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Seguimos en la segunda lectura de este domingo leyendo un fragmento (Hb 10,11-14.18) del capítulo décimo de la carta a los Hebreos donde el autor sigue exponiendo las características del sacerdocio de Jesús comparándolo con la actividad cultual de los antiguos sacerdotes judíos.

Lo primero que se afirma en el texto que nos ocupa es que los antiguos sacerdotes ofrecían a diario y muchas veces los mismos sacrificios. Efectivamente en el templo de Jerusalén cada día se ofrecían varios sacrificios. Nunca fallaba el sacrificio de la mañana, poco después de la salida del sol y el vespertino a primera hora de la tarde. Cada mañana y cada tarde se ofrecía un holocausto en nombre de todo el pueblo. También cada día se ofrecían otros muchos por iniciativa particular; los fieles llevaban víctimas para que los sacerdotes las ofrecieran. En el holocausto la víctima se quemaba toda como reconocimiento de la soberanía del Señor sobre todas las cosas. Normalmente se inmolaban toros, carneros y cabritos. Debían ser machos y sin defecto alguno. También se podían ofrecer corderos o incluso tórtolas o pichones que eran las ofrendas habituales de los más pobres. El holocausto tenía un sentido de homenaje y súplica a Dios, pero también podía ser ofrecido para dar gracias o cumplir un voto.

Dado que la lectura de hoy termina hablando del perdón de los pecados, vale la pena saber que se ofrecían con frecuencia sacrificios expiatorios o para obtener el perdón de algún pecado; estaban indicados para todos aquellos que transgredían las prescripciones de la Ley. Lo que debía ofrecerse estaba determinado según la gravedad del pecado y detalladamente reglamentado. Cualquier incumplimiento de la Alianza era una ofensa a Dios y exigía una reparación.

Toda la magnificencia y suntuosidad de estos sacrificios exigía un ingente número de sacerdotes participantes y costosos rituales que acompañaban a los sacrificios, esto contrasta con la estremecedora simplicidad de la ejecución de Jesús en la cruz que el autor de Hebreos entiende como un sacrificio. El autor de Hebreos quiere dar cuenta de que la grandeza de los antiguos sacrificios no conseguía el efecto deseado (el total perdón de los pecados) en cambio sí lo consigue el sacrificio de Jesús en la cruz.

Cuando el autor de Hebreos dice que Jesús se sienta a la derecha de Dios, afirma de Jesús prerrogativas mesiánicas. La singularidad del autor de Hebreos es que une en la persona de Jesús dos funciones: el mesianismo real y el mesianismo sacerdotal. El libro de Zacarías habla de dos ungidos (ungido es la traducción del hebreo mesías) uno es real y el otro sacerdotal. Jerárquicamente la posición más alta la tendría el mesías sacerdotal porque el otro es un laico. En la apocalíptica judía, concretamente en el Testamento de Leví (18,1-12) ambas funciones convergen en una sola persona ya que en este escrito se encuentra un fragmento en el que se habla del mesías sacerdotal con la interesante particularidad de que éste Mesías sacerdote debe llevar la plenitud al final de los tiempos y durante su sacerdocio desaparecerá el pecado. El mesianismo sacerdotal acentúa la dimensión sacrificial de la muerte de Jesús; el mesianismo real acentúa su dimensión liberadora.

La conclusión de la lectura (el versículo 18 que se añade al 14 habiendo omitido 15-17) dice: “Cuando el perdón ha sido concedido, ya no es necesaria ninguna ofrenda por el pecado”. La afirmación enlaza con la profecía de que el autor ha recogido en el capítulo 8 vv. 8-12 y que acaba diciendo: “Perdonaré sus culpas, no me acordaré de sus pecados”. Lo que no consiguieron los sacrificios del antiguo judaísmo lo ha conseguido de forma plena, total, y definitiva la acción mesiánica de Jesús con su muerte en la cruz. Con esta muerte – sacrificio se ha logrado el olvido y el perdón total de los pecados.

El domingo 33 durante el año. 14 de Noviembre de 2021

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