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En la primera lectura de este domingo leemos el versículo final del discurso de Pedro el día de Pentecostés y la reacción de los oyentes, precedido, todo ello, del versículo 14 que sirve de introducción (Ac 2,14a.36-41). "Dios ha constituido Señor y Mesías el que vosotros crucificasteis" (V.36). El salmo de exaltación mesiánica (Sal 110,1 que las lecturas litúrgicas omiten), puesto por Lucas en boca de Pedro se convierte en una profecía que se cumple en Jesús. Durante el discurso, Lucas emplea la doble terminología para indicar que Jesús está vivo: resurrección y exaltación. Ambas formas de expresión quieren comunicar que Jesús no ha iniciado una nueva forma de vida terrenal, susceptible de una nueva muerte, sino que ha entrado en el ámbito de la existencia divina. La identificación del resucitado con el crucificado es básica para corregir las corrientes de pensamiento, ya existentes en las primeras comunidades cristianas, que sólo les interesaba el Jesús resucitado. La aceptación del resucitado implica aceptar que Jesús ha vivido una vida terrenal y una muerte muy real. Inversamente, tampoco se puede aceptar, atraídos por su mensaje social y su compromiso hasta la muerte, un interés por el Jesús terreno, olvidando que también él es el resucitado.

"Cuando oyeron esto se convulsionaron" (v.37). El mensaje de Pedro ha cuajado. Una de las posibles traducciones del verbo "katenygêsan" es atravesar el corazón. Si el corazón, según la antropología de la época, es el centro neurálgico de la persona, significa que el mensaje de Pedro ha entrado y penetrado en lo más profundo y decisivo de la persona, produciendo una transformación total de su ser. Entonces surge la pregunta indicativa de la disposición al cambio: ¿qué debemos hacer? (V.37b) Es la misma pregunta que la gente, impactada por la predicación de Juan Bautista también se hacía: qué hacer (Lc 3,10).

La propuesta de Pedro es convertirse y bautizarse (v.38). Los baños de inmersión eran frecuentes en los tiempos de las primeras comunidades cristianas. Solían tener un simbolismo de purificación, requisito indispensable para acceder al nuevo estilo de vida de la comunidad de la que se quería formar parte. Se hacían en Egipto, en Babilonia y eran un ritual de iniciación ineludible en los cultos dedicados a Mitra e Isis. También se hacían a la comunidad esenia de Qumram. La ley imponía baños de purificación a los sacerdotes antes y después del ritual del día de la Expiación (Lv 16,4.24). En tiempos de Jesús, la práctica de los baños purificadores de los sacerdotes se había extendido a los judíos piadosos que también la practicaban. Igualmente, predicadores ambulantes practicaban bautismos de purificación. Este es el caso de Juan Bautista; su particularidad es que sólo se realizaba una vez. Pedro pide a los oyentes que se hagan bautizar con la particularidad de que sea en el nombre de Jesús. Esto distinguirá el bautizo de los seguidores de Jesús de todos los otros tipos de baños y purificaciones que se realizaban en aquel tiempo. Bautizarse en el nombre de Jesús significa iniciar una nueva vida en la que la persona de Jesús resucitado se convertirá en el referente de la forma de vida y forma de pensar del cristiano, que debe rechazar el valores de la "generación descarriada "(v.40) y asumir los del proyecto de Jesús.

Lucas hace ver que para Pedro conversión y bautismo son los requisitos previos a la recibida del Espíritu Santo. Cuando Pedro llegue al fin de su proceso y su conversión, se dará cuenta que el Espíritu desciende sobre hombres y mujeres sin ningún condicionante previo. Así ocurrirá en casa de Cornelio: el Espíritu desciende cuando Pedro todavía está hablando, lo hacen sin que haya bautizo previo, este vendrá después (Hch 10,44-48). Los que se añaden a los hermanos son unos tres mil. Tres es símbolo de una totalidad; mil, en simbólica bíblica, añade un plus indicativo de una multitud incontable. Cuando al Espíritu se le deja hacer su trabajo, los resultados son espectaculares.

Domingo 4º de Pascua. 7 de Mayo de 2017

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