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En el tercer capítulo de su evangelio, Lucas hace una presentación de Juan Bautista al estilo de los profetas del Antiguo Testamento y luego habla del contenido de su predicación. Es el texto que leemos en el evangelio de hoy (Lc 3,10-18) y que podemos estructurar de la siguiente manera: 1) Predicación de Juan con la mirada puesta en el fin de los tiempos (vv. 7-9) . 2) Concreciones éticas dirigidas a diferentes colectivos de oyentes (vv. 10-14). 3) Palabras de Juan sobre la persona de Jesús (vv.15-18).

Los primeros versículos están elaborados con el lenguaje impactante, tremendo y amenazador propio de los discursos sobre los últimos tiempos. El término "víboras" aparece poco en la literatura bíblica. Mateo la usa para dirigirse en tono despectivo a los fariseos y maestros de la ley (23,33). En la antigüed eran reptiles considerados tremendamente peligrosos. Cuando en el Antiguo Testamento se habla de ellos es para indicar su carácter negativo, peligroso, maléfico y mortal. "Como el veneno mortal de las víboras" dirá el libro del Deuteronomio (32,33). Lucas aplica el término a toda la gente a la que ve necesitada de conversión.

Es interesante fijarse en el reproche que Juan hace a aquellos oyentes que se consideran hijos de Abraham. Las promesas hechas a Abraham (Gn 12/15/17) llegaron a ser, con el paso de los siglos, el origen de la convicción de que Israel estaba protegido, por ser hijo de Abraham, del enfado de Dios en virtud los méritos del patriarca. Dios no juzgaría Israel con el mismo rigor con que juzgaría las naciones. Es más, Israel pensaba que escaparía del juicio por el hecho de ser hijo de Abraham. Las promesas hechas por Dios a Abraham eran incuestionablemente para siempre. Esto explica la parábola del rico y Lázaro (Lc 16,19-31). El hombre rico se dirige a Abraham diciéndole "padre mío" con la pretensión de que el hecho de ser hijo de Abraham alivie el tormento que están sufriendo y no se le tengan en cuenta las injusticias cometidas. En el evangelio de Juan aparece esta misma pretensión: "Nosotros somos hijos de Abaham y no hemos sido esclavos de nadie" (Jn 8,33).

Pero a Dios no necesita estos pretenciosos hijos de Abraham para cumplir con la promesa hecha al patriarca. De las piedras pueden salir hijos de Abraham. Jesús reivindica la condición de hijo de Abraham para Zaqueo (Lc 19,1-10), un cobrador de impuestos que, como ya sabemos, estos eran odiados por los fariseos y maestros de la ley y considerados pecadores. Dios dispone de medios de todo tipo para cumplir con sus promesas. No quiere substituir Israel, sino ampliar su radio de pertenencia, por ello vendrá de oriente y de occidente gente de todo tipo a sentarse en la mesa del Reino con Abraham, Isaac y Jacob (Lc 13,28-29). Lucas deja bien claro que ser hijo de Abraham no es ninguna prerrogativa, lo que hace falta es una buena conversión.

Las primeras comunidades cristianas sintieron una gran veneración por la persona de Juan Bautista. Después de su muerte y la de Jesús, se supone que todavía existían grupos de seguidores suyos. Da fe de ello el libro de los Hechos de los Apóstoles (19,1-3) cuando da noticia de unos efesios que sólo habían recibido el bautismo de Juan. No es de extrañar que los grupos de Juan entrasen en conflicto con las comunidades de Jesús. La rivalidad se hace patente en un texto del evangelio de Juan cuando explica que Jesús tiene más éxito que Juan (3,26). La controversia sobre quién de los dos era más importante seguro debió existir. Lucas en su relato sobre la infancia de los dos personajes aborda la cuestión y deja clara la superioridad de Jesús. Ahora insiste nuevamente: Juan ante Jesús no llega ni a la categoría de un esclavo capaz de desatar la correa de las sandalias de Jesús.

Domingo 3er. de Adviento. 16 de Diciembre de 2018

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