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Catalunya Religió

(Joan Planellas -Arzobispo de Tarragona. La Vanguardia) La familia es objeto de una gran esperanza en todo el mundo, pero hoy, al mismo tiempo, se vuelve muy frágil. Las condiciones económicas son complicadas. El trabajo dispersa a menudo a las familias. El paro desmoraliza a los jóvenes y desestabiliza los hogares. Las mentalidades evolucionan. Hay nuevas relaciones en la familia, además del nuevo papel de la mujer en la sociedad. Hablar de la familia actualmente implica hablar de familias, porque son diversas las formas que han adquirido, desde el punto de vista social y jurídico. Hoy en día la estructura familiar ha dejado de quedar circunscrita a lo que entendíamos por familia nuclear, compuesta por los padres y los hijos, para dar paso a una diversidad de formas que van desde la convivencia entre hombre y mujer sin certificado matrimonial (parejas de hecho), la familia monoparental, las parejas con domicilios propios para la mujer y el hombre o las familias entre personas del mismo sexo con reconocimiento jurídico.

¿A qué es debida esta diversidad que, además, se ha presentado de manera muy acelerada en nuestra sociedad? Lluís Duch dedicó un volumen entero de su Antropología de la vida cotidiana a la familia. Allí

encontramos algunos motivos que nos explican esta evolución. Podemos destacar, entre otros, la duración de la vida. Este hecho ha contribuido a que el matrimonio dejara de ser un proyecto vitalicio para convertirse en un proyecto vital con una duración imprevisible, y que el divorcio adquiriera una importancia muy grande. En un mundo donde las separaciones y los divorcios se vuelven cada día más frecuentes, las relaciones familiares son objeto de inacabables procesos de reclasificación familiar. También se ha de subrayar la provisionalidad, que se ha convertido en uno de los valores sociales dominantes, lo cual contrasta vivamente con aquello que ocurría en otras épocas, en que la estabilidad era la referencia obligada de los sistemas sociales. Para muchos la familia se ha convertido en una “fase transitoria de la vida” o en una “comunidad a tiempo parcial”.

En realidad, sostiene Lluís Duch, no es que la familia como tal esté en peligro de desaparición, sino simplemente que un determinado modelo familiar ya no es aceptado por un número importante de miembros de nuestra sociedad. La familia es y será el marco donde el ser humano lleva a cabo sus primeras y fundamentales experiencias, el laboratorio donde los humanos viven las posibilidades creadoras y humanizadoras de nuestra especie. El futuro de la familia pasa por la interrelación afectuosa, por la primacía del amor y el respeto, entendidos como la aceptación de aquello que ha sido, es y será nuestra existencia. Esta es la estima propia de los seres humanos: hombres y mujeres que viven en la estabilidad de la historia, no en la provisionalidad del instante. El futuro de la familia parece asegurado, pero vendrá de la mano, eso sí, de una normalización de su carácter frágil. Ante este hecho la aportación cristiana puede tener su sentido y su significado, dado que esta se convierte siempre en un llamamiento a vivir el amor y el darse con toda su grandeza, delicadeza y exigencia. Eso supone una actitud respetuosa y crítica.

No hay ninguna realización familiar perfecta. El Evangelio no condena nunca, sino que asume, impulsa y corrige, con el fin de hacer crecer en el único Espíritu. Es así como el Evangelio salva no sólo a las personas, sino también los grupos humanos, y especialmente la familia.

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