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Catalunya Religió

(CR) Bajo el título "Fieles a la llamada, unidos en Cristo" este domingo cinco representantes del laicado de la Iglesia en Catalunya publicaron una carta abierta conjunta a La Vanguardia reflexionando sobre el retos de la Evangelización. Participan el exdirector general de Afers Religiosos Jordi López Camps, el presidente de la Fundación Joan Maragall Josep Maria Carbonell, el político i abogado Josep Maria Cullell, el presidente de E-Cristians Josep Miró i Ardèvol, i el filósofo y teólogo Francesc Torralba Roselló. El texto quiere ser un programario común desde sensibilidades eclesiales distintas que se presenta con motivo del Sínodo sobre la Nueva Evangelización.

Fieles a la llamada, unidos en Cristo
1. Lo que nos une y nos preocupa
Nosotros, Francesc, Jordi, Josep, Josep Maria, y Josep Maria, cristianos laicos que vivimos la pertenencia a la Iglesia desde varias sensibilidades y experiencias de fe, queremos hacer llegar a nuestros hermanos del Pueblo de Dios y a las personas de buena voluntad, nuestra reflexión común y constructiva, con motivo del sínodo de la nueva evangelización y como una modesta aportación a una más fraterna unidad eclesial.
Partimos de la idea que lo que nos une como cristianos es mucho mayor que lo que nos separa y estamos convencidos de que la hora presente nos pide en todos un profundo sentido de pertenencia a la Iglesia y un compromiso firme con el país y, especialmente, con las personas y los colectivos que sufren de manera más grave los estragos de la crisis.
La crisis estructural que estamos sufriendo afecta gravemente a las personas y las instituciones. Es una crisis global que afecta a todas las esferas de la vida y que exige unidad de criterio en la respuesta. No hay soluciones mágicas, ni recetas milagrosas, pero estamos convencidos de que, inspirados en el pensamiento social de la Iglesia, podemos aportar soluciones para afrontar el presente y los futuros años. Como cristianos, nos sentimos llamados a participar en la edificación de un mundo más justo y fraterno y a fortalecer lazos de fraternidad entre los miembros del Pueblo de Dios, y a buscar lo que nos une a todos nuestros conciudadanos.
2. Y, pese a todo, esperanzados
La esperanza es el motor de la acción cristiana en el mundo. Se funda en la confianza de que no estamos solos y de que Dios actúa, misteriosamente, a través de las personas que buscan el bien, la justicia, la verdad y la belleza. Entendemos que no estamos dejados de la mano de Dios y que Él actúa en la historia abriendo caminos de pacificación y de reconciliación. Contra la moral de derrota y el escepticismo indolente tan extendido en el momento actual, reivindicamos la esperanza madura, la que no desfallece ante las dificultades y que busca, con inteligencia, formas para paliar nuestros sufrimientos y para mejorar el mundo que hemos recibido.
Nos duele el eclipse de Dios en nuestra realidad cultural, social, económica y política, y aspiramos en que Europa sea fiel a los valores humanísticos que la han hecho ser como es.
Dios no es noticia. Ha sido arrinconado de la vida pública, pero también de la esfera privada de gran parte de conciudadanos nuestros. Entendemos que Dios es la fuerza que nos empuja a transformar lo que es injusto en justo, lo que es mezquino en noble, es esta Potencia creadora que todo lo renueva.
Queremos que el humanismo integral, cimentado en el respecto a la dignidad de toda persona humana, en la justicia social y en la libertad de pensamiento, de asociación, de acción y de creencias, sean los principios que rijan la vida política de Europa, más allá de la legítima pluralidad ideológica, que es la condición de posibilidad de la vida democrática. En este ámbito, los católicos tenemos mucho a aportar. Tenemos que proponer con naturalidad a la sociedad lo que creemos.
Queremos reiterar lo que nos une por encima toda otra diferencia. La dispersión y la fragmentación nos hacen daño como comunidad de fe y nos quitan energías para transformar creativamente el mundo a la luz del Evangelio. Nos une la fe en un Dios que es Amor infinito, que vela por cada ser humano, que se ha hecho presente en la historia de los hombres y se ha revelado definitivamente a Jesucristo.
Entendemos que el seguimiento de Jesucristo es una opción de vida, libremente escogida, que asumimos plenamente, porque entendemos que Él es el camino, la verdad y la vida. También manifestamos un sentido amoroso de pertenencia a la Iglesia por Él instituida, a pesar de nuestras pobrezas humanas, debilidades y contradicciones, así como las debilidades y limitaciones de nuestras instituciones eclesiales. Entendemos que la Iglesia, entendida como Pueblo de Dios es el lugar privilegiado para vivir, celebrar y compartir la fe y proponerla razonablemente a nuestros conciudadanos. Porque amamos la Iglesia queremos que sea luz y sal en el mundo tal como nos pide Jesús.
La Iglesia, por la acción del Espíritu de Dios, atraviesa la historia aportando una Historia más grande, la de la Buena Nueva de que somos portadores por la gracia de la Revelación: Dios inalcanzable, inefable, indefinible, se ha hecho presente en la vida humana para decirnos que nos ama con el amor mayor, como Padre nuestro, que nos quiere con Él para vivir la vida de la felicidad eterna. Creemos que tenemos que continuar lo que Jesús reclama como voluntad del Padre: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres, me ha enviado a anunciar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación de la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a promulgar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19). Esta es la Buena Nueva de Jesús. Evangelizar de nuevo significa llevar a las personas esta Buena Nueva anunciada por Jesucristo. Para hacerlo, tenemos presente su mandato. Leemos en el Evangelio: "No tengas miedo, pequeño rebaño, que vuestro Padre
se complace en daros el Reino " (Lc 12, 32).
3. Una acción transformadora. Contra el derrotismo
Respetando la autonomía del mundo y las libres decisiones de las personas, Dios actúa como un suave airecillo, como recuerda la Biblia, para no vulnerar, ni estropear nuestra libertad. La autonomía del mundo y su libertad explica la opción del descreimiento, y en otro orden, la existencia del mal y del sufrimiento. La fe no es una evidencia lógica, ni se puede verificar; es un acto de la voluntad; una opción libre y razonable que abre un nuevo horizonte en la existencia humana. Queremos transmitirla y comunicarla a los conciudadanos, pues creemos que es un bien valioso, que transforma el corazón de las personas y las orienta hacia la felicidad.
Ante el misterio indescriptible de Dios, el ser humano tiene que adoptar una actitud de humildad. Queremos llamar a profundizar la experiencia de Dios en el seno de la comunidad eclesial y a potenciar la vivencia de Dios, porque es ahí donde el creyente encuentra su fundamento, energías y razón de ser. Dedicarse a Dios significa permanecer tiempo con Él y hacer real el amor al prójimo.
Amar al hermano como a uno mismo no es una opción, es un mandato con una dimensión personal en la vida cotidiana de cada uno y otra colectiva, porque somos Pueblo de Dios en razón de la Alianza renovada que Él ha hecho con nosotros. Leemos: "Como hermanos amaos intensamente los unos a los otros de todo corazón" (1P 1, 22). La fe necesita de obras porque "si no tiene obras, está muerta" (Jm 2, 17).
En el ámbito individual, amar, incluso a quienes nos quieren mal, es una exigencia que emana del Evangelio y que hace posible la paz y la reconciliación entre personas y pueblos. Muchos cristianos no contribuimos de forma eficaz a esta obligación, aunque sabemos que "al final del tiempo seremos juzgados en el amor".
La dimensión colectiva de amor, la caridad tiene una de sus más altas expresiones en la política, según han manifestado reiteradamente los últimos papas. Eso se concreta en la acción en favor de los más desfavorecidos, los pobres y los que sufren, que tiene desde siempre, dos dimensiones: una de carácter paliativo, ayudar de manera práctica y eficaz a todos los que lo necesitan y, otra de carácter crítico, transformar las estructuras que generan esta situación. La justicia brota de la fe. Los cristianos hacemos, en términos comparativos, un gran trabajo, no siempre bien reconocido en relación con la fe que la impulsa, pero su bondad no significa que no podamos hacer más el bien con la gracia de Dios.
Hay una segunda dimensión: la de combatir pacífica y tenazmente las estructuras de pecado que generan todo tipo de injusticias en el mundo. En este ámbito no carecemos de recursos. Todo lo contrario. La Doctrina Social de la Iglesia, que no es un programa político ni pretende serlo, es el proyecto más formidable y completo alternativo al sistema actual. Leemos en el Evangelio: "Ha derribado de los tronos a los poderosos y ha ensalzado los humildes. Ha llenado de bienes a los hambrientos y ha despedido vacíos a los ricos" (Lc 1, 52-53).
Transformar nuestra sociedad para superar la profunda crisis moral, económica, educativa, social, demográfica y ambiental que sufre, exige de nosotros el mismo esfuerzo que paliar la situación de los desfavorecidos. No podemos limitarnos a sacar agua de la barca si cada vez entra más. Hay que investigar las razones y proponer cambios en las estructuras dentro del sistema democrático.
Queremos llamar a los cristianos y personas de buena voluntad a actuar de modo más decidido guiados por la doctrina social de la Iglesia en la necesaria acción transformadora de la sociedad.
4. El Sínodo, un nuevo aliento para evangelizar
El sínodo es una ocasión especial para reflexionar sobre cómo transmitimos lo que creemos a la sociedad, qué fortalezas y debilidades tiene ese testimonio, y nos exige buscar lo más esencial, así como un lenguaje adecuado para que nuestros contemporáneos trasluzcan la riqueza inherente al mensaje liberador del Evangelio.
La época actual nos exige audacia para proclamar aquello que creemos en contextos muy alejados de la fe, pero, a la vez, inteligencia y sentido crítico para encontrar las mejores formas y mediaciones para hacer presente el Evangelio y propiciar la relación íntima y personal con Dios, verdadero factor de transformación. Tenemos que hacerlo con convencimiento y decisión, sabiendo pedir perdón si desfallecemos, personal e institucionalmente, en el testimonio del amor de Dios.
La nueva evangelización sólo es posible si los cristianos renovamos nuestra fe, tomamos conciencia del don recibido, del gozo de ser queridos por Dios, de la gran posibilidad que se nos ha dado al ser engendrados. También debemos rogar para que la Iglesia sea testimonio de amor y compromiso. La invitación a creer sólo es creíble si va unida a un testimonio sincero, ya una actitud de respeto y de estimación hacia todos los ciudadanos, independientemente de lo que crean y profesen.
Jordi López Camps, Josep Maria Carbonell i Abelló, Josep Maria Cullell i Nadal, Josep Miró i Ardèvol, Francesc Torralba Roselló

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