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Por Josep Gallifa .

Continuamos con estas reflexiones generales sobre la educación. En entradas anteriores explorábamos cómo la estatalización bastante completa del sistema francés afectó de diversas formas al sistema educativo español: Directamente con el modelo educativo de la Ley Moyano e indirectamente a los colegios religiosos por la persecución religiosa en Francia. Siguiendo el hilo histórico podemos abordar también la evolución pedagógica y, en concreto, cómo se produjo en Cataluña el impacto de las vanguardias educativas de la Europa de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Antes podemos preguntarnos: ¿Cómo era la escuela de aquellos tiempos?

Ante todo, decir que el modelo imperante era el modelo de escuela resultante de las revoluciones liberales y por tanto expresión de la modernidad y de la mentalidad de la burguesía. También un reflejo de revoluciones republicanas tanto en Europa como en América Latina, por eso se la denominó como "escuela pública". A pesar de que la legislación en España era pues probablemente avanzada, al menos si atendemos a la vigencia de la Ley Moyano debemos convenir que así debió ser, sin embargo el modelo de escuela que comportó se la ha denominado como “escuela tradicional” por el patrón común en su pedagogía y cosmovisión.

La escuela denominada tradicional fue la institución de la sociedad con la misión de la preparación intelectual y moral de las masas y la preservación del orden social establecido. Se trataba de transmitir los conocimientos y valores como verdades acabadas, al margen de las experiencias y realidades de los educandos. El maestro o profesor es quien asumía la autoridad de la transmisión de la información, que se entendía como establecida y cerrada siendo él/ella su única fuente. Por eso exigía obediencia y disciplina, a menudo utilizando la autoridad de forma impositiva, paternalista y muchas veces de forma coercitiva. El contenido era racionalista, científico y metafísico, fragmentado en partes aisladas: por eso el método era la exposición por parte del profesor de forma a menudo descriptiva con gran cantidad de información. El aprendizaje se reducía a repetir y memorizar conocimientos, mayoritariamente verbales. Esto llevaba a la pasividad y a la dependencia del educando, con poca capacidad para pensar o elaborar pensamiento y reflexión por cuenta propia. No se tenía en cuenta el proceso y se evaluaban los resultados examinando la capacidad reproductiva de los contenidos.

Puede parecer que estemos haciendo una crítica de este modelo, pero lo que hacemos es una descripción. La realidad es que la escuela era memorística, bastante adoctrinadora, y hacía valer en muchos casos aquel dicho de que “la letra con sangre entra”. Debió haber de todo, bien seguro, buenos maestros y con mucha vocación también. Ahora bien, esta escuela en su conjunto, como modelo de escuela, a pesar del progreso que suponía de escolarización de las masas, se ha convenido en denominarla -como decíamos- como “escuela tradicional”. No queremos juzgar si estaba mejor o peor, lo que no se puede hacer al margen de cada época y sus tecnologías, conocimientos, mentalidades y cosmovisiones.

Sin embargo, en aquellas fechas surgía en Europa un nuevo modelo totalmente diferente de escuela denominado como “escuela nueva” por su carácter totalmente alternativo a la “escuela tradicional”. Con el pensamiento y la acción de pedagogos y pedagogas como Pestalozzi, Freinet, Décroly, Montesori, Claparède, Ferrière, o en los USA Dewey, surgía una sensibilidad diferente en la educación, sobre todo en países y ciudades donde había tenido un peso la revolución industrial. Ferrière en sus 30 puntos proponía una escuela activa, práctica, basada en el trabajo, la responsabilidad y el respeto, que ejercitaba globalmente las facultades de los educandos... Una escuela nueva que crecía junto a la sensibilidad y los valores de las nuevas clases medias emergentes. No era una pedagogía totalmente nueva, pues ya se conocían las ideas pedagógicas de Rousseau, y de referentes anteriores que podemos remontar hasta Sócrates y Platón y la mayéutica socrática. No era nuevo este planteamiento más holístico, pero sí las instituciones pedagógicas y las metodologías escolares que se utilizaban centradas en el educando y su desarrollo. Un movimiento muy creativo y muy en sintonía con las necesidades de su tiempo, por ejemplo, con el fomento de los valores de la paz o el internacionalismo.

Cataluña no fue una excepción de este movimiento transformador, sinó que participó en él directamente. Si nos preguntamos si fueron los colegios religiosos o los colegios nacionales los que conectaron con estas vanguardias pedagógicas europeas debemos convenir que en general no fue el caso. De hecho, Cataluña fue casi una excepción en España este contacto con las vanguardias pedagógicas europeas. Y la relación vino de otros actores que entraron en la escena educativa.

Junto a estos dos modelos de colegio nacional y religioso, se fundaron nuevas escuelas municipales, de iniciativa social o después por parte de la Mancomunidad. Fueron algunas de estas escuelas, sin las limitaciones -sean estatales, sean eclesiásticas- que tenían los colegios más antiguos, las que conectaron con estas vanguardias. Así, el Ayuntamiento de Barcelona y sus escuelas asociadas iniciaron un contacto singular con Ginebra y con pedagogos como Claparède, Ferrière o Piaget. El juicio y condena a muerte de Ferrer y Guardia, que había iniciado la denominada Escuela Moderna, tuvo un fuerte impacto en Europa más allá de la pedagogía, lo que demuestra cómo ya a principios del siglo XX se había iniciado esta conexión europea de las vanguardias educativas. Así pues, tenemos unas nuevas escuelas como las escuelas del Mar y del Bosc, el Patronato Baixeras, la Blanquerna, entre otras. Y también grandes pedagogos vanguardistas en conexión con la nueva sensibilidad educativa, como fueron Rosa Sensat o Alexandre Galí. Se hicieron Escuelas de Verano y se fundaron instituciones renovadas en su pedagogía. Hubo una escuela nueva catalana.

Es decir, la escuela nueva nació aprovechando también la flexibilidad en la concesión del Estado, pero al margen de los colegios establecidos. Ocurrió así también en la vecina y siempre influyente Francia. Los colegios religiosos permanecieron más al lado de la formación tradicional, siguiendo las mentalidades de su tiempo. No quiere decir que no conectaran con vanguardias pedagógicas que en muchos casos lo debieron hacer y sería interesante estudiarlo, y es evidente también que fueron destino también de las clases altas y medias emergentes, pero respondieron más en su conjunto al modelo tradicional que no había perdido su vigencia.

Y, de todas formas, a pesar de que la renovación pedagógica de Cataluña no empezó tampoco en los colegios nacionales, sí que fue confluyendo hacia el sistema público en tiempos de la II República.

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