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Después de dos pequeñas parábolas que describen comparativamente el Reino de Dios, sigue en el capítulo 13 del evangelio de Lucas, un fragmento de texto (Lc 13,22-30), un tanto heterogéneo, que habla de las condiciones de entrada en el Reino; lo leemos en el evangelio de este domingo. El texto comienza con la pregunta de un personaje anónimo. La respuesta de Jesús parece, a primera vista, rara y evasiva. De hecho, es frecuente en los comentarios rabínicos de la Escritura que el comentario de un rabino comience previamente con una pregunta y que la respuesta parece aparentemente no resolver la cuestión preguntada. Jesús lleva el problema a un plano diferente al de la pregunta. En el trasfondo de la pregunta resuenan las discusiones rabínicas sobre los últimos tiempos, donde se defendía que no todo el mundo participaría de la plenitud final del mundo futuro, pero que todo israelita, por el solo hecho de serlo, tendría cabida en este mundo futuro.

Jesús desplaza la cuestión de los cuantos hacia la cuestión del cómo. Lo hace valiéndose de la imagen de la puerta estrecha. A las puertas de las murallas de las ciudades había, a las mismas puertas o bien al lado, una puerta más pequeña. Cuando se cerraban las puertas de la ciudad, sólo quedaba abierta esa puerta más pequeña destinada a emergencias y situaciones excepcionales. Sólo podía pasar una persona y con dificultades, finalmente también se cerraba. Son de suponer los empujones y dificultades para pasar la puerta entre los que llegaban a última hora porque finalmente también se cerraba. El esfuerzo que hay que hacer para pasar por la puerta estrecha y pequeña y para llegar a tiempo antes de que se cierre Jesús lo compara el esfuerzo que hay que hacer para conseguir la salvación que, en nuestro texto, es el equivalente al Reino de Dios .

Encontramos, en nuestro texto, un reparto del espacio y del tiempo. La puerta marca las diferencias entre estar dentro y estar fuera. Dentro, se crea un espacio que contrasta con la estrechez de la puerta: una gran sala de banquete llena de comensales; es el lugar de la fiesta y la alegría de quienes participan del banquete del Reino. Entre los asistentes: la terna de los patriarcas, los profetas y los que vienen de oriente y de occidente - imagen de los paganos que no pertenecen al pueblo de Israel - ocupando el lugar pretendido por quienes se creen que lo tienen asegurado, pensando que basta con una adhesión a Jesús sin ningún tipo de compromiso. Estos, pensando ser los primeros (en virtud de los privilegios adquiridos), se quedan fuera donde la alegría se sustituye por el llanto.

El momento del cierre de la puerta marca un antes y un después. Un antes marcadamente amplio si tenemos en cuenta la referencia a los patriarcas y los profetas, pero que sea un tiempo largo y extenso no significa que sea sin fin. Que la puerta, en un momento determinado, Jesús - representado por la imagen del amo- la cierra significa que la opción de optar o no por él y por el Reino no se puede mantener en suspenso indefinidamente. La doble repetición de las palabras de Jesús: "No os conozco" muestran la dureza de su rechazo. Ante ellas no hay apelación posible porque se han agotado todos los plazos, sólo tiene cabida la actitud preventiva expresada con el verbo griego "agonizesthe" que traducimos por: "Esforzaos".

Domingo 21 durante el año. 25 de Agosto de 2019

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