinculados. En la medida en que guardamos esperanza podremos resistir, pero podemos esperar porque resistimos. Sin esta capacidad de resistencia frente a las fuerzas disgregadoras, nada podríamos esperar. La esperanza es el motor y, al mismo tiempo, el resultado de resistir. Esperanza y resistencia se retroalimentan.

La resistencia puede pedir "retirarse". Una retirada a los cuarteles de invierno o, más aún, al desierto, que es el lugar bíblico por excelencia donde retirarse, no para desentenderse de la realidad, sino como preparación interior y lugar de resistencia.

En cualquier caso, la resistencia se mueve siempre en los márgenes y no desde el poder. También podemos resistir desde los lugares sagrados, entendidos como todo espacio desde donde se pueda soñar la esperanza.

Cómo resistir y hacer crecer la esperanza

Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi (en esperanza fuimos salvados), nos enseña tres espacios privilegiados de aprendizaje y ejercicio de la esperanza: la oración -ya que siempre podemos dirigirnos a Dios-, actuar y sufrir en la construcción del Reino de Dios -como nos enseña el evangelio-, y la perspectiva del Juicio o la hora en que Dios hace justicia.

Necesitamos resistir en el presente, sin nostalgia. El presente es el don de Dios, ahora y aquí. Es en el compromiso con el presente que podemos transformar el "todo es nada" nihilista en el "todo es gracia" cristiano.

Necesitamos resistir apoyando al prójimo, desde la mirada atenta hacia el otro, desde el cuidado del otro, siendo iglesia samaritana. Resistimos haciendo hogar, edificando comunidad desde la proximidad y la confianza con el otro, desde la relación personal. Abiertos siempre al diálogo.

Podemos resistir desde la experiencia de algo que es diferente y que nos trasciende, de lo esencial, con una fe austera y con frescura evangélica, sólida, profunda, pero no bélica.

Podemos resistir si somos capaces de experimentar la profundidad de la bondad (del bien), de todo aquello que es verdadero y de todo lo bello. Experimentar la profundidad de todo lo valioso que Dios ha puesto en el mundo y que nos hace sentir privilegiados y gozosos de haber acogido el don de la fe.

Resistir no es aceptar la derrota, no es pasividad ni falta de acción. Resistir es actuar con realismo y coherencia. Resistir, en definitiva, ¡es ganar!

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