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Las relaciones entre Saúl y David, los dos primeros reyes de Israel, fueron conflictivas; prueba de ello da fe el relato que leemos en la primera lectura de este domingo donde David, ante la posibilidad de matar a Saúl, le respeto la vida (1Sa 26,2.7-9.12-13. 22-23).

A primera vista, el relato que es un calco del episodio narrado en el capítulo 24 resulta edificante porque muestra la generosidad y magnanimidad de David adecuadas a la categoría de un rey que tuvo el favor de Dios. En este sentido el relato sirve para apoyar el texto del evangelio de Lucas (6,27-38) donde Jesús pide el amor a los enemigos.

¿Qué había pasado entre Saúl y David que la cosa llegara hasta el punto de que David pudo, incluso, haber matado Saúl? Este era un hombre de la tribu de Benjamín, hijo de Quis que, yendo a buscar unas asnas perdidas, fue ungido por el profeta Samuel rey de Israel. Era un líder militar que demostraba gran valor en las batallas. Al ser ungido rey, Saúl recibió la misión de liberar al pueblo de Israel de los filisteos, enemigos ancestrales de las tribus de Israel.

Obtuvo victorias contra los amonitas (1 S 11) y contra los filisteos (1 S 14,15-23). Más adelante la actividad militar de Saúl se extendió hacia el sur. Las acciones realizadas en este territorio permitieron que la tribu de Judá se congratulase con Saúl. Las relaciones con Judá cuentan, probablemente, la presencia de David entre los soldados de Saúl. El conflicto entre los personajes no tardó en producirse. Las razones son comprensibles: David es un guerrero joven y brioso, ha vencido a Goliat (1 S 17) y esto no puede hacer otra cosa que encender los celos de su jefe aunque David se haya casado con Mical, hija de Saúl ( 1Sa 18). La lectura que leemos hoy no se entiende si no se tienen en cuenta estas realidades.

Pero la rivalidad entre Saúl y David puede ser captada desde otro punto de vista; más allá de lo que pueda ser la rivalidad historia, hay otra que tiene un fundamento más teológico. Saúl fue ungido rey a petición de los ancianos de Israel que deseaban una monarquía estable para hacer frente a las luchas con los enemigos vecinos (1 S 8,5). Samuel les advirtió que tener un rey comportaba una serie de perjuicios por el pueblo. Dios, con todo, dijo a Samuel que aceptara las peticiones del pueblo: "No te rechazan a ti sino que no me quieren tener por rey a mí" (1 S 8,79). La realeza de Saúl negaba la incuestionable realeza del Señor. En cuanto a David la cosa fue muy diferente. Fue Dios quien tomó la iniciativa y mandó a Samuel que ungiera David para ser rey (1 S 16,1-13) y le otorgó su favor: el Espíritu del Señor se apoderó de David y en cambio se apartó de Saúl (1Sa 16,13-14). La desobediencia a la voluntad divina llevó el fracaso de Saúl por eso Dios le retiró su apoyo y se apoderó de él un espíritu maligno (18,10; 19,9).

Israel rechazó su Dios porque quiso tener un rey. Dios es el rey de Israel, así lo cantan y proclaman los salmos (10,16; 47,3.7.8; 74,12; 88,19; 93,1; 95,3; 96,10; 99,1) . Vista la experiencia de Egipto, el pueblo no debía confiar en una estructura de estado, sino en la solidaridad entre tribus y entre clanes.

"El Señor te había puesto en mis manos". Hay que prestar atención a esta frase porque "poner en las manos" es la misma expresión que Juan inserta en su evangelio en el momento en el diablo ha puesto en el corazón de Judas la decisión de traicionar a Jesús; este pudiendo destruir Judas no lo hace sino que le lava los pies en un acto de servicio. El autor de poner en sus manos es siempre Dios. En el caso de David, no fueron ni la suerte ni su pericia que pusieron Saúl en sus manos sino la voluntad de Dios que manifestó con este hecho el apoyo a David. El episodio prepara el ascenso de David a la realeza y va dibujando el perfil de lo que será el gran rey de la historia de Israel.

Domingo 7º durante el año. 24 de Febrero de 2019

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