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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Suele pensarse en una persona santa como alguien excepcional, rebosante de espíritu, que mantiene una relación privilegiada con Dios. Incluso capaz de realizar milagros. Existen también algunas distorsiones: no toca los pies en tierra, no sabe lo que pasa en el mundo, vive atada a la moral y a los aspectos formales de la espiritualidad. Estos planteamientos dificultan afrontar el interrogante: ¿puedo ser yo santo? ¿Existe algun interés en que lo sea? ¿Vale la pena emprender este camino? ¿No basta con ser normal?
El capítulo V de la constitución Lumen gentium (Vaticano II) habla sobre la vocación universal a la santidad y recuerda que «la voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Ts 4,3; cf. Ef 1,4). Si Dios nos quiere santos y todos estamos llamados a serlo, ¿qué implicaciones tiene? En el documento se afirma: «[La santidad] se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos.»
Existen muchos modos de vivir la santidad. No hay uno solo. Pero todos ellos tienen en común, al menos, algunos elementos clave. Primero, la irradiación del testimonio personal en el entorno de vida. No se trata de un problema de imagen. Sólo consiste en ser. La santidad no es un camino individual desvinculado de las demás personas. Siempre hay compromiso hacia los otros. El amor necesita de los demás para poder expresarse en fraternidad. Segundo, tendencia a la perfección de la caridad. El amor, en el que se resumen toda la Ley y los profetas, es el núcleo esencial. Como dice san Juan de la Cruz, «en el atardecer de la vida se nos juzgará por el amor». Un amor a Dios y a los demás como a sí mismo. Lejos del imperio del narcisismo y de las exigencias del ego. Todos queremos amar, pero pocos aciertan en el camino. Hay que perder ego para ganar amor. Tarea difícil. Tercero, cada persona según su género de vida. A menudo se cae en el error de pensar que sólo algunos estados de vida conducen a la santidad. Falso. Cualquier persona está llamada a vivir la esencia del amor en su estado propio y en el ejercicio de su profesión. El guión del amor se puede desarrollar en los más variados escenarios de la vida, sea un monasterio, sea un hogar. Cuarto, los consejos evangélicos —pobreza, castidad y obediencia— han quedado en la imaginería popular frecuentemente reducidos a la vida consagrada al convertirlos en votos religiosos. Su mensaje moral —revolucionario sin duda— abarca a todos, pero cada uno los vive según su estado y vocación.
El texto nos recuerda que «todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina». Y Dios quiere que sus hijas e hijos vivamos en hermandad, con atención preferencial a pobres y excluidos. En esto consiste la santidad.
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