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Comienza el salmo 23 poniendo en boca del orante la proclamación "El Señor es mi pastor". Es uno de los salmos más conocido de todo el salterio y lo leemos, o rezamos o cantamos en este 4º domingo de Cuaresma del ciclo A. Es una oración apacible y serena donde encontramos dos alegorías: la del buen pastor y la del huésped espléndido, ambas muy familiares en la cultura de oriente y en el lenguaje bíblico. El v.6 cierra el salmo con una alusión al templo de Jerusalén - la casa del Señor - con la que el orante expresa el deseo de beneficiarse de la presencia del Señor.

La bella imagen del buen pastor también se encuentra en el salmo 95 que leíamos el 3er domingo de Cuaresma. El salmo 23 pone el énfasis en el buen trabajo que hace el Señor como pastor y lo describe de una forma detallada. El primer deber del buen pastor es procurar abundante pastoreo por su rebaño y abrevar en lugares de aguas apacibles. Los lugares de pastoreo, tal como los presenta el salmo, son lugares tranquilos y las aguas de reposo son las que satisfacen la sed de quien las bebe; no son aguas mezcladas con lodo o salobres que también las hay en Israel.

Otra tarea importante de los pastor es la de guiar a su rebaño no por roquedos y barrancos peligrosos, sino por senderos trillados y proteger el ganado del peligro de los animales depredadores. Toda esta acción benefactora de Dios, descrita con la imagen del trabajo de un buen pastor, sirve para indicar que Dios actúa penetrando en el fondo de la persona (nefesh, en hebreo) y provocando en ella una profunda transformación.

Esta tarea positiva del pastor contrasta con la irresponsable guía de los pastores reyes de la dinastía davídica que con su negligencia provocaron el exilio, es decir, la dispersión del rebaño. Lo denuncia con contundencia el profeta Ezequiel "Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos ... Sus pastores no están por la labor" (34,2.8).

"Tú vas conmigo" (v.4) sigue diciendo el salmo. El motivo de la confianza del orante es que sabe que Dios se encuentra siempre a su lado. A menudo en la Escritura este apoyo de Dios se expresa con la fórmula: "Yo estaré contigo". Aparece en los momentos decisivos de la historia de Israel; lo dice Dios al ser enviado Moisés a liberar a los israelitas de Egipto (Ex 3,12), antes de la toma de Jericó (Js 3,7); "He estado contigo" dirá Dios a David por boca de Natán (2 Sa 7,9); y lo dirá a Jeremías al enviarlo a profetizar (Jr 1,8).

Una nueva alegoría ilustra la protección de Dios sobre el orante. Lo hace con la imagen de un banquete festivo que seguramente acompañaba un sacrificio de acción de gracias. El orante se ve beneficiado con la generosidad del Señor, con una esplendidez propia de un potentado de oriente. El huésped es recibido con cordialidad, se le sienta en un lugar de preferencia, se le obsequia con la unción del aceite y disfruta de la abundancia de la comida y la bebida. Esta magnificencia despierta la envidia de los enemigos. La mención de estos enfatiza la protección de Dios sobre sus amigos y elegidos. Los enemigos no tienen esta protección porque seguro no han puesto en Dios su confianza.

La bondad y el amor que acompañan al orante provocan su respuesta generosa: el deseo de vivir por muchos años en la casa del Señor. Está convencido de que la protección de Dios, descrita con tanto detalle, no es el resultado de una acción puntual, de un momento limitado, ella durará siempre, no se acabará mientras dure su vida.

Domingo 4º de Cuaresma. 22 de Marzo de 2020

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