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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

En el último número del pasado mes de mayo, el semanario The Economist ha publicado el resultado de una investigación sumamente interesante sobre el cambio social en los países ricos y sus repercusiones en el comportamiento de los hombres y las mujeres. Es significativo que la revista El Temps se haya apresurado a traducir una síntesis de ese estudio al catalán, con el mismo título que el original: El sexo más débil (9 junio 2015).

No es mi intención exponer el contenido de este estudio, y solo fijaré la atención en un detalle que, a simple vista, podría parecer intrascendente. Con esta finalidad, transcribo un breve fragmento en el que se plantea una cuestión que ha despertado mi interés, pensando en el conjunto de las cuestiones que serán objeto de debate en el segundo Sínodo de los Obispos sobre la familia (octubre 2015).

«La familia en la que conviven los dos progenitores, que todavía es habitual en la elite de la sociedad, está en proceso de desaparición en los ambientes de mayor pobreza. En los países ricos, la proporción de nacimientos fuera del matrimonio se ha triplicado desde el año 1980, hasta un 33%. En algunas zonas en las que la industria tradicional se ha ido a pique, ha llegado al 70% o más. Los niños que crecen en hogares desestructurados tienen más dificultad para el aprendizaje en la escuela, tienen más probabilidades de abandono escolar y, al incorporarse al mundo laboral, ganarán menos que los hijos de familias consolidadas. Además, les costará más formar familias estables. (...) La OCDE, un think tank, prevé que el número de hogares monoparentales continuará ascendiendo en casi todos los países ricos. Los niños que crecen sin los padres en casa tienen más probabilidad de tener problemas cuando llegue el momento de establecer relaciones duraderas, un hecho que afecta sobre todo al comportamiento de los hombres».

Ningún motivo me hace pensar que la investigación que ha conducido a estas conclusiones no ofrece garantías, y confieso que la lectura de este estudio me ha hecho reflexionar. Nuestro país forma parte del conjunto de los llamados países ricos, y la realidad que observamos no es muy distinta de la que este estudio describe. Seguro que el aumento continuado del número de hogares monoparentales es una de las expresiones más evidentes del profundo cambio social en el que estamos inmersos; a la vez, se ha convertido en uno de los factores que provoca un aumento del número de nacimientos fuera del matrimonio; y, también, provoca el continuo descenso tanto del número de matrimonios como de la proporción de familias estables.

Me pregunto si esta cuestión será objeto de reflexión en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tendrá lugar del 4 al 25 de octubre de este año 2015. Lo digo porque las comunidades cristianas no podemos ignorar esta realidad al reflexionar sobre la forma de transmitir el mensaje del Evangelio a las familias de hoy. ¿En qué tipo de familias estamos pensando? ¿Cuál es el tipo de familia más frecuente hoy en nuestra sociedad? Y, dentro de diez años, ¿de qué estaremos hablando cuando hablemos de la familia?

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