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Leemos en el evangelio de este domingo un fragmento del evangelio de Juan (Jn 14,23-29) situado en las postrimerías del primer discurso de despedida dirigido por Jesús a los discípulos. La lectura litúrgica comienza con la respuesta de Jesús a la pregunta de Judas (el autor se cuida bien de informar que no es el traidor) formulada en el versículo 23: "Señor, cómo es que te quieres manifestar a nosotros pero no en el mundo? ".

La respuesta de Jesús parece no atender exactamente la petición de Judas. La pregunta de Judas hay que entenderla a la luz de la expectación mesiánica de Israel, según la cual el Mesías debía manifestarse con un triunfo universal y glorioso visible para todos. Pero también la pregunta refleja el desconcierto de las primeras comunidades cristianas que se preguntaban por qué la experiencia de pascua se había limitado a los discípulos. La respuesta de Jesús quiere evidenciar que la manifestación de Jesús no es la venida tradicionalmente esperada para el fin de los tiempos. La respuesta insiste en la venida y ésta es de carácter espiritual, es una venida interior que se realiza en el presente y se capta por la fe. A la venida de Jesús se añade la venida del Padre, dado que el Padre y Jesús son una sola cosa (Jn 10,30).

"Vendremos a hacer morada en él". La expresión se debe leer a la luz de las promesas de Dios de habitar en medio de su pueblo. "Haré con él una alianza de paz que será perpetua. Los restauraré y los multiplicaré y pondré para siempre en medio de ellos mi santuario; tendré medio de ellos mi tabernáculo ... Cuando mi santuario será entre ellos para siempre, todas las naciones sabrán que yo, el Señor, santifico Israel "(Ez 37,26-28). Estas palabras proféticas mantenían encendida la convicción de que el templo de Jerusalén era el lugar por excelencia de la presencia de Dios. Las palabras de Jesús rompen esquemas y proclaman que ahora el lugar de la presencia de Dios está en él y en aquellas personas humanas que aman y guardan sus palabras. Lo que en este pasaje dice Jesús ya ha sido predicho en el prólogo "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Por indisociable unidad de la Palabra y Dios, el habitar de la Palabra conlleva el habitar de Dios entre los seres humanos. El templo de Jerusalén ha dejado de tener valor, ahora lo que vale es el templo Jesús. Él se ha identificado con el templo: "Destruid este templo y en tres días yo lo levantaré ... hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2,19-21).

El creyente que ama y guarda la palabra de Jesús se convierte en el lugar de la residencia de Dios. Entre Dios y el creyente se establece una unidad que hace innecesaria cualquier manifestación espectacular del poder y el triunfo Dios. Leído en clave negativa el que rechaza la palabra de Jesús y, en consecuencia su persona, rechaza el Padre, Dios mismo y se rompe así cualquier posibilidad de unión y de presencia. Así queda contestada la pregunta de Judas.

La construcción genérica "el que" nos lleva a leer el texto en clave comunitaria. Los discursos de despedida son palabras puestas en boca de Jesús cuando éste, una vez resucitado, ya no está presente en la comunidad de forma física. Ante la falta de esta presencia física y cuando el templo de Jerusalén ha perdido su fuerza, la comunidad fiel a Jesús se convierte en la única garantía de su presencia en el mundo y, de paso, el único referente de la presencia de Dios entre los seres humanos.

Domingo 6º de Pascua. 26 de Mayo de 2019

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