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Por Ramon Bassas .
https://www.youtube.com/watch?v=NAbcD0U9EUs

Lo que más me ha gustado de la entrevista a Teresa Losada que acaba de publicar Cristianisme i Justícia (aquí en catalán , aquí en castellano) es la interesante contradicción en que se encuentra el cristianismo, vivido con autenticidad. Por un lado, la pasión por hacer presente el gozo del encuentro con Jesucristo a través de los textos que hablan, a través de la oración, a través de los símbolos, a través de la comunidad de personas que compartimos con mayor o menor medida este referente ... Por otro, la convicción donde nos lleva esta pasión, es decir, a saber que en cada uno de nosotros está Dios, seamos de la religión que seamos (incluida la no-religión). "En realidad, qué es el cristianismo?" se pregunta Losada. "Es el Dios encarnado. No es sólo que Dios se humanizó, se hizo hombre, sino que en cada hombre hay Dios, y cada hombre lleva un mensaje diferente de él "(p. 9).
Digo contradicción porque, en realidad, este Dios cristiano combina su presencia con su disolución, su propia manera de convocarlo con la inmediata necesidad de dejar las maneras e ir al grano. Y el grano es la apertura hacia la mutua fecundidad. Un ejemplo: "Cuántos budistas hen enseñado a orar a cristianos, y cuántos budistas aprecian el nuestro Jesús que se encarna, aunque no cuenten con él. Dialogando hacemos siempre Dios más grande y la humanidad más sabia. A mí", concluye Losada, "Dios me hizo más grande" (p. 13). Esto no es cosa de ella, tan sólo. De hecho, aporta valiosos textos del Concilio Vaticano II en que la Iglesia reconoce, que las otras tradiciones espirituales y religiosas "no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (p. 7; Declaración Nostra Aetate , 1965, núm. 2).
Así ha vivido su experiencia de muchos años atendiendo inmigrantes la mayoría de los cuales profesaban el islam. El cuaderno habla de eso. Y de su impecable trayectoria académica, la base de una formación que no ha abandonado nunca, pese a su opción de dejar la Universidad para atender su vocación, junto con otras monjas de su congregación.
Insisto de nuevo con la contradicción. Este testimonio, pensé al leerlo, no debería hacernos caer en la simplificación de que la acción de la Iglesia deba centrarse en el testimonio de donación de sus miembros, simplificación paralela a los que creen que la misión de la Iglesia se centre en el refuerzo de sus signos con la esperanza de que acaben convirtiéndose en símbolos. Sospecho que la mayor parte de la 'culpa' de la vocación hacia la apertura a los demás proviene de la tradición que, con todas las salvedades que queráis, la alimenta. Y que los elementos de esta tradición sólo tienen sentido, sólo son verdaderamente símbolos, cuando se hace efectiva esta apertura.
[El vídeo superior contiene una entrevista con el autor del cuaderno, Javier Alonso]
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