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Catalunya Religió

(Armand Puig - El Bon Pastor ) En el pórtico último de El Bon Pastor nos referimos a los cuatro nudos que se presentan a la Iglesia al inicio de este segundo Post-Concilio, el segmento de historia que ha inaugurado el pontificado del papa Francisco. Todo hace pensar que el momento eclesial es ahora otro, y que los movimientos subterráneos de la historia conducen a la humanidad hacia nuevas perspectivas y horizontes.

Hace pocos días el Papa exhortaba a los jóvenes a ir a contracorriente, a no seguir caminos trillados, a pensar el mundo de otra manera. Otro mundo debe ser posible, venía a decir: un mundo en el que la economía y la política sean pensadas a medida de la persona humana y no en función de ​​unas estructuras demasiado permeables a la especulación, la corrupción y el enriquecimiento selectivo. Un mundo en el que los mercados no sean los únicos que señalen los objetivos y las posibilidades de las sociedades mundiales sino que las decisiones se tomen teniendo en cuenta el bien común -la gran pregunta de la encíclica Pacem in Terris, de la que celebramos ahora los cincuenta años- y el acceso justo a todos los bienes que son de todos.

Da la impresión de que, con el papa Francisco, asistimos a una convergencia de caminos entre la marcha del mundo y de la Iglesia, y que el término "reforma", que implica cambios reales y profundos, afectará de manera creciente tanto uno como la otra.

Vale la pena, pues, plantearse las siete encrucijadas en las que nos encontramos como Iglesia en este segundo Post-Concilio. El término «encrucijada» o «cruce» quisiera indicar aquí un cambio de rumbo, una modificación en la dirección, un tomar conciencia del kairós histórico en que vivimos, que recuerda en cierto modo aquel Kairos que, hace cincuenta años, determinó los caminos de una Iglesia que había entrado en Concilio. Pero «cruce» significa también arranque, nuevo impulso, ardor renovado y proyecto perfilado y compartido. La Iglesia del papa Francisco se mueve, pues, en el cruce, atenta al nuevo impulso. Por ello se encuentra en medio de las siete encrucijadas:

1. Un nuevo contexto: la globalización. La categoría dominante de análisis en el Primer Post-Concilio, que se cerró con el pontificado de Benedicto XVI, era la secularización. Se subrayaba la progresiva pérdida de significación de la religión a nivel colectivo y personal, y se afirmaba la llegada de la época post-cristiana. Pero en 2006 Benedicto XVI había querido definir el catolicismo como una «minoría creativa» dentro de un mundo que globaliza rápidamente la cultura, la economía y la política. La globalización es el horizonte claro de una Iglesia que ha elegido un Papa no europeo pero de raíces europeas y ha abierto así una vía que se adecua espléndidamente con la marcha general del mundo.

2. Una nueva situación geopolítica: el fin de la eurocentrismo. El 13 de marzo de 2013, en el balcón de la logia de San Pedro, quedó certificada el fin de una Europa que, creyéndose el centro del mundo, había terminado encerrándose en sí misma. El catolicismo se hacía, más que nunca, latinoamericano, tomaba la fisonomía del Nuevo Mundo, de la mano de una Argentina que es un crisol de latinidad -¡el apellido del Papa es italiano! Se dibujaba con claridad un mapa eclesial, en el que Europa constituye la excepción dentro de una situación de catolicismo emergente en África y en Asia, mientras que América para el golpe ante el fenómeno complejo del neoprotestantismo.

3. Una nueva ubicación: el discurso desde la periferia. Un Papa que viene de la periferia del mundo evoca la figura de Jesús, que vino de la periferia del Imperio. Un hombre como él que habla de ir a las periferias de la existencia para hacer presente la fuerza del Evangelio de Jesús, sitúa inmediatamente su discurso sobre el trasfondo del mensaje de las bienaventuranzas. Los pobres se encuentran en el centro de la historia. Una Iglesia servidora de los pobres se convierte en fiel y creible. La fidelidad al Evangelio es indisociable de la atención a quienes se encuentran en la necesidad. Y la credibilidad del mensaje se forja a través de la acogida de los pobres. Aquí los gestos y las palabras del Papa Francisco han resultado elocuentes y conmovedores. No puede haber duda sobre la identificación de Cristo con «mis hermanos más pequeños».

4. Un nuevo, y viejo, proyecto: la evangelización como objetivo primero. Una Iglesia autorreferencial, que se limita a deambular sobre cuestiones secundarias, sean de orden teológico o litúrgico o pastoral, se evade de la misión que Jesús le ha confiado: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). El Primer y el Segundo Post-Concilios se muestran rigurosamente fiel a la idea que movió al papa Juan a convocar la magna asamblea conciliar. Desde el primer momento, el Papa Francisco expresó su voluntad de poner a Jesús, el Cristo, y su Evangelio en el centro de su ministerio de obispo de Roma y pastor de toda la Iglesia. En el Primer Post-Concilio se perdieron muchas energías con discursos eclesiales internos que a menudo sólo provocaron laceraciones y defecciones. Ahora es el momento de rehacer una Iglesia que baja a la plaza con el Espíritu de Pentecostés en el corazón, teniendo un solo cuerpo y una sola alma.

5. Una nueva, y vieja, llave que abre todas las puertas: el Evangelio sine glossa. Cuando la Iglesia es capaz de presentarse ante el mundo con la única arma del Evangelio de Jesús en sus manos, se convierte en creíble y todo el mundo se interesa por lo que dice y propone. El Evangelio es nuestro tesoro, el único y necesario tesoro. El Evangelio habla por sí mismo, no necesita añadidos, y tan sólo lo pueden distorsionar las carencias o el poco coraje de quienes lo comunican. El futuro del mundo es la salvación que viene por Cristo y su mensaje. El Evangelio salva el mundo del egoísmo de cada grupo humano y libera del desorden provocado por el amor al pequeño grupo. Salva el mundo de la injusticia y de la fatalidad de unas desigualdades que serían pretendidamente inevitables, como si nada pudiera cambiar. Y lo salva aún del vacío, del vacío existencial, del desajuste interior, de la tristeza de sentirse náufrago.

6. Un nuevo, y viejo, horizonte: un cristianismo de ósmosis. Durante siglos se fue forjando la Christianitas, la cual alcanzó su momento álgido en la Edad Media. Pero anteriormente, durante los tres primeros siglos, el cristianismo se expandía mediante la conciencia de misión y la calidad de la presencia en el día a día de la sociedad grecorromana. En un mundo o oikoumene que ya no se identifica con el Imperio Romano sino con todo el planeta, el cristianismo, a pesar de ser una gran religión, ya no es la religión mayoritaria. Es necesario, pues, rehacer el tejido cristiano, que comienza con unas comunidades vivas y que continúa con una red de amigos y simpatizantes que se sienten atraídos por la fuerza del Evangelio y de la fe cristiana, y que comulgan con no pocas opciones que el Iglesia hace. Es vigente el mandato recibido del Señor: ser sal de la tierra y luz del mundo.

7. Una nueva, y vieja, maternidad: la Iglesia, madre de muchos hijos e hijas. La primera forma de Iglesia en medio del mundo es la maternidad. Cierto que la Iglesia es sacramento de salvación, cuerpo místico, pueblo de Dios. Pero, a los ojos de la gente, la Iglesia creíble es la Iglesia que es y hace de madre. El papa Juan escribió la encíclica Mater et Magistra, y el papa Francisco habla insistentemente de las entrañas de misericordia. Ambos quieren decir lo mismo. Hay necesidad de afecto y de maternidad, de amor y de compañía. Después de muchos años en que la Iglesia ha aparecido como una institución fuerte pero distante, ahora, purificados de las carencias dolorosas que la han sacudido, hay que abrir una nueva época en la que «Iglesia» sea sinónimo de arca de salvación. Llenaremos las naves venerables de nuestras iglesias si hablamos con el corazón y con los hechos. Entonces llegará un florecimiento exuberante. En realidad, un jardín se mide por la fragancia, no por la cantidad de las flores que hay plantadas. Igualmente, una Iglesia que sea madre se medirá por su capacidad de hacer sentir el buen olor de Cristo.

Armand Puig i Tàrrech. Biblista. Decano de la Facultat de Teologia de Catalunya.

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