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El capítulo 2º del evangelio de Juan presenta la autorevelación de la persona de Jesús con un díptico, primero en forma positiva: el relato de las bodas de Caná (2,1-12) y, a continuación, en forma polémica: el incidente en el templo, también llamado la purificación del templo o desafortunadamente la expulsión de los mercaderes (2,13-22); es el pasaje que leemos en el evangelio de este domingo.

La purificación del templo es narrada por los cuatro evangelios. En los sinópticos, el evento tiene lugar al final de la actividad pública de Jesús y será el detonante que precipite su detención y muerte en la cruz. En cambio, en el evangelio de Juan lo que provoca la decisión de la muerte de Jesús es la resurrección de Lázaro. El gesto es el primer acto de Jesús en Jerusalén y se convierte en su carta de presentación como mesías de Israel. Las tradiciones judías afirmaban que el retorno del mesías implicaba como primer acto su entrada a Jerusalén y la presencia en el templo.

El gesto de Jesús está en la línea de los gestos proféticos y simbólicos de los profetas del Antiguo Testamento. Recordemos el pasaje de la vasija rota de Jeremías (Jr 19) o el del agujero en la pared de Ezequiel (Ez 12). Con él Jesús quiere restituir al templo la función que le corresponde por excelencia: ser el lugar de la presencia de Dios en medio del pueblo y lugar de oración, a la vez denuncia su instrumentalización con el fin de obtener beneficios económicos.

La efectividad del gesto profético pide una asistencia concurrida, por eso Jesús escoge para hacerlo la fiesta de pascua, pero no sólo por eso, enseguida veremos que la interpretación del hecho va ligada a su muerte que ocurre por la pascua. No hacía mucho tiempo, las ventas de animales se hacían en el torrente Cedrón, fuera del templo, pero Caifás permitió que se hicieran dentro del recinto del templo. Probablemente la decisión desagradó a mucha gente que vieron un ataque a la sacralidad del templo y es posible que no vieran con malos ojos el gesto de Jesús.

La purificación de Jesús revela y pone de manifiesto su identidad. La cita del salmo 69,10 lo presenta movido por el celo ilimitado por la casa del Padre y este compromiso apasionado por la casa de Dios acabará consumiéndolo, devorándole (katafagetai), es decir, llevándolo a la muerte. El salmo habla del justo sufriente y las primeras comunidades cristianas vieron que este justo sufriente no es otro que Jesús.

Los judíos piden una señal que avale el comportamiento de Jesús. Así lo prevé el Deuteronomio (18,20-22). El profeta debe avalar que lo que hace y dice proviene de Dios. El requerimiento de los judíos se inscribe dentro del enfrentamiento de Jesús y los judíos que se irá repitiendo a lo largo del evangelio (5,18; 6,41.52; 7,15; 8,52; 10,24.33), sobre todo a 6,30 cuando le dicen: y tú, qué señal haces para que viéndola creamos? Qué puedes hacer ?. La alusión a la destrucción es una referencia a la muerte de Jesús y los tres días a la resurrección. El templo y el cuerpo de Jesús son una misma realidad. Jesús al hablar del templo refiriéndose a él no usa el término griego ieron, el conjunto de todo el edificio, sino que habla de naos el santuario propiamente dicho, lugar de la presencia de Dios en medio del pueblo. Visto así, la persona de Jesús se convierte desde ahora en el santuario de la presencia divina. La destrucción del templo no representa sólo la destrucción física de algo, sino la destrucción de Jesús que pone de manifiesto la incredulidad de los dirigentes de Israel. El gesto y las palabras de Jesús dan un vuelco a lo que significa el templo de Jerusalén; si hasta ahora era el lugar por excelencia donde se podía encontrar la presencia de Dios, ésta, desde ahora, se ha de buscar y encontrar en la persona de Jesús.

Domingo 3º de Cuaresma. 4 de Marzo de 2018

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