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Catalunya Religió

(CR/Justícia i Pau) Tras más de veinte años liderando el Secretariado de Pastoral Social de Colombia - Cáritas Colombia, el cura colombiano Héctor Fabio Henao es escuchado en todas las Conferencias Episcopales latinoamericanas. Lo conocen como “monseñor Henao” y su voz es respetada en el mundo eclesial, social y político como uno de los artífices de la construcción de paz en Colombia y en toda América Latina.

El Instituto Berghof de Alemania le ha invitado a participar como experto en unas jornadas internas para reflexionar sobre la construcción de paz desde la perspectiva del diálogo interreligioso. Las jornadas, que se celebran de lunes a viernes en Barcelona, recogen experiencias de todo el mundo. Entre ellas, los proyectos catalanes de Diàleg.cat i de la Xarxa Interreligiosa per la Pau de Justícia i Pau.

En esta entrevista, realizada en la sede de Justícia i Pau, Henao adopta la perspectiva que dan cinco años de la firma de los acuerdos de pau. Henao insiste en la necesidad de transformar las relaciones sociales. No solo para el alto al fuego en el caso de los conflictos armados, sino también para establecer un pacto social basado en la justicia y la equidad. Como creyente, pide “armonizar la verdad y la misericordia”. Reconoce que el proceso de paz lo ha obligado a “deconstruir” muchas ideas. Y defiende que “existe un plan de Dios sobre la historia en clave de reconciliación y paz”.

¿Cómo se entiende desde Colombia el trabajo por la paz? ¿qué podemos hacer desde aquí para que esto realmente sea un movimiento internacional?

La construcción de la paz tiene que fundamentarse en la posibilidad de construir un acuerdo sobre un proyecto de humanidad y proyectos de países muy concretos. En el caso colombiano, un proyecto de nación que sea incluyente, que sea capaz de establecer relaciones equitativas. Colombia ha vivido un conflicto muy extenso, pero también es uno de los países más inequitativos del continente más inequitativo del mundo, que es América Latina.

Colombia, al lado de Brasil, son los dos países más inequitativos de la región. Eso se ha traducido en hechos muy graves que hemos vivido a lo largo de 60 años. Ahora estamos buscando una salida, pero hemos aprendido una lección muy profunda: la construcción de la paz tiene que ver en el largo plazo sobre la transformación de relaciones y de la forma como las personas se ven dentro de una sociedad, y se incorporan a ella. Eso es una transformación relacional muy profunda.

Y esa lección nos ha llevado a aprender que una cosa es trabajar por la implementación de los acuerdos de paz, y otra cosa, que no es exactamente lo mismo, es la construcción de paz, que es un asunto ciudadano que involucra a todo el conjunto de la sociedad. Y que lleva a tomar decisiones políticas y ciudadanas de fondo, sobre la forma como la sociedad está cimentada y construida.

En ese sentido, la Iglesia colombiana es referente, en el trabajo por la cultura de paz y la reconciliación. ¿Qué respuesta, apoyo o seguimiento tienen de la ciudadanía? ¿Se sienten realmente reforzados, entendidos, aceptados por el global del país?

La Iglesia en Colombia tiene un reconocimiento muy alto en su labor de construcción de paz y de reconciliación. Sobre todo porqué ha tenido históricamente una posición de acompañamiento y cercanía con las víctimas muy profunda. El enraizamiento en las diferentes regiones donde el conflicto ha sido muy difícil, entre distintas organizaciones, el estado y las comunidades ha sido normalmente por medio de la Iglesia. Esa mediación de la Iglesia –que es la única que está allí presente en muchos casos, aunque no existan otras formas de presencia institucional– nos ha permitido tener un reconocimiento muy fuerte, y ser un referente en términos de construir hacia el futuro una sociedad mucho más pacífica y reconciliada.

La Iglesia sigue teniendo una voz que es escuchada y respetada, y siendo un actor muy dinámico en términos de posibilidad de construir paz y reconciliación.

En 2018, el lema del Secretariado Nacional y de la Conferencia Episcopal Colombiana era el salmo 85 versículo 11: “La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, se abrazaron” (depende de la traducción). Desde su experiencia, ¿qué es primero, cómo es el protocolo? ¿Está bien escrito el salmo?

Esos cuatro elementos son cuatro grandes pilares muy importantes para entender lo que es realmente el proceso en el largo plazo. El salmo los coloca como polos muy concretos, pero también con numerosos desafíos. La justicia y la paz siempre van a estar en tensión, siempre han tenido que complementarse y relacionarse. La tensión realmente allí es muy fuerte, lo vimos en Colombia actualmente: la justicia tiende a ir mucho más hacia la reparación a la víctima, y se extiende mucho más hacia el reconocimiento de la dignidad de todos, tiende mucho más hacia la restauración de relaciones.

La paz es un elemento mucho más extenso, en el sentido de que busca transformaciones de fondo. La gran pregunta que se hace la sociedad colombiana es “¿hasta dónde podemos trazar o soportar que los asuntos de justicia sean flexibilizados o enfocados de una manera diferente en bien de la construcción de paz? En bien del logro de la paz. Es decir, si el logro de la paz puede per se crear formas alternativas de justicia. A veces se habla de justicia punitiva, que va a castigar atrocidades y delitos cometidos en el pasado.

Tenemos que armonizar la búsqueda de ese proyecto de paz de la sociedad, con las relaciones de justicia de reconocimiento de la dignidad, de quienes cometieron las atrocidades y de quienes las sufrieron. Tener en cuenta que en muchos casos ese límite entre agresores y víctimas no es claro. De qué manera se pueden armonizar las dos cosas: la verdad y la misericordia. Es un dilema muy fuerte. Sin verdad no podemos hablar de reconciliación. La verdad es un elemento completamente esencial. Pero como dice el Papa, la verdad debe ser acogida en términos de misericordia, en términos proactivos de transformaciones, no de revictimizaciones, para que aquello del pasado no vuelva a ocurrir más; que sea realmente un compromiso en clave de construcción de otro tipo de sociedad. Ese es el desafío.

Tenemos una Comisión de la Verdad, que es presidida por un sacerdote jesuita, el padre Francisco de Roux. Una comisión que hace un gran trabajo en Colombia y que tiene que seguir avanzando indudablemente hacia la búsqueda de alternativas para tener un horizonte nuevo, en la relación con el pasado y la forma cómo entendemos lo que ha sucedido. De qué manera esas explicaciones no nos llevan a más odio, a más violencia, a más atrocidades, sino que nos llevan a construir una sociedad nueva.

Y desde Cataluña, ¿qué podemos aprender de la experiencia colombiana?

Lo que Colombia está haciendo hoy es un camino en el cual la sociedad está tratando de descubrir unas formas nuevas de relacionarse; esta sociedad puede mostrar un acuerdo de paz muy complejo y amplio, probablemente de los más elaborados en el mundo posterior a los acuerdos de Roma de la Corte Penal Internacional, que es un elemento muy interesante.

Otras cosas fundamentales. El papel de las víctimas. El hecho de que las víctimas fueran incluídas y escuchadas en la mesa de negociaciones, fue muy importante en el caso colombiano. Y señala un referente de cómo hay que manejar una negociación, incluyendo la presencia de las víctimas. No se puede negociar un conflicto sin la presencia de quienes se hayan visto afectados por ello. Es una premisa interesante, sin la cual no se puede profundizar, son pasos importantes que pueden dar luces para otras conflictividades en el mundo.

Una segunda cosa importante es que, definitivamente, los acuerdos de paz tienen que ser transformadores sobre las causas que generaron el conflicto. Los acuerdos tienen que construirse no solamente como un cese de hostilidades, sino sobre la base de un compromiso de transformaciones a corto, mediano y largo plazo. De manera que respondan a los orígenes mismos. Pueden ser en términos de exclusión, de desconocimiento de la pluralidad de la sociedad.

Y una tercera cosa que me parece muy importante en el caso de Colombia. Esta sociedad ha tenido que plantearse muy de fondo cómo debe ser su composición en términos de diálogo social hacia el futuro. La negociación de paz, entre actores armados, no lo resuelve todo. Aún queda un diálogo, de profundización en la relación entre todos los actores sociales. Al quitarle el carácter de conflicto armado o político, queda la construcción ciudadana permanente. El diálogo no es solo un instrumento para resolver crisis, sino un instrumento permanente de construir sociedades.

¿Qué ha significado para usted, como persona, liderar y acompañar estos procesos de reconciliación?

Ha sido un aprendizaje permanente. He tenido la oportunidad de aprender muchas otras ideas, aproximaciones, otras formas de leer, también como sacerdote, desde el punto de vista de la fe, todas estas realidades. Muchas veces es desmontar, deconstruir ideas que uno tenía, deconstruir conceptos, desmontar a veces percepciones –los conflictos están muy mediados por las percepciones– y abrirse a otras percepciones, a otra aproximación. Para mi ha sido una lección muy importante. He podido descubrir como realmente existe un plan de Dios sobre la historia en clave de reconciliación y paz. Ha sido como Dios ha querido mover este proceso, impulsarlo, acompañarlo y animarlo por múltiples caminos. Y el camino de la Iglesia tiene que ser siempre ese. Nosotros somos Iglesia en la medida en que el Señor nos ha llamado para ser una comunidad reconciliada y reconciliadora. Para ser una comunidad que se reconcilia permanentemente en el interior, y una comunidad que está permanentemente trabajando para la reconciliación en todos los niveles. Pero primero que todo tenemos que ser una comunidad en la que aprendamos a reconciliarnos internamente.

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