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Catalunya Religió
Nathalie Becquart durant la Tribuna Joan Carrera
Nathalie Becquart durant la Tribuna Joan Carrera

Glòria Barrete Nathalie Becquart se convertía en 2021 en la primera mujer en la Iglesia católica en ser subsecretaria del Sínodo. Este nombramiento le da por primera vez derecho a voto a una mujer. Becquart, religiosa francesa, ha sido invitada a Barcelona para participar de la Tribuna Joan Carrera. Hemos aprovechado para hablar con ella sobre el papel de la mujer en la Iglesia.

La única mujer con voto en el Sínodo. Así la presentamos todos los medios. ¿Le cuesta esta etiqueta? Usted insiste mucho en que lo importante es el proceso y no sólo el voto final.

El voto sólo es posible al final cuando se ha construido un consenso. Entiendo que para la sociedad es un símbolo el voto, pero lo relevante no es el voto final, sino la participación de los laicos y las mujeres desde el inicio. A mí me nombraron subsecretaria del Sínodo y como todos los demás que me han precedido tengo derecho a voto, sí. Cuando participé en el Sínodo, el de los Jóvenes, vi que lo relevante, sin duda, era la participación activa durante todo el proceso. Dentro de la tradición de la Iglesia existen diversas formas de trabajar para llegar a un consenso. El voto es uno pero no el único. Para mí fue asombroso ver el recibimiento que tuvo mi nombramiento, no para mí, sino para las mujeres y para los laicos fue todo un símbolo.

Cuando fue usted nombrada el cardenal Mario Grech, el secretario del Sínodo, lo calificó de 'puerta abierta'. ¿Lo siente así? Desde 2021, año en que la nombraron, ¿qué más puertas se han abierto para las mujeres?

Hace unas semanas que el papa Francisco dijo que todos los miembros de la asamblea sinodal podrán votar, significa también laicos, mujeres, hombres, todos. Aún está por verse cómo, pero podría ya no ser la única mujer en votar. Ésta es una enorme puerta abierta. Desde el inicio me he oído un pequeño eslabón de una larga cadena comenzada ya por Pablo VI durante el Concilio Vaticano II; en las últimas dos sesiones nombró a algunas mujeres como auditoras. Pienso también en tantas otras mujeres en el ámbito local que trabajan ya en el Vaticano. Llego hasta hoy sabiendo que lo más importante es la participación de las mujeres en todos los niveles, y no podemos reducir la participación de la mujer en la Iglesia sólo a un derecho a voto, es un símbolo, pero no es sólo eso. Hay tantas mujeres en las iglesias locales que ya hacen un valioso trabajo, que no puedo osar hablar de mí sin hablar de ellas, estoy ligada a todas estas mujeres que son el Pueblo de Dios.

Los cargos, hasta ahora, siempre han ido acompañados de la ordenación sacerdotal. ¿Es ésta la dificultad para las mujeres para acceder a los cargos de responsabilidad en la Iglesia?

En la Constitución Apostólica Praedicate evangelium del papa Francisco, la postura del Papa al respecto queda clara. Él habla de desconectar la responsabilidad de la ordenación. A menudo pensamos en el gobierno de la Iglesia sólo en los sacerdotes, es verdad, pero al menos en el Vaticano existe la posibilidad real para que la implicación en el gobierno no esté ligada obligatoriamente a la ordenación. Realmente no afecta a todos los dicasterios, pero en la Iglesia local sí tenemos posibilidades. Cuando pensamos en la Iglesia deberíamos hacerlo a lo grande, porque no es sólo la parroquia o la estructura jerárquica, sino que podemos ver otros lugares de responsabilidad. Cáritas es muy importante y en Francia, por ejemplo, el presidente es una mujer. También existen mujeres presidentes de universidades católicas, o facultades de teología que tienen decana o rectora, o consiliarias de una diócesis. También pienso en las cinco o seis mujeres que son secretarias generales de Conferencias Episcopales. Hay tantas posibilidades… pero la cuestión aquí es cómo se hace esto. Es un desafío y es necesario tener la voluntad para caminar juntos, hombres y mujeres.

El tema estrella. Se dan pasos, pero ¿y las mujeres que tienen voluntad de ser sacerdote? ¿cómo debería revertirse esta situación?

De momento en el Vaticano no es una cuestión que esté sobre la mesa. Lo que sí está sobre la mesa es esta llamada a todas las mujeres del mundo para participar más de la Iglesia. Hay que discernir cómo se hace esto. La llamada fuerte, que ya venía de anteriores sínodos, es la mayor implicación de las mujeres en el liderazgo de la Iglesia, ésta es la parte más importante. El reto hoy es huir de una Iglesia clerical para ser una Iglesia sinodal con la participación y protagonismo de todos. Y esa Iglesia destaca sobre todo no en la ordenación como vía de poder, sino en la vocación común del bautismo. Ésta es la visión que viene ya del Concilio Vaticano II y que todavía hoy deberíamos recordar. En este camino es necesario cambiar nuestra visión y ver el ministerio de todos y no sólo de los ordenados. Si somos Iglesia sinodal debemos hacer que participen todos en la misión de la Iglesia. Al final el reto es cómo ser la misma Iglesia de siempre estando al servicio de la sociedad. Todo esto ya viene del Concilio Vaticano II y sesenta años más tarde todavía no se ha aplicado plenamente la eclesiología del Pueblo de Dios de la Lumen Gentium.

¿Hablar de la implicación de las mujeres en la Iglesia debería ser también reivindicación de los hombres de la Iglesia?

Hoy podemos ver que este llamamiento para la participación de la mujer no es sólo un llamamiento de las mujeres. He visto en mi experiencia en Francia que hace veinte años era sólo un llamamiento de las mujeres, pero hoy, y más en las nuevas generaciones, ese llamamiento es indisoluble entre hombres y mujeres. Lo hemos visto en el Sínodo de Jóvenes durante la consulta de que cuando se hablaba de mujeres todo el mundo respondía, hombres y mujeres. Es una llamada que hace todo el mundo, hombres, mujeres, incluso los obispos y el propio papa Francisco. Es un signo de los tiempos. En este mundo complejo, con tanta crisis, podemos ver que cuando las mujeres también deciden, y no sólo los hombres, existe una riqueza distinta en las decisiones. El papa Francisco lo ha dicho, recientemente hablando, de ecología o de guerras que hace falta un liderazgo femenino en el mundo, porque cuando las mujeres toman parte en las decisiones, éstas se toman mejor. Y no porque las mujeres sean mejores, sino porque se toman decisiones en su conjunto y analizadas. Las mujeres aportan una forma más colaborativa de trabajar y más arraigada a la realidad. Somos diferentes evidentemente y lo que hace falta es ver la diferencia sin una dominación de uno sobre el otro, y no es fácil. Debemos pasar de un modelo de dominación del hombre sobre la mujer, como se da en muchas sociedades, a un modelo colaborativo e igualitario, de dignidad y respeto mutuo.

A menudo la mujer es muy humilde en la Iglesia, lo que dificulta oír su voz. ¿La mujer está preparada para levantar la voz dentro de la Iglesia? ¿Tiene ya un papel activo de reivindicación?

Vemos ya a muchas mujeres activas en la Iglesia o en las parroquias. El problema es cómo hacer más visibles a las mujeres, ciertamente. Es verdad que es necesario dar visibilidad, pero las mujeres en muchos contextos ya están muy presentes. En la vida religiosa también vivimos los casos de muchas mujeres que no quieren hacerse ver demasiado. Para que sea más activa la participación de la mujer se necesitan laicos más formados, laicos incluyendo mujeres, evidentemente. Es importante la formación y el empoderamiento, ambas cosas. Los jóvenes también necesitan figuras femeninas como modelo. Todo esto depende de los contextos, pero si queremos una Iglesia sinodal en la que todos sean protagonistas es necesario aumentar la formación en sinodalidad que implica formación también espiritual.

¿Cuáles son sus referentes femeninos en la Iglesia?

Como he dicho antes, he pensado mucho en las primeras mujeres que participaron en el Concilio Vaticano II que abrieron un camino. También pienso en las mujeres que aparecen en la Biblia, en el Evangelio, o en el mismo Jesús que tenía una relación con las mujeres y las hacía participar de la Iglesia primitiva, así como tantas otras mujeres a lo largo de la historia de Iglesia. Durante mi estancia en Barcelona, ​​he visitado Montserrat y he recordado a santa Escolástica. También pienso en san Francisco de Asís que tenía como referente a Santa Clara. Y muchas mujeres hoy que ya tienen cargos y ya los tenían antes de que yo fuera nombrada son también modelos para mí. Destaco también una experiencia buenísima de no hace mucho en un encuentro interreligioso con mujeres de todo el mundo de doce religiones distintas.

¿Cómo se inician los cambios?

Los cambios se realizan con experiencias concretas. También es necesaria la reflexión, pero los cambios vienen con experiencias concretas. Cuando experimentamos el bien, cuando abrimos caminos, cuando hacemos este proceso de misión, se dan más pasos adelante. El desafío es encontrar este nuevo estilo de liderazgo, un liderazgo que esté al servicio, no de poder, sino un liderazgo colaborativo que es el que defiende el papa Francisco.

¿Con estos ejemplos que usted comenta parece que el problema no está en la base de la Iglesia, sino más bien en la jerarquía?

Depende. He querido destacar buenas experiencias porque son necesarios ejemplos para alargar la visión y remarcar que existen posibilidades. Es verdad que el cambio de mentalidad, en todas las organizaciones, comporta resistencias y miedos, forma parte de la naturaleza humana. Cuando escuchamos a las mujeres católicas podemos ver el amor que tienen por la Iglesia, aunque se sientan muchas frustradas y con dificultades para ejercer su misión, esto forma parte de la realidad, es verdad. Por mi experiencia sé que no podemos generalizar, depende de la persona en cada caso. Cuando yo era directora del secretariado en la Conferencia Episcopal recuerdo tener en el equipo a un sacerdote que era el subdirector. Trabajamos de maravilla y al final ¡el cura era más feminista que yo! Es un ejemplo por decir que depende de la persona. A menudo los curas y los obispos afirman que tampoco es fácil que los laicos hagan espacio para el diálogo, y eso también ocurre. Hay que dar pasos adelante, pero con todo el mundo. No podemos imaginar ni soñar a la Iglesia sólo con una parte, debemos encontrar cómo andar juntos y hacer una escucha conjunta, y sobre todo pensar en las buenas prácticas que nos permitan trabajar conjuntamente a pesar de ser diferentes. No podemos andar juntos sin dejar espacio para el otro. Es necesaria una conversión por parte de hombres y mujeres. Igual ocurre a las parejas, que todos sabemos que no es fácil la convivencia, ¿verdad?

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