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En el primer tramo de la carta a los Romanos (Rm 1,16-4-25) Pablo expone uno de los puntos fundamentales de su pensamiento teológico: el poder de Dios para declarar justo al ser humano al margen del cumplimiento de las obras de la Ley judía. El segundo bloque comienza con el texto (Rm 5,1-5) que leemos en la segunda lectura de este domingo; en esta parte de la carta mostrará las consecuencias que la justificación por la fe tiene para la vida cristiana. El texto se ha escogido porque en él se constata la acción del Padre, de Jesús el Hijo y del Espíritu, resultando así apropiado para la festividad de la Santísima Trinidad.

En esquema el texto muestra los resultados de la justificación: estar en paz con Dios, tener entrada en el don de la gracia y esperar la gloria de Dios. Todo esto ocurre, sin embargo, en un mundo donde las pruebas y las tribulaciones siguen estando presentes. Esto debe ser motivo de satisfacción porque las pruebas estimulan la paciencia, la paciencia obtiene la virtud y es el fundamento de la esperanza que asegura que el don del Espíritu ha sido derramado en los corazones de los creyentes.

“Estamos en paz con Dios” (v.1) dirá Pablo a los cristianos de Roma que conocen sobradamente la propaganda imperial montada para enaltecer la Pax romana; saben de memoria la retórica del imperio. Roma estableció la paz a base de dominar y pacificó el imperio por la fuerza de las armas, insistiendo en el reconocimiento del emperador como Señor del mundo. La afirmación de Pablo es revolucionaria: sólo Dios es Señor de mundo. La palabra griega que traducimos por paz es “eirene” pero Pablo, como un buen judío que es, sabe que el término proviene de la palabra hebrea “shalom” que significa algo más que ausencia de hostilidades. En cuanto a las relaciones con Dios, paz es estar en armonía espiritual con Dios, tener el corazón y la voluntad personal aunados con la voluntad de Dios. La paz de Dios es posible gracias a la acción de Jesús y el don del Espíritu.

La justificación da entrada a la gracia. Gràcia es el favor puramente gratuito concedido por un poderoso a una persona que le implora; gracia es el favor de Dios hacia una humanidad que no se le merece, es el desempeño del proyecto de salvación de Dios llevado a cabo por Jesús; gracia es el amor que Dios nos tiene.

Para entender la expresión "tenemos acceso a esta gracia" hay que imaginarse a un rey muy poderoso sentado en su trono desde el que va concediendo privilegios y favores. La gente normal no puede acercarse a él y sólo unos pocos privilegiados tienen acceso a su presencia. Los profetas del Antiguo Testamento expresaron simbólicamente la grandeza del trono de Dios en el cielo que simboliza la grandeza, la majestad y la trascendencia de Dios, la distancia infinita respecto a lo creado (Is 6,1; Ez 1,26). Existía la convicción de que ver a Dios era morir (Ex 33,20) y esto llenaba de miedo. No había acceso directo e inmediato a Dios. Hacía falta la mediación (y con limitaciones) de los sacerdotes para acceder a la presencia de Dios.

Con Jesús la relación de los hombres con Dios ha cambiado. Cuando muere en la cruz el velo del templo se rompe de arriba abajo señal de que se han roto las barreras que impiden el acceso a Dios que habita simbólicamente en la parte más sagrada del santuario (Mc 15,38; Mt 27,51 (Lc 23,45). Jesús crucificado, resucitado y exaltado a la derecha de Dios ha entrado en el santuario celestial (tema que expone con detalle la carta a los Hebreos He 9,11-12) e intercede en favor de aquellos por los que murió. Jesús abre el acceso a la salvación definitiva que se hará realidad total al final de los tiempos.

Tener acceso a la gracia conlleva esperar a participar en la gloria de Dios. En la misma carta a los romanos, Pablo ha dicho "todos habían pecado y vivían probados de la gloria de Dios" (3,23). Ahora justificados, el acceso es posible. Considerando la imagen del trono presente en nuestro texto, la gloria es la presencia de Dios. “Dios llama a su gloria” dice 1 Te 2,12. Los justificados están llamados a participar de esa presencia benefactora de Dios.

Domingo de la Santísima Trinidad. 12 de Junio ​​de 2022

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