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La historia se repite. No somos tan originales como para no reeditar los errores del pasado y también la fuerza y todo aquello que nos lleva, a los humanos, a superarnos y a luchar para salir adelante.

Alguien dijo que esa capacidad de ser y hacer el bien, y a veces el mal -que no queremos-, está en el ADN de nuestra condición humana, ya que todos estamos hechos del mismo barro «marca Adán». Pero también es cierto que la historia humana tuvo un momento culminante, que determinó nuestro caminar, y que llenando de sentido la lucha por la vida, nos aporta la certeza, de que aunque todo parezca que acaba en la muerte, a la que inexorablemente nos dirigimos,ella no es el final.

El mensaje de la Pascua nos dice queestamos amenazados de vida y de resurrección, y que la muerte, el mal, el pecado, no tienen la última palabra. Hay Uno que nos abrió camino, y que se hizo pan para nuestro camino, y vino para la fiesta de la vida. Caminamos y avanzamos como pueblo de Dios, como pueblo que sueña, aspira, trabaja, construye; como pueblo que a veces se equivoca, y que también muchas veces acierta, sobre todo cuando se juega las cartas de la vida en el amor, el servicio, la confianza,el bien de los otros, la bondad.

Andamos errantes, a veces sentimos que estamos «como ovejas sin pastor», pero no podemos culpar a «los pastores» porque eso sería una excusa y tal vez un pretexto para no hacer lo que nos toca. Nada ni nadie nos puede impedir vivir el Evangelio, y nada ni nadie nos puede expulsar de él y de su vivencia hasta el final: hasta dar la vida, hasta perderla, que en cristiano ¡es ganarla! Somos un pueblo maduro, que tiene un pastor y guía, que camina con su pueblo y que nos ha regalado la clave para vivir y avanzar: amaos siempre y a fondo perdido «amaos unos a otros, como yo os he amado»; que ora para que seamos uno «como yo y el Padre somos uno» y que nos dice que la salvación está en el camino de Jerusalén a Jericó -y no en dirección inversa- y que se hace realidad cuando somos capaces de descabalgar de nuestro bienestar, de detenernos ante los heridos del camino, de curarles las heridas, y algo más, cuando somos capaces no de dar lo que sobra sino de hipotecarnos para que el otro tenga vida: «...y todo lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso.»

El sepulcro está vacío. No hay excusas. Dejemos de buscar entre los muertos, en medio de la competencia, las envidias, los recelos, las luchas de poder, los egos, el carrerismo, el dinero, etc. al que está vivo y es la Vida. Le encontraremos en Galilea, al lado de la gente, anunciando la Buena Noticia de la Salvación: que hay vida para todos, que la fiesta debe continuar y que el banquete está a punto.

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