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El prólogo del evangelio de Juan afirma que Juan el Bautista vino a dar testimonio de la luz (1,6-7). Los versículos que siguen en el prólogo desarrollan el contenido de esta afirmación. En el evangelio de este domingo leemos lo que dice Juan de sí mismo y la primera proclamación sobre Jesús (Jn 1,19-28). Juan Bautista fue una persona impactante, contemporáneo de Jesús. Su influencia perduró hasta el momento del crecimiento de las primeras comunidades cristianas. Históricamente es muy probable que, al principio de su actividad, Jesús entrara en contacto con Juan y sus seguidores. Seguramente los primeros discípulos de Jesús lo habían sido de Juan. Ante ello se impone la pregunta, ¿quién es, al fin y al cabo, Juan Bautista?

Juan es, por encima de todo, el testigo. El término tiene una connotación judicial indiscutible. El testigo es el que tiene conocimiento real de un hecho que lo ha visto y ha tenido de él experiencia, lo que en principio no ocurre con el resto de asistentes en un juicio. Si el testigo no miente, su declaración se transforma en verdad y se convertirá revelación para los que no han visto los hechos. Resultará del todo decisivo que esta verdad sea aceptada. La lectura de hoy tiene un tono marcadamente judicial. Los enviados de Jerusalén, sacerdotes y levitas, son expertos en materia de culto y los más indicados para juzgar una cuestión ritual como es el bautismo. Los términos negar, responder, confesar entran de lleno en el lenguaje judicial.

La intencionalidad del texto es esclarecer la personalidad de Juan y la de Jesús, más porque, como hemos dicho, algunos discípulos de Jesús provenían del círculo de Juan. La relación entre Juan y Jesús no es de igualdad, sino que Juan deja bien sentado que Jesús está muy por encima de él.

"Yo no soy el Mesías". Joan rechaza establecer ningún tipo de vínculo entre la esperanza mesiánica judía y su persona, en todo caso, él es el preparador de los tiempos mesiánicos. Al ser preguntado sobre sus relaciones con Elías o el profeta, los interrogadores demuestran su preocupación por saber si Juan se atribuye la condición de mesías. En aquella época emergían muchos predicadores ambulantes que se autoproclama mesías. Según las creencias de aquel tiempo, la manifestación del mesías tenía que suceder precedida por la vuelta de Elías (Ml 3,1-3.23) o la venida del profeta anunciado en el Deuteronomio (15,18). Lucas dirá que "el pueblo estaba en expectación y todos pensaban si Juan no fuera tal vez el mesías" (3,15). Juan afirma que él no es Elías que ha sobrevivido, ni tampoco el profeta esperado que inauguraría los tiempos mesiánicos.

Hasta aquí el texto dice lo que Juan no es, a continuación expondrá lo que dice de sí mismo. "Soy la voz del que clama en el desierto" (v.23). Una voz frágil de forma, potente en el contenido. No es un cuerpo espectacular, no un predicador brillante, no un bautizador con un atractivo enorme, un antisistema que se encara a los Herodes. Simplemente una voz que se distingue de la Palabra que es Jesús que participa del ser mismo de Dios (1,1). Juan, todo lo más, es palabra profética que pone en voz humana lo que experimenta como voz de Dios que se le dirige con una fuerza ineludible.

Después de hablar de él, Juan hablará de Jesús. En tiempos de Jesús corría la convicción de que el Mesías preexistente al cielo, bajaría a la tierra y se mantendría oculto, viviendo entre los seres humanos, por eso Juan dice a los sacerdotes, levitas y fariseos: "En medio de vosotros está el que no conocéis "(v.26). Joan sí conoce la verdadera identidad de Jesús porque ha vivido la experiencia que le ha permitido conocerlo. La credibilidad de su testimonio se basa en la visión que lo fundamenta. Sacerdotes, levitas y fariseos escuchan el testimonio de Juan pero su falta de fe impide que puedan darse cuenta de que Jesús el mesías está en medio de ellos.

Domingo 3º de Adviento. 17 de Diciembre de 2017

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