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Dos parábolas sobre el crecimiento del Reino de Dios leemos en el evangelio de este domingo (Mc 4,26-34). El anuncio del advenimiento del Reino de Dios es la tarea a la que Jesús dedica su ilusión, sus esfuerzos, su vida. Es el núcleo central de su predicación. El advenimiento del Reino es su convicción más profunda y todo lo que dice y hace está al servicio del Reino de Dios, de tal manera que el Reino es la clave para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que comienza en Galilea, pero que apunta mucho más allá.

Jesús predica el advenimiento del Reino, no se dedica a predicar unos contenidos doctrinales religiosos que los oyentes tendrán que aprender, entender y creer; tampoco pretende una renovación que perfeccione la religiosidad de Israel y, aunque la aceptación del Reino comporte un cambio de vida, no pretende instaurar un nuevo código de normas y leyes morales. Jesús predica el Reino sin explicar demasiado que es pero sí que dice cómo debe ser acogido, como manifiesta su presencia y quien se acerca a él y quién no.

El Antiguo Testamento no habla de Reino de Dios, en todo caso habla de Dios que es rey. Israel en su historia había tenido una mala experiencia de la realeza. Después de David, el rey ideal, sus descendientes (exceptuando Ezequías y Josías) se habían corrompido con la idolatría, favorecían a los poderosos, explotaban a los pobres y cometían todo tipo de injusticias; esto acabó con el exilio, allí Israel experimentó la opresión de los monarcas extranjeros. Tampoco ayudó en nada la experiencia del dominio de los seléucidas y, al llegar el tiempo de Jesús, nos encontramos con el dominio de los Herodes y los romanos. De todo ello surge el convencimiento de que el único rey que vale la pena es Dios. Los salmos expresan muy bien este sentimiento: "El Señor es sublime, el temible, el gran rey de toda la tierra" (47,3); "El Señor es el Señor, rey de reyes por encima de todos los dioses" (95,3).

Jesús se vale de este convencimiento para anunciar el advenimiento del Reino de Dios, además de esto hay que añadir que estaba muy difundido entre el pueblo, seguramente atizado por las enseñanzas que se impartían en las sinagogas, que en un futuro una intervención omnipotente de Dios destruiría el poder del mal y de los enemigos opresores de Israel para crear un nuevo mundo donde los justos vivirían felices y en paz. Esto se ve reflejado en los Salmos de Salomón, un escrito fariseo que expresa la confianza en una intervención de Dios, verdadero rey de Israel que establecerá su reino por mediación del Mesías: "Erige para ellos un rey, un hijo de David, ... para que reine sobre Israel, tu siervo. Dale fuerza para trocear los príncipes injustos, para purificar Jerusalén de los gentiles "(SlSal 17,21).

Jesús hablaba del Reino de Dios y un reino era el tipo de organización de la sociedad que los oyentes de Jesús conocían, ahora seguramente hablaría de democracia de Dios. El Reino que predica Jesús aparece como proyecto alternativo a las experiencias de realezas frustradas vividas por el pueblo de Israel. Seguramente debía causar extrañeza sentir que el Reino ya está entre unos campesinos atenazados por los impuestos de los romanos, de los Herodes y del Templo.

Con las parábolas de hoy, Jesús quiere poner de manifiesto que el Reino, a pesar de todo, se impone. La inicial apariencia de fragilidad contrasta con los espectaculares resultados posteriores. Las parábolas son voz alentadora para quienes viven la angustia de ver que los resultados de la predicación no aparecen con la velocidad que ellos quisieran. El Reino es de Dios, él es quien hace crecer y lo ofrece a todos sin distinción, como si fueran pájaros que anidan en las ramas crecidas a partir del grano de mostaza.

Domingo 11º durante el año. 17 de Junio ​​de 2018

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