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Catalunya Religió

(Josep Gordi –CR) Antoni Gaudí, el arquitecto catalán más universal, nunca pierde la actualidad. Por una parte, el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) acaba de inaugurar una exposición titulada '(Re) conocer a Gaudí. Fuego y cenizas' y, por otro, este lunes se ha colocado una estrella de doce encajes sobre la torre de la Virgen de la Sagrada Familia que se encenderá el 8 de diciembre, día de la Inmaculada.

El título de la exposición del MNAC quiere hacernos reflexionar sobre la mitificada figura de Antoni Gaudí. Juan José Lahuerta, comisario de la exposición y director de la Cátedra Gaudí nos dice que el arquitecto estaba "en relación directa con lo que ocurría en el mundo y no escondido ni encerrado en su estudio". Visitando la exposición te das cuenta de que Gaudí era una persona conocedora de lo que ocurría en Barcelona y, a la vez, amante de la naturaleza y un hombre de fe. Este texto quiere reflexionar en torno a estos tres ejes.

Niño y adolescente rodeado de naturaleza

Antoni Gaudí nació en el Baix Camp en 1852 y se trasladó a Barcelona en 1870. Por tanto, vivió su niñez y adolescencia entre Reus y el cortijo de la Calderera que la familia tenía en Riudoms. En el cortijo familiar, rodeada de árboles, plantas, aves de corral, insectos... El niño y el adolescente observa todo lo que le rodea y este contacto con la naturaleza siempre estará presente en su obra, tal y como ocurre con otros artistas. Por ejemplo, Joan Miró y Mont-roig.

En la exposición podemos observar dibujos de tallos, hojas y flores que también aparecen en la ornamentación de sus obras arquitectónicas, donde brotan maravillosas reproducciones de hojas de palmito o de girasol. Incluso, la gaudiniana cruz de cinco brazos, seguramente está inspirada en la observación del fruto del ciprés.

Si miramos con calma la fachada del nacimiento de la Sagrada Familia nos daremos cuenta de que hay esculpidas 31 especies vegetales y 68 especies de animales, y si entramos en el interior de la basílica posiblemente nos sentiremos que estamos dentro de un verdadero bosque de piedra. El propio Antoni Gaudi lo dejó escrito: "El interior del Temple será como un bosque. La decoración de las bóvedas serán hojas, entre las que se verán las aves propias de nuestra tierra. Los pilares de la nave principal serán palmeras; son los árboles de la gloria, del sacrificio y del martirio. Los de las naves laterales serán laureles, árboles de la gloria, de la inteligencia".

Para el arquitecto, los cimientos del templo de la Sagrada Familia son las raíces de los árboles; las columnas, los troncos, los capiteles, los nudos de un plátano de sombra, las columnas superiores, las ramas y las bóvedas que cubren la nave el follaje de la copa de los árboles. En consecuencia, para Gaudí la naturaleza es como un gran libro donde es necesario ir a aprender y buscar soluciones a sus preguntas edificatorias.

Barcelona, ​​en ebullición

La llegada de Antoni Gaudí a la ciudad de Barcelona en 1870 a la edad de dieciocho años se debió a su pasión por estudiar arquitectura. Consiguió el título en 1878 y a lo largo de los ocho años de estudio colaboró ​​con importantes arquitectos, como Josep Fontseré, con quien trabajó en el proyecto del futuro parque de la Ciutadella. Para entender su pasional relación con Barcelona, ​​es necesario recordar cómo era la ciudad cuando él llegó y entender el momento único en la historia de la ciudad que vivió.

En 1870, las murallas ya se habían derribado, el proyecto del Eixample de Ildefons Cerdà estaba aprobado, inaugurado. Las primeras calles empezaban a abrirse así como se levantaban las primeras casas, entre el paseo de Gràcia y Pau Claris y la Universidad de Barcelona de Elies Rogent estaba construyéndose, tal como el complejo industrial de Can Batlló en la calle Urgell.

Por tanto, Gaudí vivirá el desarrollo de la nueva ciudad, sobre todo, a partir de la exposición Universal de 1888. Sólo hay que tener presente que la ciudad tenía 187.000 habitantes en 1850 y a principios de siglo XX llegó a tener 550.000. En esta época de ebullición económica y urbanística, Gaudí dejará su huella, tanto en Ciutat Vella, donde levantará el Palau Güell como en el Nou Eixample con la casa Milà y la Batlló situadas en el nuevo Paseo de Gracia.

Ahora bien, para entender el subtítulo de la exposición 'Foc i cendres', hay que tener presente que a principios del siglo XIX en Ciutat Vella había 40 conventos y 27 iglesias; a mediados del novecientos se habían levantado más de un centenar de manufacturas textiles que empleaban a más de veinte mil obreros y, todos juntos, vivían en un espacio que tenía una de las densidades poblacionales más elevadas de Europa, con calles estrechas, edificios de seis plantas, poco ventiladas, poco soleadas... que hicieron que algunas epidemias tuvieran importantes mortalidades.

Si a esta situación añadimos que las relaciones entre los sindicatos obreros y la patronal casi nunca fueron fluidas, se dibuja una realidad muy convulsa que derivó en distintos conflictos sociales como el pistolerismo entre la patronal y los sindicatos (1917-1923), la quema de conventos en 1835 o durante la Semana Trágica (1909), la bomba del Liceo en 1893 o los disturbios entre 1835 y 1843.

"Mi cliente me ha dicho que no tiene prisa"

Antoni Gaudí fue un hombre de fe y trabajó por la Iglesia y en obras religiosas en diferentes momentos de su vida, como la restauración de la catedral de Mallorca, la cripta de la colonia Güell y, por encima de todo, la basílica de la Sagrada Familia. En 1883 recibió el encargo de continuar la construcción de este templo y lo compaginó con otras obras hasta que en 1914 decidió dedicarse en exclusividad hasta su muerte –en 1926–. Y, al mismo tiempo, ir a vivir en el obrador del nuevo recinto.

Hay que incidir en el hecho de que la Sagrada Familia es un templo impulsado por la Asociación de Devotos de San José, que lo calificó como templo expiatorio y redentor de la clase obrera de la ciudad. Cuando Gaudí presenta su monumental reformulación de la basílica afirma: "Trabajo por Dios y mi cliente me ha dicho que no tiene prisa".

A lo largo de su vida estableció amistad con diferentes religiosos, como el obispo de Vic Josep Torres i Bages, que le guió en algunos de sus ayunos. O monseñor Cinto Verdaguer, con quien coincidió en excursiones a Poblet en 1882 y a Elna en 1883, –promovidas por las Asociaciones Excursionistas Catalanas que tenían como uno de sus socios protectores a Eusebi Güell–. La relación de Gaudí con el poeta se mantuvo hasta la muerte de Verdaguer.

Joan Matamala afirma que de niño había visto en la biblioteca particular que Gaudí tenía en el obrador de la Sagrada Familia un ejemplar de L'Atlàntida y otro del Canigó. La admiración por el gran poeta que fue Verdaguer se pone de manifiesto en que lo escogiera para que compartiera sus horas de soledad y, seguramente, para nutrirse de la visión y la vivencia que Verdaguer mostró en todo momento de la naturaleza en sus maravillosos versos.

Para gozar de la relación de Gaudí con la naturaleza, que dio tantos maravillosos frutos en el conjunto de su obra, de su pasión por la ciudad de Barcelona y de entender que era un hombre de una fe de piedra picada, "nunca mejor dicho" hace que le recomiende visitar la exposición que el MNAC le dedica, antes de que esta magnífica muestra se marche esta próxima primavera al Musée de Orsay de París.

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