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Muchas veces me he preguntado cuál es el núcleo de mi fe, ¿en que creo?. Más allá de toda especulación o elaboración intelectual tengo claro que mi fe hunde su razón en aquello que respondió Jesús a la pregunta del maestro de la ley sobre cual era el primero de los mandamientos. Jesús, sin desvirtuar el núcleo de la creencia judía, indicó que el primer mandamiento es “Jesús le contestó: el primer mandamiento de todos es: ‘Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Ningún mandamiento es más importante que estos”(Mc 12,29-31). Después de estas palabras el amor al hermano será el camino de comprensión de Dios y el camino para acceder a su experiencia. La cual permitió a Jesús a considerar a Dios como Padre porque todos somos hermanos. El amor al hermano se situado al mismo nivel que el amor a Dios. Más adelante la experiencia creyente conducirá a comprender que no se puede amor a Dios sin amor a los hermanos. Por eso, "Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda." (Mt 25,23).

Una vez asumida esta afirmación contundente la segunda pregunta es: ¿qué es amar?. En el Evangelio hay varias respuestas a la misma pregunta. Todas las respuestas, bien sea la parábola del juicio final (Mt 25, 31-46) o la respuesta de Jesús al joven rico “ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme” (Mc 10, 21), indican que creer es practicar el amor. La expresió máxima de este amor es la sentencia: “No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Todo son caminos para intentar descubrir el sentido del Trascendente a través del amor a los hermanos. Porqué la experiencia de Dios pasa por la encarnación de su amor y la transformación de nuestro amor en caridad. “A Dios nunca lo ha visto nadi, pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor se hace realidad en nosotros” (1Jn, 4,12). Desde esta experiencia, creer es una apertura afuera que nos remite al hermano para ir verso Dios. Cómo dijo san León Magno “ningún gesto de bondad carece de sentido ante Dios, ninguna misericordia resta sin frutos”

Creer es amor, porque Dios es amor. Este amar es donación generosa a los otros tal como lo hizo la viuda pobre del relato del Evangelio y que Jesús propone como ejemplo “todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento” (Mc 12, 44.). Amar es, ofrecer todo el que tengo y todo el que soy porque los otros sean personas, tengan dignidad, vivan en paz y justicia. En este camino es cuando Dios se dejará encontrar y se revelará como experiencia trascendente. Así, amando a las personas damos y nos llenamos de humanidad. En el gesto del amor cotidiano, seguro lejos de toda heroicidad extrema, se condensa el acto creyente. Porqué el amor es lo que identifica a los cristianos. El emperador romano Julián el Apóstata comentó que aquello que distingue los cristianos es que predican y viven un amor que nunca habría nacido en el seno del paganismo y que proporciona dignidad y sentido de la vida incluso a aquellos a los cuales nadie estaba dispuesto a otorgarles un mínimo de respeto. Esta es la experiencia creyente.

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