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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Tim Robbins dirigió en 1995 la película «Dead Man Walking» [Pena de muerte], que obtuvo numerosos premios, inspirada en el libro de la religiosa Helen Prejean, que da título al filme. Un hombre, condenado a muerte capital por asesinato, pide la ayuda de una religiosa para afrontar sus últimos días de vida. El actor Sean Penn interpreta a Matthew Poncelet, el condenado, y Susan Sarandon, a la religiosa. Dos actores de primera magnitud.

Pocos años después del estreno de esta película, la hermana Helen Prejean fue a Roma para participar activamente en la campaña por la abolición de la pena de muerte, impulsada por la Comunidad de Sant’Egidio. En aquella época, yo residía en Roma. Me cité con ella en el Trastevere para realizarle una entrevista que sería publicada en el semanario «Catalunya Cristiana». Al acabar, salimos a la plaza y en una mesa de bar tomamos un té. Hablar con ella fue como sumergirse en una catarata de valores: compromiso, simpatía, cordialidad, transparencia, vibración evangélica… Me enseñó la cruz hecha de pequeñas maderas que llevaba colgada, realizada por Matthew. Me dijo también que había hablado con Susan Sarandon, actriz que la representaba, con la cual había establecido excelentes relaciones.

En un momento de la película, Matthew, con gran dificultad, se le confiesa como asesino y violador. Él tiene que afrontar el tema del perdón. Ella no se arruga ante sus desplantes. Impresionada por el sufrimiento inmenso que siente el condenado y que intenta ocultar, le dice: «Hay cierto dolor que solo Dios puede aliviar.» Con respeto, con sufrimiento, con la conciencia de sus propios límites, pero también con un amor inquebrantable por la persona, la hermana Helen se queda a la puerta del último reducto, donde solo Dios y cada uno pueden establecer su relación. El trabajo psicológico, la terapia, el acompañamiento espiritual, incluso la ingestión de sustancias… pueden llegar hasta la puerta del último reducto, pero no son capaces de cruzarla. En este último espacio de dolor, solo Dios tiene acceso. Cada persona tiene su último reducto. Quizás muchos no llegan ahí, pero aquellos que lo consiguen y cruzan la última puerta, ven que su vida se transforma porque, aunque sea en el anonimato, experimentan el alivio y la paz de Dios. Mat le confiesa: «Tengo que morir para encontrar el amor». La hermana Helen le dice, en el momento poco antes de la ejecución: «Quiero que lo último que veas sea la cara del amor. Así que mírame a mí».

Ved el fragmento de la película al cual se refiere el artículo. Duración: 5’28’’

https://www.youtube.com/watch?v=7XaMUtRe4I8

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