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Mucho tiempo hemos permanecido adormecidos en la sociedad del bienestar y del consumo. Sin darnos cuenta fuimos tirando de la cuerda hasta que el sistema no dio más de sí y pasó lo que los economistas sabían que pasaría y que posiblemente nos negábamos a ver. Aquella burbuja en la que nos habíamos instalado se rompió, y nos encontramos en una situación que para muchos es hoy desesperante.

Y hablando de crisis, de despidos, de cierres de fábricas, de recortes salariales, de hipotecas impagables, etc., etc. nos encontramos con miles de personas que hoy no tienen para vivir, y otras tantas que saben que tendrán que trabajar toda la vida para pagar unas deudas injustas contraídas por engaños de los bancos o por la letra demasiado pequeña y las facilidades espectaculares que se les ofrecía a “cambio de nada” y a cambio de “todo”.
El golpe ha sido muy fuerte, y si más no, nos ha servido para despertarnos y reaccionar ante esta pesadilla que padecen tantos contemporáneos nuestros.
Hay algo que no funciona, la persona ha sido pisoteada y maltratada, y hoy podemos unirnos para dar un giro a la orientación tomada por nuestro malherido mundo.
Decía Aristóteles que “la Esperanza es el Sueño del hombre despierto”, y creo que si hay algo que ha conseguido esta crisis ha sido: despertarnos y hacernos ver que o todos nos arremangamos y trabajamos, o esto se va al traste.
Y muchos hemos dicho: ¡manos a la obra! Y la esperanza nos puso en camino y es el gran valor con el que tenemos que negociar para dar una oportunidad a la humanización de la historia; para hacer realidad el sueño de una humanidad reconciliada y humanizadora.
No podemos cerrar los ojos a la realidad; no podemos lavarnos las manos y encerrarnos en nuestro micro mundo. Es la hora de la corresponsabilidad y de la fraternidad; es la hora de la justicia y de la paz, y entre todos tenemos que construirla instaurarla y afianzarla.
Ya nada podrá ser igual. Hoy podemos hablar a nuestros niños y jóvenes, de lo frágil que es todo. Dicen, -y es verdad- que la pobreza cambia fácilmente de dueño y no avisa, y que la han visto entrar en la casa de los que estaban mejor y echar a los “señores” sin piedad dejándoles en la más absoluta intemperie. También ha devorado en sus garras a los que sobrevivían con lo justo o menos de lo necesario, y hoy éstos, ya no tienen ni lágrimas para llorar.
Pero nosotros hoy estamos despiertos y la esperanza nos moviliza. Soñamos con un mundo mejor, y esto nos da fuerzas para no desfallecer. Resistimos a la crítica fácil de los que se incomodan cuando les hablamos de la persona y de la necesidad de escuchar y de confiar siempre y a pesar de todo. Aguantamos el chaparrón de los que pretenden seguir funcionando con esquemas arcaicos y se niegan a aceptar que también la “acción social” debe modernizarse y adecuarse a la realidad de las nuevas formas de pobreza.
Hoy, con el corazón templado por la fuerza y la ilusión de los que dan su vida a cambio de nada, nos ponemos en pie y decimos con fuerza y convicción: Este mundo puede ser diferente. Basta ya de barreras entre ricos y pobres; basta de enfrentamientos inútiles. Es la hora de sumar, de aportar cada uno lo que tiene, sabe y es, y de construir juntos, compartiendo la vida, el tiempo y las oportunidades.
Estamos despiertos y no nos van a fusilar la esperanza. Estamos vivos y queremos celebrar la vida, queremos que todos se sientan invitados al banquete y que la fiesta comience y no se acabe.
Hoy puede ser el comienzo de algo nuevo: Tú, ¿qué puedes aportar?

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