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El evangelio de Marcos terminaba en el versículo 8 del capítulo 16. Pasado un tiempo, algunas comunidades vieron inapropiado que el evangelio acabara con unas mujeres llenas de miedo huyendo del sepulcro; así pues, se añadieron unos versículos a fin de otorgar al evangelio de Marcos un final - según aquellas comunidades - más digno. El autor de la coletilla se inspiró en textos ya existentes: los finales de Mateo (28,16-20), Lucas (24,36-56) y Juan (21). El nuevo final de Marcos habla, pues, de apariciones de Jesús resucitado, instrucciones a los discípulos y ascensión al cielo. Este domingo, festividad de la Ascensión, leemos un fragmento de este final (Mc 16,15-20).

La lectura litúrgica comienza con el versículo 14 recortado. Omite el reproche de Jesús a la dureza de corazón de los que no habían creído a los que le habían visto resucitado. Es la situación en que se pueden encontrar algunas comunidades del tiempo presente cuando leen el evangelio de Marcos. No han visto a Jesús resucitado y deben creer en los que han mantenido encendido el testimonio a lo largo del tiempo. Las comunidades de ahora no ponen en duda la resurrección de Jesús, pero quizás, como los que menciona Marcos, no creen en el sentido de que no viven el zarandeo, el impacto, el cambio, el giro que para aquellas primeras comunidades representó el hecho de que Jesús hubiera resucitado. Lástima de la omisión de unas palabras que pueden ser de actualidad indiscutible.

Jesús se aparece a los once. En Marcos no hay una recomposición de los doce Apóstoles como se encuentra en Lucas (Hch 1,15-26). La recomposición de los doce podría significar el intento de rehacer un nuevo Israel. Enseguida se ve que, en Marcos, la buena nueva del evangelio debe esparcirse por todo el mundo y que los destinatarios no son únicamente el pueblo de Israel, sino toda la creación (ktisei). Es la misma palabra que encontramos en la carta a los romanos cuando Pablo afirma que "el universo será liberado de la esclavitud de la corrupción y obtendrá la libertad" (Rm 8,21). La palabra del evangelio predicada es liberadora.

"Señales acompañarán a los que crean" (v.17). Lucas da noticia que los apóstoles hacían muchos prodigios y señales (Hch 2,43; 5,12). Aquí Marcos especifica cuáles son estas señales: sacar demonios, hablar lenguajes extraños, coger serpientes y beber veneno sin ningún daño, imponer las manos. De las enumeradas, dos provienen de la actividad de Jesús mismo: cura en Cafarnaún a un hombre que tenía un espíritu maligno (1,21-28) y saca muchos demonios (1,34), cura un endemoniado en Gerasa (5,1 -20). Otra de las señales que Jesús también hace es el de imponer las manos para curar enfermos. Este gesto tiene una simbología muy rica ya que se utiliza para transmitir el poder (Nm 27,23) o lo encontramos asociado al don del Espíritu (Hch 8,17; 9,17). Jesús cura enfermos imponiéndoles las manos. En su pueblo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos (6,5); lo hace con el ciego de Betsaida (8,25) y Jairo, el jefe de la sinagoga, le pide que lo haga sobre su hija (5,23). El acompañamiento de la predicación con señales no hace más que seguir el ejemplo de Jesús que "iba por toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando demonios" (1,39).

"Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (v.19). Sentarse a la derecha de Dios enfatiza la categoría o condición divina de Jesús. Marcos la ha ocultado a lo largo del evangelio (1,25; 3,52; 8,30; 9,9) y sólo después de la muerte se ha manifestado abiertamente. El centurión pagano dirá: "Este hombre era Hijo de Dios" (15,39). Con Jesús exaltado y entronizado inauguran los tiempos de la liberación. De poco sirve la exaltación y entronización de Jesús si no sigue la predicación que, acompañada de la cooperación de Jesús, libera con señales y prodigios.

Festividad de la Ascensión del Señor. 13 de Mayo de 2018

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