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Catalunya Religió

(CR) Este miércoles se presentó en la librería Claret de Barcelona el libro del arzobispo Jaume Pujol, Recuerdos y esperanzas. La obra es un testimonio de la trayectoria personal y pastoral del arzobispo de Tarragona y una selección de algunos textos y homilías.

El arzobispo Pujol explicó que le animaron a escribirlo “personas que me decían que el arzobispo debe darse a conocer”. Destacó como fundamental su experiencia familiar (“en casa nunca oí a hablar mal de nadie”), los once años de convivencia con Josémaria Escrivá de Balaguer, y su trabajo entre los laicos en la universidad.

En la presentación, el sacerdote Norbert Miracle, rector del Seminario Interdiocesano, habló de Pujol como de “un arzobispo que sabe ir a frente como buen montañista, pero también sabe ponerse a tu lado o pasar detrás”.

La presentación del libro la realizó el periodista Arturo San Agustín, que hace un año compartió un viaje con el arzobispo a Turquía. San Agustín acaba de publicar un libro sobre la Jornada Mundial de la Joventut: Un perro verde entre los jóvenes del papa. Este es el texto de su singular presentación del libro de Jaume Pujol:

Presentación del libro “Recuerdos y esperanzas”

(Arturo San Agustín)
Antes sólo predicaban los curas, ahora predicamos todos: políticos, periodistas, ejecutivos, diseñadores de moda, actores, entrenadores de fútbol, folklóricas, etcétera. Predicar es fácil. A predicar enseñan incluso en las llamadas escuelas de negocios. Lo que nadie enseña es a predicar con el ejemplo. Eso es lo difícil. Lo era antes y lo sigue siendo ahora. Ahora es mucho más difícil. Pero, afortunadamente, aún hay personas que predican con el ejemplo. Y una de ellas es el protagonista de esta tarde: el arzobispo de Tarragona y Primado, Jaume Pujol.

Como creo que los libros no hay que explicarlos, que simplemente se deben comprar y leer, yo, aquí, no voy a hablarles del libro que nos ha convocado: Recuerdos y esperanzas. Tampoco cometeré la insensatez de sintetizar la vida y los hechos del arzobispo Jaume Pujol, quizá el único arzobispo del que se puede saber qué hace cada día. Y se puede saber porque lo cuenta en su blog.

Si me obligan a ser brevemente ortodoxo -como presentador- sólo diré tres cosas del arzobispo Jaume Pujol: que cuando jugaba a fútbol posaba en las fotografías con el mismo estilo que Kubala; que hace mucho pero no lo dice, claro. Y si digo que hace mucho es porque hace unos meses, un sacerdote, uno de los que no le recibió de buen grado cuando fue ordenado arzobispo de Tarragona, me dijo lo siguiente: “Me equivoqué. Es una buena persona.” Y, en fin, si ustedes insisten, que ya veo que sí insisten, añadiré que el arzobispo Pujol siempre creyó que acabaría siendo farmacéutico o payés, pero no sacerdote y, mucho menos, arzobispo.

Bien, como no les voy a hablar del libro del arzobispo Pujol permítanme, a cambio, contarles un viaje y, antes, lo que me dijo cierto abad.

Ese abad benedictino, que una o dos veces al año me permite compartir con él y su comunidad la mejor sopa de cebolla del mundo, me dijo lo siguiente: “Deberías conocer a un arzobispo que te gustará. Es el de Tarragona. Es del Opus. Y además de ser una buena persona, es de los que cree”. Fue así como me interesé por quien hoy considero mi amigo: el arzobispo Jaume Pujol.

El abad benedictino no se equivocó. Me gusta este arzobispo. Me gusta aunque en algunas cosas no piense como él. Y, desde luego, nunca he olvidado aquel comentario del abad benedictino: “Es de los que cree”. Voy a repetirlo una vez más: “Es de los que cree”.

Pese a estar convencido de que, como dice cierta santa andariega, Dios anda también entre los pucheros, reconozco que determinadas ceremonias que se celebran en la basílica de San Pedro de el Vaticano logran emocionarme. Para decirlo musicalmente: me gusta mucho la guitarra, pero soy de los que creen que el órgano explica mejor las cosas sagradas que una guitarra. Si me permiten la sinceridad: mejor el órgano que ciertas homilías. Para ciertas cosas que tienen que ver con lo sagrado: mejor Mozart o Bach que una guitarra. Y sin embargo...

Fue durante el mes de febrero del año 2011 cuando tuve la suerte de poder acompañar al arzobispo Pujol por tierras turcas, por esas tierras que supieron de los primeros cristianos. Ustedes saben mucho mejor que yo que fue en esas tierras donde nacieron Pablo y Tecla y donde se acuñó la palabra “cristiano”.

Ese viaje a Turquía, al que no se le ha prestado toda la atención que merecía, fue un intento de establecer puentes entre la orilla mediterránea turca, islámica y la orilla catalana, española, católica. Un intento, una gran idea, una gran idea valiente, que, poco a poco, está comenzando a dar sus frutos. Y Tarragona y Cataluña, Tarragona y España, Tarragona y Europa --no exagero-- se beneficiarán de los mismos.

Ustedes sí lo saben, pero no todos saben que el cristianismo llegó a la península Ibérica a través de Tarragona, de Tarraco. No, no todos lo saben. Creo que el señor Santiago, allá en los finisterres, se ha quedado con ciertas exclusivas y Tarragona, hasta ahora, no se ha despertado.

¿Quién me iba a decir a mí que Tarragona me la descubriría un arzobispo? Los catalanes o mejor, los barceloneses, miramos demasiado en dirección a Girona y no sabemos lo que tenemos en Tarragona. Y lo más grave es que algunos tarraconenses también ignoran lo que tienen en Tarragona. Uno de los que sí sabe, en un sentido muy amplio, lo que fue, es y puede ser Tarragona es el arzobispo Pujol, que nació en Guissona, Lleida. Y no estoy muy seguro de que algunos tarraconenses se lo agradezcan.

Pero volvamos a Turquía. La tarde que el arzobispo Pujol celebró la eucaristía en una pequeña capilla situada en el piso superior de la catedral católica de Estambul, la catedral del Espíritu Santo, experimenté algo nuevo. No, no teman. No voy a hablarles de nada sobrenatural sino de algo muy íntimo, pero perfectamente descriptible. Eramos sólo diez o doce los asistentes a esa misa y de ellos cinco o seis éramos periodistas. Periodistas que, por lo hablado aquellos días turcos, no solemos ir a misa.

Lo que yo experimenté en una pequeña y discreta capilla de la catedral católica de Estambul fue, quizá, algo parecido a lo que debían experimentar los primeros cristianos. Aquella misa fue otra cosa. Aquella misa me pareció tan íntimamente inmensa que, desde aquella tarde, desde aquella misa, comencé a ver ciertas ceremonias vaticanas -sin duda necesarias- con otros ojos. Aquella tarde no sólo entendí sino que sentí que la Iglesia gana mucho, pero mucho, mucho, cuando se la vive en tierras difíciles, en tierras hostiles y peligrosas para los católicos. El aparato de seguridad que nos puso el Gobierno turco fue extraordinario.

En realidad hubo tres misas más como la celebrada en Estambul. Hablo de la que el arzobispo Pujol celebró en la iglesia de San Pedro, en Antakía; la que celebró en Tarso, población donde se cree que nació Pablo y la que celebró en Konia, que es donde la tradición sitúa el nacimiento de Tecla. En las misas que celebró en Antakía y Konia estuvieron presentes varios armenios y varios inmigrantes iraquíes, que rezaban al mismo Dios que el del arzobispo Pujol, pero en árabe. El arzobispo Pujol, por cierto, lo hizo en catalán.

El benedictino Lluís Duch ha escrito lo siguiente: “Reflexionar sobre la cualidad comunicativa de la oración comporta, por lo menos de entrada, referirse a aquello que ahora mismo es -o mejor, se interpreta que es- la religión. En la oración la religión cumple su misión fundamental de establecer lazos activos y afectivos entre la divinidad y el que reza”.

Duch afirma que el sentido más profundo y auténtico de aquello que es la religión como relación de comunión religiosa fundamental con Otro-Dios; lo explica San Agustín cuando dice: “Más íntimo que yo”. Pues eso fue lo que yo capté y sentí en aquellas misas o eucaristías de primeros cristianos celebradas por el arzobispo Pujol en Turquía.

Quizá, pues, todo se reduzca a aquello que me dijo el abad benedictino: “El arzobispo de Tarragona es un hombre que cree”.

Al que cree, al que cree de verdad, se le nota. Se le nota y se le ve. El que cree de verdad, hace.

En este tiempo nuestro donde la palabra o, mejor, el ruido lo invade todo, tal vez son los hechos -eso tan difícil- lo único que es capaz de convencernos. Y este arzobispo es, sobre todo, un hombre de hechos.

Si ustedes me lo permiten: sé, por experiencia, por periodista especializado en entrevistas, que quienes mejor quedan en las entrevistas no se caracterizan por los hechos, es decir, por hacer aquello que presumen o predican. Los que mejor quedan en las entrevistas son los vendedores de crecepelo, mantas zamoranas o aspiradoras, ángeles de supermercado, auroras boreales, etcétera, es decir, los actores de sí mismos, los charlatanes. Las personas que predican con el ejemplo, las personas que hacen, siempre quedan mal en las entrevistas y además es frecuente que tropiecen en las mismas. Sobre todo si, encima, no se las sabe entrevistar. Porque entrevistar no es hacer preguntas. Ténganlo siempre en cuenta. Aunque a esas personas las entrevisten en TV3.

Gracias por predicar con el ejemplo, arzobispo Pujol. Y eso es todo.

Arturo San Agustín. Periodista.

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